viernes, 27 de septiembre de 2013

Margherita Sarfatti: la conexión montevideana

La primera persona que me la mencionó fue la profesora María Emilia Pérez Santarcieri luego del estreno montevideano de “Abajo el telón” (1999), una multiestelar película de Tim Robbins en la que Susan Sarandon personificó a  Margherita Sarfatti.
Por esas misteriosas razones del destino me encontré en el aeropuerto de Ezeiza hace un par de años con “El amor judío de Mussolini: Margherita Sarfatti, del fascismo al exilio”, un libro escrito por el argentino Daniel Gutman que no tuvo distribución local.
Cultísima, de modales aristocráticos y algo teatrales, esta mujer fue, desde el comienzo,  una defensora feroz del fascismo fundacional.
Para Benito Mussolini actuó como marchand d´art del mayor nivel al ofrecer (y vender) obras —sacadas impunemente de museos y colecciones—  de los maestros europeos desde el Renacimiento a lo que quisiera el comprador. Negoció con museos y coleccionistas de medio mundo —especialmente norteamericanos— en momentos en que la economía italiana necesitaba dinero para su industria bélica.
Conoció y trató a la mayoría de la intelectualidad occidental de las décadas de 1920, 30 y 40. Fue recibida en la Casa Blanca por Franklin y Eleanor Roosevelt y cultivó por años la amistad de académicos norteamericanos del mayor nivel.
Margherita Grassini nació en una familia judía y muy rica de Venecia, en 1880. A los 18 años se casó con el abogado de Padua Cesare Sarfatti, también judío y rico, y mucho mayor que ella, de quien enviudó poco después de la Primera Guerra Mundial. 
Vivieron en Milán desde 1902 y en esa ciudad, Margherita cultivó varios amores aún estando casada. 
Conoció a Mussolini cuando trabajaba para “Il Popolo D”Italia” (dirigido por él), durante una reunión del diario, el 25 de marzo de 1912 en la Plaza San Sepolcro de Milán. 
Se cuenta que, por casualidad, Margherita quedó al lado de él y fue un “flechazo a primera vista”. 
Cierto o no lo del encuentro, esta mujer influyó fuertemente en un hombre que no destacó especialmente por su sensibilidad artística. Incluso hoy, varios historiadores afirman que si Italia en esos años marcó presencia mundial en el arte fue por obra directa de Margherita, quien tuvo carta blanca para sus proyectos.
Aún se recuerda la exposición sobre el Novecento que la tuvo como curadora y que trajo a Buenos Aires en 1931 y con la que recorrió medio mundo.
Anteriormente, en 1926,  publicó en  “La Rivista del Popolo d´Italia” un artículo sobre la XV Bienal de Venecia y las nuevas corrientes artísticas, que fue destacado como “fundamental para entender el arte italiano moderno”. 
Hay que saber que esa revista había sido fundada por Mussolini y era dirigida por su hermano Arnaldo, con supervisión directa del Duce.
Fue 11 años mayor que la esposa legal de Benito, Rachele, y 32 años mayor que Claretta Petacci, la joven que acompañó a Mussolini a la muerte (ambos fueron asesinados y colgados) cuando la guerra expiraba.


La trampa de Edda.
Fue muy poderosa y su “caída” dio comienzo cuando Edda, la hija de Mussolini (que la odiaba), ya casada con el conde Ciano, le tendió una trampa para que fuera defenestrada por el Duce.
Edda detestaba a quien definió como una “mujer de boquilla interminable y manos con anillos de zafiro grandes como estampillas de correo”, por lo que pagó a un joven gigoló para que sedujera a una ya mayor Margherita y la llevara a una casa de pésima fama en momentos en que “por casualidad” llegó una redada policial y ella no pudo explicar su presencia. 
El conde Ciano relató el caso al Duce quien, celoso (y furioso), decretó la “muerte civil” de quien fuera su amante por más de 20 años.
Entonces comenzaban a caer las primeras víctimas de las leyes de “pureza racial” y Margherita, sabiendo que sus días como primera dama no oficial estaban terminados, en 1939 decidió viajar hacia Montevideo, ciudad en la que ya estaban instalados su hijo Amedeo, su nuera Pierangela y su nieta Magali por razones laborales, debido a que él era funcionario jerárquico de la sucursal montevideana de un banco internacional.
Al llegar,  negó que fuese una “exiliada política” y llenó de alabanzas a su antiguo amante, defendió el fascismo de los comienzos, la “Marcha sobre Roma” y negó que hubiera tenido que salir de Italia por ser judía pese a que las leyes de “pureza racial “ ya habían sido decretadas —a instancias de Hitler— por Il Duce. 
Margherita nunca simpatizó con los alemanes e instó a Mussolini a no aliarse con ellos, pero no fue escuchada.

Vecina de la Plaza Matriz y columnista de arte.
 El hijo y su familia vivían en una casa en la calle Luis de la Torre pero Margherita decidió vivir sola en el hotel Nogaró frente a la Plaza Matriz,  donde tomó una suite con vista al puerto, es decir, donde hoy funciona el Ministerio de Transporte y Obras Públicas. 
Desde la ventana de su suite vería, hace exactamente 74 años, la explosión del Graf Spee.
Fue entrevistada por Marcha tan pronto se supo que estaba aquí,   aceptando la nota a cambio de “no hablar de política” y declaró: “Me resolví a hacer este viaje pues me interesa conocer países nuevos y estudiar arte precolombino”. 
Al periodista no se le ocurrió repreguntar “¿arte precolombino en Montevideo?”
Hablaba y escribía perfectamente alemán, inglés, francés  y en Montevideo aprendió español con una facilidad asombrosa.
La prensa montevideana de entonces la describió como”un rostro simpático, pero ya marcado por las huellas del tiempo” y le fue ofrecida una columna semanal en “El Diario” de la noche, que mantendría varios años.  Leyendo varias de ellas, denotan su nivel intelectual y su interés por estar al tanto de lo que pasaba —a nivel artístico— en Europa. 
Durante unos meses, sus columnas eran traducidas desde el italiano, pero luego las escribió directamente en español.
Tenía 59 años. Y en esa época acercarse a los sesenta era muy diferente de lo que es hoy. Era una mujer mayor.
Cuidó cada palabra que dijo públicamente porque sabía (y era verdad) que la Embajada de Italia de entonces —por orden directa del Duce— la vigilaba de cerca y ella tenía familia aún en Italia, a quienes podía hacer las cosas muy difíciles.
En su primer verano montevideano, Margherita se mudó al Parque Hotel, desde donde cruzaba cada mañana a la Playa Ramírez para nadar. 
Aquí no se le conocen amigos, porque además no hubiera sido bien visto en la Montevideo de la época darse con alguien que defendiera al fascismo, a diferencia de lo que podía suceder en las altas esferas porteñas. 
Dice Daniel Gutman en su libro: “Desde el mismo momento de su llegada a Montevideo, en septiembre de 1939, Margherita supo que Montevideo no era un buen lugar para ella. Su ritmo provinciano, su escasa vida cultural y su distancia de los grandes debates internacionales del arte y la política de la época la deprimieron”. 
Fue entonces que decidió instalarse en Buenos Aires por sugerencia de su amigo, el pintor argentino Emilio Pettoruti, quien se sintiera “tocado ante las dificultades extremas de una mujer inteligente”. Allí fue “ayudada” por Victoria Ocampo, Jorge Romero Brest y otros intelectuales de fuste, y logró cierta inserción (discreta) en el medio cultural porteño.
Siguió viniendo durante los veranos a Montevideo y fue asidua de Punta del Este hasta fines de 1946.
Mientras estuvo por el Río de la Plata sobrevivió con cierto recatado esplendor, vendiendo localmente decenas de litografías y grabados que trajo en su equipaje: desde Piranesi a Toulouse-Lautrec, de Durero a Sironi. 

Regreso sin gloria pero con fortuna.
Volvió a Italia en 1947, donde recuperó varias de sus (muchas) posesiones, entre ellas, una gran Villa en el Lago di Como, así como dinero y alhajas. Todo era propiedad de su familia y heredado de su marido. Del Duce no obtuvo dinero (más bien se lo aportó).
En 1948 viajó a París, donde retiró de una caja de seguridad que allí mantuvo desde antes de la guerra, mil doscientas setenta y dos cartas que Mussolini le había enviado entre 1915 y 1935, que vendió a un cirujano norteamericano por varios miles de dólares.
Siempre quiso ser profesora en alguna universidad norteamericana y conocimientos tenía para ello. 
Pese a sus muchos ruegos, nunca lo logró. 
Las leyes de Estados Unidos fueron muy duras en esa época con gente que tuvo que ver con el fascismo, el nazismo y el comunismo (aunque en este último caso, menos). 
Fue, tal vez, su única frustración vital.
Jamás fue juzgada ni requerida por causa alguna.
Tuvo un enorme poder real en una época y un contexto histórico en el que ser mujer (fascista y judía, además) no era nada fácil. Basta recordar la frase que el propio Mussolini dijo a Victoria Ocampo: “las mujeres, a parir”.
Hay pocas biografías sobre ella y no se la ha estudiado lo suficiente, todavía.
En 2004 se publicó “Margherita Sarfatti, L´amante del Duce”, de Karin Wieland, originalmente en alemán y luego traducido al italiano, el libro mencionado de Daniel Gutman y varias notas de Marcos Aguinis en su blog. Poco más.
Murió el 30 de octubre de 1961 a los ochenta y un años en compañía de su mucama personal y el resto de una importante servidumbre, algo que le fue siempre “imprescindible”, en su castillo del Lago di Como.
En Montevideo ya nadie recuerda quién fue.
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Para la realización de esta nota se consultaron, además de los libros mencionados en ella, varias ediciones de “El Diario” de Montevideo entre 1940 y 1943; “Marcha”, de noviembre de 1939; los libros “Dux” y “Tiziano, o la fe en la vida”, de Margherita Sarfatti, en sus primeras ediciones, y la “Rivista del Popolo d´Italia”, de junio de 1926.

Margherita Sarfatti fotografiada en Roma en 1933 / Foto de coleccionista privado (Montevideo).






lunes, 23 de septiembre de 2013

Rasputìn, la mala prensa en la historia


Pocos personajes han tenido peor prensa que Rasputín, el famoso “monje” que se transformó en adjetivo para siempre.
Grigori Yefímovich Rasputín había nacido el 22 de enero de 1869 en  Pokróvskoye un pequeño pueblo de Siberia occidental donde tuvo una infancia y juventud difíciles.Luego de una vida dispersa donde estuvo vagando entre el misticismo exacerbado  y la lujuria más desatada  llegó a San Petersburgo en 1903 relacionándose pronto con la realeza ya que su fama ( por variados motivos) le precedió.
El cine se ha ocupado de él en varias oportunidades siempre para tratarlo de la manera más esquemática y repleta de preconceptos que no le hacen favor alguno.
Desde “Rasputín” (Alemania, 1930) que en Montevideo también se conoció como “El demonio de las mujeres”, pasando por “Rasputín y la Emperatriz” (1932) con el increíble reparto de John Barrymore, Ethel Barrymore y Lionel Barrymore, hasta “Rasputín, el monje maldito” (1966) con Christopher Lee o la última- producida para la televisión- “Rasputín, su verdadera historia” (1996) con Alan Rickman en el papel protagónico.

LAS CARTAS DE ROSTROPOVICH
Ahora las cosas están cambiando gracias a una impensada iniciativa del cellista Mstislav Rostropovich quien adquirió- por teléfono y sin verlos- en una subasta de Sothebys,  cientos de documentos que se creyeron perdidos por más de 78 años. Una vez hecha la compra los entregó al escritor e historiador Edgard Radzinsky quien a su vez los trasladó a su libro “Rasputín, la última palabra”.
Ha y que reconocer que el personaje tuvo muchas razones para ser detestado por diferentes grupos, los aristócratas que no podían permitir que un campesino sucio y semianalfabeto lograra el favor de los zares a niveles increíbles, de parte de los intelectuales que lo detestaban por su misticismo y religiosidad exacerbados  y  por el propio campesinado que pensaba que era simplemente “uno de los nuestros con suerte”. También tuvo sus seguidores, pero pocos o más bien pocas…
Los documentos sobre los que trabajó Radzinsky muestran una faceta hasta ahora desconocida la de gente que “amaba a este hombre, cartas que escribió a los zares con verdadera pasión, escritos que lo sacan del contexto existente por muchas décadas de que sólo fue un ser ambicioso hasta la enfermedad, de una voracidad sexual lindante con lo animal y con una inteligencia brillante que sólo utilizaba para conseguir sus propósitos que siempre eran malos. Ahora sé que no fue así” declara el investigador.
Fue un curandero que utilizó su sin duda notable carisma para curar imponiendo las manos o simplemente mirando a las personas que creían en él.

EL MACHO CABRÍO QUE LLEGÓ A LA CORTE IMPERIAL
Cuando llegó a San Petersburgo tenía 34 años y venía de algunas experiencias límite como la de ser parte de los “jlysty” que se creían unos “hombres de Dios que cometían los mayores pecados- especialmente carnales- porque el mayor placer  de la divinidad es el perdonar a los más grandes pecadores”.
Su falta de aseo su “olor a macho cabrío” y su  influencia en la corte al aliviar los estragos de la hemofilia del zarevich  hicieron el resto. Fue el hombre justo en el momento justo para una corte desgastada y una sociedad harta de los privilegios de unos pocos en desmedro de la mayoría hambrienta. Es muy difícil imaginar hoy lo que eran las desigualdades de entonces, es casi imposible creer lo que gastaban las familias nobles rusas en sus fiestas, palacios y joyas.
Rasputín además, y para horror de muchos,  detestaba la guerra y gustaba de la paz. Hay documentos (cartas de una secretaria entre 1914 y 1916) que dan cuenta de que negoció con los alemanes a espaldas del zar durante la Gran Guerra buscando un arreglo pacífico.
La leyenda nos ha contado por décadas que fue muerto por el príncipe Yusupov en la madrugada del 29 al 30 de diciembre de 1916. Que le dieron masas dulces espolvoreadas con cianuro y vino aderezado con el mismo veneno y que nada le hicieron. Que entonces el príncipe le tiró un balazo a quemarropa que no lo mató y que siguió vivo y sangrante hasta que otras ráfagas de plomo lo derribaron para ser luego arrojado a las heladas aguas del río Neva donde murió.

EL NUEVO RELATO
Hoy esa historia ha cambiado significativamente.
Cuando pasada la medianoche de su último día de vida Rasputín salió de su casa, iba muy distinto a como se le conocía habitualmente. Se había bañado, estrenaba una elegante camisa y pantalón de pana negro. Yusupov- que era famoso por su gusto a travestirse en dama de la corte- lo había invitado a su palacio. Hoy se sugiere un encuentro sentimental…entre ambos y no una visita a la bella Irina, esposa del dueño de casa y sobrina del zar Alejandro II como se sostuvo por décadas.
El príncipe había ordenado arreglar un sótano en su propiedad y hacerlo decorar enteramente con gran lujo. En la planta alta amigos del príncipe celebraban otra fiesta y esperaban… Hay documentación que habla de arsénico en el vino- y en proporción equivocada-  en lugar de cianuro y en que era imposible que Rasputín comiera las masas porque no ingería ni carne ni dulces porque “le oscurecían el halo”, que Yusupov odiaba las armas y era tan mal tirador que la bala apenas rozó a Rasputín. Las balas que lo abatieron- que no mataron- provinieron de la segunda andanada realizada por Dimitri Pávlovich, Purishkievich y otros de los conjurados. Se sabe también que fue tirado al río aún vivo y que hasta intentó salir a la superficie rompiendo la capa de hielo que lo cubría.
El cuerpo apareció flotando en la mañana del 30 de diciembre, la cara totalmente desfigurada, balazos en pecho, espalda y cabeza.
La historia no terminará aquí seguramente,  quedan aún muchos documentos por revisar.

PRESERVANDO UNA GRAN LEYENDA
Por estos mismos días, la legendaria masculinidad de Rasputín es la pieza estrella del Museo “Erótika” de San Petersburgo ya que, antes de tirarlo al río el príncipe Yusupov lo emasculó y guardó en formol “su trofeo”…que luego pasó por muchas manos hasta llegar a una subasta pública. Vaya destino para una pieza anatómica legendaria....
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Grigori Yefímovich Rasputín en la cumbre de su poder ante la Corte Imperial rusa. c.1915





jueves, 19 de septiembre de 2013

¡Ay Liborio!

Cuando se estrenó “Ay, Juancito” (2004) dirigida por Héctor Olivera, más allá de la valoración crítica de la película que tenía gruesos errores históricos,  una excelente ambientación y una actuación protagónica (de Adrián Navarro)de primer nivel, me pareció un buen ejemplo de cómo rescatar a personajes no protagonistas de la HISTORIA pero que si la acompañaron desde lugares de excepción.
En este caso Juan Duarte el hermano de Eva y el primer peronismo.

LIBORIO Y SUS ESCÁNDALOS
Hace unos años descubrí otro de esos personajes de vida agitada que merecería por derecho propio que su vida fuera llevada al cine, cosa improbable, de todas formas.
Liborio Justo vivió 101 años. Nació en 1902 y murió en 2003. Hijo del General Agustín P. Justo, presidente golpista argentino,  se le considera el introductor del trotskismo en su país y fue célebre por el escándalo que armó durante la visita oficial de Flanklin Delano Roosevelt a Buenos Aires cuando en pleno discurso ante el Congreso argentino le arrebató el micrófono al visitante para gritar a voz en cuello (y por radio y altoparlantes) “¡Muera el imperialismo yanqui!”. Fue detenido entonces y recluido en una de las estancias de su padre, pero por poco tiempo.
En realidad Liborio hacía años que estaba abocado a la difusión de sus ideas políticas con los seudónimos de Lobodón Garra y Quebracho con los que pretendía alejarse de su verdadero nombre.
Uno de sus libros será llevado al cine en  “Río abajo” (1960) con dirección de Enrique Dawl y un elenco integrado por los ignotos Andrés Rasmanauskas, Sofía Malifantas y Hermenegildo Rodríguez que más suenan a seudónimos aunque este dato me fue imposible corroborar.
Casi nadie vio la película y nunca más hizo nada en esta industria.

EL REDESCUBRIMIENTO
En el Museo de Arte Hispanoamericano “Isaac Fernández Blanco” de Buenos Aires  pude ver en 2005 la exposición “Liborio Justo: Fotografías. La búsqueda de la verdad.” 
Un descubrimiento que sorprendió a muchos.
Es que entre las muchas cosas que hizo Liborio en su larguísima vida fue sacar fotos.
Pero fotos que hoy adquieren un valor casi único.
En 1930 ganó una beca del Instituto de Educación de Nueva York, ciudad a la que volverá en repetidas ocasiones.  En 1934, en plena crisis del crack del 29, decide fotografiar a gente común en las calles de la ciudad pidiendo limosna, haciendo cola por un trabajo, buscando comida en la basura, intentando conseguir unos centavos para poder vivir, iglesias evangélicas puestas en alquiler,desocupados sin casa durmiendo en las veredas... Son fotos duras, sin sonrisas,  sin concesiones a la hermosura.
Los casi 300 negativos permanecieron olvidados por décadas. La hija de Liborio, Mónica Justo-quien hace más de 30 años reside en Londres- las encontró hace unos años en unos baúles, y se las llevó a su lugar de residencia.
En 1985 -y por sugerencia de Teresa Anchorena-  en una sala de Galerías Pacífico se mostraron públicamente algunas de las fotos por primera vez. Liborio tenía entonces 83 años y quedó muy contento y sorprendido por su tardío reconocimiento como “fotógrafo”.algo que él consideraba no era.
Una muestra de las mismas llega a la “Howard Greenberg Gallery “de Nueva York que en 2001 le hizo una oferta suculenta por la colección completa de negativos que Liborio decidió aceptar. Con ese dinero quería reeditar su libro “Pampas y lanzas”,  cosa que hace.
Tenía 99 años y viviría aún más...

PASANDO UN SIGLO DE VIDA
Cuando llegó a los 100 en 2002,  varios periodistas lo entrevistaron en su ascético departamento del porteño barrio de Belgrano. Él atendió a todos con amabilidad, sentado frente a una enorme foto de las Torres Gemelas en llamas y la leyenda “Comenzó la agonía del imperialismo yanqui” escrita a mano por él mismo como consignó en su momento el suplemento Zona de Clarín.
Trostkista, antisoviético, anticapitalista, cronista social, historiador, obrero de fábrica, tripulante de balleneros finlandeses, islero del Ibicuy, hijo de un ex presidente golpista, viajero empedernido, luego fotógrafo redescubierto y de gran valor. Alguien ha comparado sus fotos neoyorkinas de los años 30 con la actualidad argentina de hoy. Efectivamente es así.
Desconozco cuando se exhibirán nuevamente pero si se enteran de ello... no dejen de ver estos documentos notables. ¡Ay, Liborio (!) que cantidad de historias tuviste en tus 101 años de vida!
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 Obreros desempleados, New York, 1934 Foto: Liborio Justo

sábado, 14 de septiembre de 2013

Amadeo  De Valiante




Siempre he pensado que el cine documental uruguayo debería buscar entre sus personajes  a aquellos nombres que, dadas sus peculiaridades, pudieran interesar al mercado internacional, que de eso se trata el cine como industria rentable. Lamentablemente no es así.
 Quedan entonces historias como la del “Tesoro de las Massilotti”, verdadera metáfora de nuestro sentir nacional: buscar una supuesta fortuna enterrada que nos hará ricos y nos resolverá todos los problemas y que ya se hubiera convertido en película  en otro país.
El Uruguay  tiene varios personajes apasionantes que han pasado a las cajas del olvido y allí quedarán, tal vez, para siempre. Algunos se han rescatado,  como la poeta y mecenas Susana Soca,  en un atendible  trabajo de cuatro  egresadas de la Universidad Católica, pero es una excepción.
Un reciente encuentro montevideano  de documentalistas demostró el interés internacional en estos productos que ofrecen posibilidades económicas reales. Hay necesidad de “contenidos” en los circuitos mundiales y esta puede ser una veta perfecta, aún por explorar localmente.
¿Por qué ningún documentalista de nuestro medio ha trabajado sobre personalidades de ribetes casi irreales como Abdón Porte (que se suicidó en medio de una cancha de fútbol -  en una película argentina de antaño se recoge la anécdota-), André Giot de Badet (merece nota en “solitario”) o quien hoy nos ocupa, el modista Amadeo De Valiante?

Amadeo,  un adelantado.
No supe de su existencia hasta hace 15 años, cuando revisando la Revista “ANALES” correspondiente a Noviembre de 1940 me encontré con una nota de dos páginas con  este titular: “La nueva y artística sede de un modista prestigioso, Amadeo De Valiante”.
En otros números pude ver  sus publicidades- a toda página- que nada tenían que envidiar a las de Chanel de  esos mismos años (1935/ 1955) o aún mucho después.
Una modelo hierática, fotografiada de cuerpo entero, con un vestido de fiesta y la leyenda: “Amadeo De Valiante”.  Publicidad minimalista “avant la lettre”.
Es tal el impacto visual que produce la propuesta de este adelantado  del marketing que decidí  investigar más desde el programa de radio que tenía entonces.
Pedí a “personas hubieran tenido contacto directo con  De Valiante” que me llamaran para contarme de él.
La respuesta fue inmediata,  y una decena de ex clientas o hijos y nietos de ellas contestaron el pedido y  pude así ir reconstruyendo  “a retazos”,   una historia que nunca logré terminar,  porque ya no queda- por razones del tiempo pasado- mucha gente que pueda contarla desde la vivencia directa,  que es lo importante en estos casos.
En Internet, esa especie de gigantesco diccionario universal  sólo hay  3 menciones a De Valiante: La venta de uno de sus vestidos en e-bay y dos comentarios sobre  una exposición de moda uruguaya a través del tiempo que se  realizó en  Punta Carretas Shopping (septiembre de 2008) y que incluyó una de sus creaciones.
Me llamó incluso la sobrina de Amadeo, la señora  Velia  Fiore Valiante,  quien confirmó varios de los datos que me habían contado las clientas.
Fue enormemente generoso, su casa siempre estaba abierta a la llegada de amigos y sus cenas para una docena de personas o más eran cosa casi diaria.
Velia contó  emocionada,  “Le debo la vida, porque mis padres se divorciaron cuando yo tenía dos años y yo me hubiera muerto de hambre si tío Amadeo no hubiera gastado un dineral en mí. Lo gastó con gusto”.
 Siempre fueron trozos aislados que iban armando una personalidad que tuvo un peso enorme entre las señoras y señoritas montevideanas durante treinta años de la moda en esta ciudad.

Un tesoro guardado y olvidado
Hasta donde pude averiguar, nadie ha escrito aún  la Historia de la Moda en el Uruguay, donde De Valiante merece un lugar de privilegio.
En una ciudad como Montevideo donde vivió y trabajó Madame Grés (aquí la llamaron “la reina del plisado”)  quien  tuvo su atelier sobre la calle Rincón casi Juan Carlos Gómez según me contó el periodista Ramón Mérica que la entrevistó muchos años después en París y donde muchas más mujeres de las que podemos imaginar hoy, compraron diseños originales de Dior, Chanel, Balenciaga o Jean Patou , a nadie se le ha ocurrido buscar en forma sistematizada  esas piezas, rastrearlas, clasificarlas, estudiarlas, exhibirlas en una muestra permanente a nuevos/as creadores/as y público general.
 La moda no es una frivolidad, es un retrato de época, y en el mundo se llenan museos con muestras de este tipo.
Pude comprobarlo directamente cuando la talentosa Soledad Capurro, en su calidad de curadora de la muestra “Espejito, ¿quién es la más bella? realizada en abril/ mayo de 2007 en el CCE, mostró verdaderas joyas del diseño,  incluyendo dos Dior auténticos pertenecientes a señoras uruguayas.
Por esa exposición pasaron más de 6000 visitantes en menos de dos meses...
¿Cuánto más puede encontrarse perdido en placares de madres y abuelas uruguayas? Un tesoro oculto y desconocido, guardado- tal vez- para siempre.

El misterioso señor Valiante
 Nunca pude saber con exactitud ni cuándo ni dónde  nació, pero los datos obtenidos permiten  pensar que fue en Montevideo -de padre inmigrante italiano- entre 1896 y 1900 y que fue autodidacta.
Hay documentación probatoria (los avisos en prensa)  de que ya tenía una buena clientela en la segunda mitad de los años 20 lo que indica que trabajó desde muy joven.
Héctor Ángel Estradé Artola  a quien  entrevisté en aquella ocasión (1994) me contó “Yo tengo ya más de 70 años y mi recuerdo de  De Valiante se remonta a los años 1929 o 30. Mi abuela y mi madre eran clientas de él y yo como niño las acompañaba, era un paseo para mí. Era una casa de altos, una escalera muy agradable y tenía una clientela muy selecta…”

También logré saber que tenía el cutis cetrino,  pelo con pequeñas ondas que cubría con gomina y  que vestía con una elegancia destacable hasta en  el más mínimo detalle.
Gustaba pasearse con sus  infaltables perros galgos por la Plaza Matriz, siempre de buen humor, dando la mano izquierda en lugar de la derecha al saludar, un gesto frívolo que le caracterizó.
En el dedo meñique de la mano derecha lució por años un brillante de subido valor.
Su nombre real,  Amadeo Valiante, el “De” fue un aditamento propio que sin duda lo hacía “sonar” mejor.
Una buena “grifa” para el mundo de la moda.
Su especialidad eran los vestidos de fiesta, los trajes de novia y los de quince años. Pero también- a pedido- realizó “disfraces” para niñas de los años de 1930  y 40, siendo muy recordadas sus réplicas de “Las Meninas” que le valieron premios y halagos varios.
En su casa/atelier de la calle Juan Carlos Gómez ofrecía desfiles de sus modelos que eran verdaderas fiestas de la belleza femenina  y decenas de uruguayas “paquetas” de entonces pugnaban por una invitación que estaban reservadas sólo a “amigas de la casa”.
Antes estuvo instalado  por años en una casa de la calle 25 de Mayo con un suceso tal que lo llevó a poder comprar la casa de Juan Carlos Gómez.
Trabajaba directamente sobre la clienta con la tela, y acompañado únicamente de la Primera oficiala y unos alfileres, cortaba el vestido en el momento.
Incursionó en los diseños de raíces étnicas (bordados a la usanza eslava, por ejemplo, como se pudo ver en la exposición de Punta Carretas), fue a la vez un pionero  y un audaz.
Sabía perfectamente lo que hacía aunque fuera a pura intuición.
Fue muy amigo de otro nombre interesantísimo, Tufik Acle,  quien le proveía de la mayoría de las lujosas telas que utilizaba. Muchas de ellas traídas especialmente para él desde los lugares más lejanos del planeta.
Los avatares de la vida, las variantes económicas, el cambio de costumbres,  hicieron que aquellos esplendores de antaño fueran diluyéndose, mermando la economía  de Amadeo que alcanzó su cenit a mediados de los años de 1940.
Algunos “deslices  personales”- muy bien guardados ante su clientela- también hicieron mella.
Una relación otoñal,  que devino en  un  “amor mal avenido”  en su  madurez,  también le hizo perder mucho dinero.
El final  estaba cerca. Eran los años inmediatamente posteriores a Maracaná.
El Uruguay ya era otro, los cambios en la sociedad eran aluvionales.
 Siempre lograba salir de esos difíciles momentos desde su empecinado optimismo vital.
La  frase que reiteraba a sus amigos  era, “denme una tela, alfileres,  tijeras, hilo y agujas  y saldré adelante”.

Una muerte a su medida
Amadeo De Valiante murió en 1955 regresando en avión desde Paris.
Al llegar a Carrasco, los otros pasajeros bajaron y él quedó a bordo, como dormido en su asiento, estaba muerto.
Sobre la falda, llevaba un estuche de cuero en el que transportaba siempre sus joyas (gemelos, añillos, alfileres  de corbata…) que había sido vaciado por alguien que iba en el avión…Se catalogó el deceso como “sincope cardiaco”. No hubo investigación alguna del hecho que se dio por cerrado de inmediato.
Tan solo una breve nota necrológica, más por lo del “muerto en el avión”,  que por su pasado creativo,  dio cuenta de su final.
Hasta hace un par de años aún vivía (con más de cien años) en un retiro religioso para personas mayores, quien fuera por años su primera oficiala y su mano derecha en el atelier.
Pese a su edad seguía “cortando ropa para niños y bebés” con fines benéficos, como me confió una antigua clienta de De Valiante. Intenté verla y entrevistarla. No pudo ser.
Ahora, al volver sobre las fotos que quedaron publicadas en  la revista ANALES siento esa imperiosa necesidad  que a veces tenemos los periodistas por saber más de alguien como Amadeo De Valiante, amo y señor de la moda por tres décadas,  en una ciudad como Montevideo que- aunque hoy cueste creerlo- supo ser elegante y creativa hasta el esplendor.
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Para la realización de esta nota se contó con los testimonios (grabados en 1994) de: Velia Fiore Valiante, Olga Barcia, Ana María Rebello, Alice Mir de Sanguinetti y  Héctor Ángel Estradé  Artola entre otras personas que prefirieron no dar sus nombres públicamente. Un agradecimiento muy especial a mi querida amiga Teresita Baquè de Vaeza Belgrano por las muchas informaciones brindadas en largas charlas.  Vaya esta nota en su recuerdo.

Las ediciones consultadas de la Revista ANALES, Montevideo, son del periodo 1925 - 1952

Grifa original en un vestido de inspiración étnica diseñado por  Amadeo de Valiante c.1940

viernes, 13 de septiembre de 2013

Momias uruguayas


Hace unos años visité Egipto por primera vez. 
Fue por casualidad, en un viaje planeado sólo con horas de anticipación, pero deseado por años.
Es un camino largo repleto de combinaciones y aeropuertos hasta llegar a El Cairo, una de las ciudades más fascinantes que uno pueda visitar en su vida.
La imagen que tenía de ese país, naturalmente venía del cine y sus momias malvadas o de los libros de historia y sus relatos fascinantes que me sedujeron desde niño. 
Haber sido producto de ese formidable “experimento” que la UNESCO llamó “Educación por el arte” que llegó por estas tierras a fines de los años 50 y comienzos de los 60 me dio el privilegio de conocer a Akhenatón, a Nefertiti, a Nefertari o al mismísimo Tutankhamón desde mis años escolares.
Y haber podido estar parado en Deir el Bahari frente al monumento funerario de la reina Hatschepsut  no hizo más que hacer realidad un sueño que había visto por primera vez en una clase de la Escuela “Cervantes” en las brillantes páginas de un fascículo de Arterama.
Durante años vi todas las películas ambientadas en el antiguo Egipto que llegaron a nuestras pantallas. 
Lamentablemente no fueron muchas si me guío por la meticulosa recopilación que tiene el portal www.egiptomania.com donde figuran entre 1898 y 2004 más 200 títulos recopilados de todas las procedencias.
Desde La Fuite en Égypte (1898, Francia, Dirigida por Alice Guy ) o Cleopatre (1899, Francia, Dirigida por Georges Meliés) hasta llegar a Yu-Gi-Oh ( 2004 EEUU, Dirigida por Ryosuke Takahashi) y Ramses the Damned (2005-en producción-sobre el libro de Anne Rice) me pongo verde de furia por no haberlas visto todas, aunque -digámoslo sin eufemismos- la mayoría son un verdadero mamarracho.
Probablemente la mejor que vi fue El Faraón (1966, Polonia, Dirigida por Jerzy Kawelerowicz) sobre el faraón Ramsés XIII -que no existió en la realidad- y su enfrentamiento con la clase sacerdotal.
Navegar por una semana por el Nilo debe ser una de las experiencias más fascinantes que todo amante de esa civilización pueda anhelar.
Los atardeceres y los amaneceres, un viaje en lancha en plena noche rumbo a la isla de Philae para ver el espectáculo de luz y sonido (con un libreto de terror -no porque asuste- sino por lo cursi del relato…) pero que justifican los 10 dólares que cuesta al poder caminar con una iluminación irreal por el templo que hizo construir Trajano e imaginar las ceremonias en honor a Isis que se realizaron por siglos sin que nadie nos moleste en nuestras ensoñaciones.
 Hoy me acompaña en mi escritorio la reproducción- a tamaño real -del sarcófago del sacerdote Amen-Nestawy-Nakht quien vivió hace 3000 años y al que prolijamente los chinos – ¿quienes otros podrían ser?- han reproducido para su venta masiva en museos norteamericanos- ¿que otros?- y que encontré hace unos meses en el Metropolitan de Nueva York a U$S 29.99 en una prolija caja que incluye el diario “Mummy Times” que hasta tiene avisos clasificados de embalsamamientos de buena calidad y a “muy bajo precio”.
Siempre pensé que el deseo de inmortalidad de los egipcios se les había cumplido.
Día tras día se siguen publicando noticias de nuevos hallazgos, día tras día miles de visitantes de las más diversas nacionalidades recorren pirámides, mastabas o restos de templos recordando su esplendoroso pasado.
¿Cómo podía suponer Amen- Nestawy- Nakht  que un uruguayo iba a saludar su imagen cada día al entrar y salir de sus labores?
¿Pudo imaginar la joven sacerdotisa Eso Eris que iba a ser trasladada a pulso desde el Teatro Solís al Museo de Historia del Arte de la Intendencia Municipal de Montevideo a lo largo de 18 de Julio al son de una cuerda de tambores afrouruguayos?
Vaya a saber que cantidad de congéneres tienen estos personajes en nuestro medio y no lo sabemos. Mi recordada maestra escolar Bell Clavelli me decía siempre:  “Montevideo está lleno de momias” ¿se referiría a estas?.
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Esta es la reproducción del sarcófago de Amen-Nestawy-Nakht con quien me encuentro a diario.



viernes, 6 de septiembre de 2013


Cenizas al viento



Cuando se estrenó “Y la nave va” (1983) de Federico Fellini, muchos creyeron ver en la secuencia en que los amigos llevan a bordo de un barco de lujo en julio de 1914 las cenizas de la cantante de opera Tetua para ser esparcidas al mar y, en el momento de la operación, una ráfaga de inesperado viento los cubre con el polvo grisáceo-remanente tangible de la diva- una alusión directa a lo que aparentemente sucedió con María Callas en idénticas circunstancias.
María había fallecido en su departamento de Paris el 16 de septiembre de 1977- oficialmente de un ataque cardíaco- cuando aún no había cumplido los 54 años de edad, aunque esas circunstancias finales siguen siendo objeto de especulación y hay quienes dicen que su reclusión voluntaria-adonde nadie la veía por meses- fue un suicidio o un asesinato. Nunca se sabrá, y cada tanto aparecerá una nueva teoría descabellada o con visos de realidad.
Dos años después, en 1979,  un grupo de sus amigos íntimos llevó a bordo de un barco sus cenizas para ser esparcidas por el Egeo y, se dice, que en el preciso momento en que las tiraron al mar, una ráfaga de viento las devolvió a la nave y literalmente “bañó” a los presentes.
Hace poco leí que las cenizas del escritor y apasionado de la egiptología Terenci Moix fueron esparcidas en el Valle de los Reyes de Egipto según su última voluntad y que en el momento de la operación -que tuvo que hacerse en completo secreto porque está específicamente prohibido por las autoridades egipcias- una nube absolutamente improbable cruzó el sol oscureciendo por unos segundos el paisaje.¿Verdad?
¿Leyenda? Convengamos de todas formas en que no queda nada mal como parte de la historia.
Todo esto viene a cuento porque hace unas semanas una noticia-real- pasó por las redacciones de medio mundo sin mayor destaque.
Que no lo tiene, si no fuera por las consecuencias.
Un pequeño grupo de familiares se reunió en la isla de Gran Canaria para cumplir el último deseo de una joven fallecida poco tiempo antes. Que sus cenizas fueran esparcidas al mar.
Dejó expresa constancia de quienes quería que efectuaran la operación.
Se reunieron entonces en un paraje conocido como Las Salinas del Bufadero en el Municipio de Arucas, zona de acantilados en el norte de la isla, para hacer efectivo el deseo.
En el  momento mismo de la operación, se levantó inesperadamente una gran ola que arrastró a sus dos hermanos y a una prima hacia el mar.
Ante la mirada atónita del resto de los dolientes, los hermanos desaparecieron y la prima fue rescatada luego de grandes esfuerzos por parte de otro miembro de la familia.
Los tres habían sido designados por la difunta.
Es una magnífica historia para el cine. Especulemos. ¿Se los quiso llevar? ¿Fue una venganza desde el mas allá?¿Fue por amor u odio?
Si lo viéramos en una película nos costaría creerlo.
Viendo por segunda o tercera vez Good bye, Lenin (2003) en la escena final, el hijo lanza -dentro de un cohete de fabricación casera- sobre el Berlín unificado, las cenizas de esa madre que escondía tantas historias. Un hermosísimo fin para esa inteligente película que vale la pena ver y rever. Me consta que muchos/as pensaron que la escena no era creíble y sólo era una licencia metafórica del guionista.
 Con los ejemplos antes enunciados vemos que para nada lo es.
Vaya uno a saber por donde -en nuestro entorno más cotidiano- hay cenizas de conocidos o no. Y esto no es ni humor negro ni historia de terror, es realidad.
Tengo una tía- a quien adoraba- que quiso que sus cenizas fueran a dar al Rosedal del Prado. Y allí está, sin que se levantara viento o una nube tapara el sol.
Por Internet circulan ofrecimientos para llevar cenizas al espacio exterior o hasta el mismísimo suelo lunar (!), siempre que los dolientes tengan el dinero suficiente para pagar la costosa operación.
El problema es que exista vida en el más allá y en el crucial momento uno/a decida, como la joven canaria, tomar venganza o nos de un ataque de amor eterno. Habrá que tenerlo en cuenta a la hora de cumplir esas voluntades.
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Fotograma del film de Federico Fellini "E la nave vá" (1983)


Indocumentado.




Hace unos días, regresando desde New York en uno de esos vuelos en los que uno supone que han vendido hasta el último lugar disponible, y aún más, en el asiento de al lado venía un uruguayo que hacía 5 años no regresaba al país.  Estaba indocumentado y ello le coartaba la libertad de movimiento fuera de los Estados Unidos sin que su status fuera detectado por los equipos informáticos de los aeropuertos.
La historia se me disparó porque había visto en diferentes momentos- desde la preproducción al rodaje y hasta el estreno en el pasado festival de Punta del Este- de INDOCUMENTADOS (2004) de Leo Ricagni que enlaza con inteligencia y desde el alma varias historias de estas personas que se encuentran en una especie de limbo social. Sin ningún derecho, pocas o mínimas obligaciones y el terror constante de ser descubiertos y deportados.
Con mi ocasional compañero de vuelo establecimos una larga conversación en ese tono que sólo se logra en aviones y aeropuertos, sabiendo que con quien hablamos nunca más nos volveremos a ver ni a intercambiar palabra alguna. A veces, vaya uno a saber porque mecanismo, en estos lugares  se habla desde el alma y escucha de la misma manera, contándole a un extraño cosas que en la mayoría de los casos no haríamos con un compañero de trabajo por ejemplo.
Vamos a ponerle nombre y algunos lugares de ficción para una historia real.
“Carlos” volvía a Montevideo luego de 5 años. Se había ido por insistencia de un amigo que vivía- indocumentado- en Miami y le aseguraba casa, comida y contactos para conseguir fácilmente un trabajo, sólo le pedía un favor, que en el viaje le llevara a la novia- que estaba embarazada- y que no se animaba a viajar sola.
Carlos juntó dólar sobre dólar, vendió una camionetita con la que hacía fletes en su barrio de Jardines del Hipódromo y finalmente consiguió el dinero para el pasaje y un remanente de 300 dólares con los que comenzó su odisea.
Se puso en contacto con la novia de su amigo -a quien conocía poco o nada- y allá marcharon. No tuvieron problemas en la fatídica ventanilla de entrada – era el momento en que los uruguayos estábamos contemplados en el programa de exención de visa- retiraron el equipaje y salieron en el amanecer al sofocante calor que suele hacer en las afueras del Aeropuerto Internacional de Miami.
 No estaba el amigo.
Esperaron y esperaron y nada. Se hicieron miles de conjeturas: Le pasó algo, se durmió, se equivocó de hora…
Habían llevado anotada la dirección, por lo que decidieron tomar un taxi pero, como ninguno de los dos hablaba palabra de inglés y la mayoría de los taxistas  de allí dejaron de ser hispanos para ser haitianos, debieron preguntar a los gritos si había alguno que hablara español. Lo encontraron y llegaron a la casa del amigo.
No estaba.
Golpearon y nada, ni señal. Se sentaron en el pequeño jardín del frente de la casa a esperar. ¿Que otra cosa podían hacer?
A las dos horas, aparece el amigo que venía de una fiesta y ni se acordaba que venían... Saludos,  comentarios, que susto, no sabíamos que te había pasado y una situación inesperada. Le lleva a la novia el equipaje para la casa y cuando Carlos va a entrar el suyo, el amigo le dice “No mirá, lugar para vos no tengo, te agradezco  hayas traído a mi novia pero buscate otro lugar, porque aquí no te podés quedar…” Rabia, dolor, desamparo. ¿Qué sintió entonces?
Se fue con sus valijas (dos) y todo lo que tenía en el mundo en ese momento, a caminar bajo el sol ya alto y abrazante de la Florida.
Encontró un hotel de 30 dólares la noche y allá fue. En el mismo hotel conoció a un argentino a quien le contó lo que le sucedía. Este le sugirió la casa de un panameño que alquilaba piezas por U$S 50 a la semana. Se mudó al otro día. Eran piezas para cuatro y un baño para 16 personas, todos indocumentados.
Trató y trató de conseguir trabajo y nada, pasó una semana y otra y seguía en la misma. De los U$S300 al llegar ahora tenía solamente 70. Le dijo entonces al panameño de la pensión que por más que buscaba no conseguía trabajo alguno y que no podría pagarle la pensión otra semana más. El panameño le pidió que hiciera las valijas y se fuera.
Carlos entonces volvió a la calle. ¿Qué sintió entonces?
Durmió entre unos árboles del jardín de un hotel en el que trabajaba como guardia nocturno uno de los compañeros de pensión que le hizo de “pierna” de dejarlo. Su miedo más fuerte era que le robaran las valijas. Era todo lo que tenía. Al otro día volvió a encontrarse con el argentino que le había dado una mano en el comienzo. Había intercedido ante el panameño de la pensión y podía volver por una semana y pagar después. Y sucede entonces lo imprevisto, buscan un chofer para llevar una camioneta con indocumentados uruguayos hasta una localidad del estado de Georgia. Carlos sabía manejar bien y se ofrece. Le dan el trabajo, advirtiéndole que debe tener mucho cuidado porque no sólo él es un indocumentado sino que transporta indocumentados y un accidente podría significar la deportación de todos…Por supuesto que nunca supo quien lo contrató. Viajaba, volvía y le pagaban bien.
Comienza así un período de un año transportando uruguayos dos o tres veces por semana en grupos de tres o cuatro cada vez. Nunca supo adonde los llevaba. Los dejaba en ese pueblo adonde los recogía otra camioneta y seguían viaje.
Ahorró, se pudo mudar de la pensión del panameño a un apartamento muy chico con otros tres indocumentados, dos argentinos y  un chileno.
Y un día en que no tenía que viajar se sintió mal, muy mal. Tan mal que creyó morirse. Uno de sus compañeros lo llevó a una emergencia pública adonde lo tuvieron durante 6 horas sin atender-esperando- porque no tenía ni papeles ni cobertura médica alguna. Tenía un estrangulamiento intestinal que requería cirugía inmediata. Todos sus ahorros – U$S 5000 -no cubrían la tercera parte de la operación, luego de negociaciones con una administrativa cubana del hospital logró que lo operaran, a cambio de firmar una decena de papeles en los que se comprometía a pagar después,  cosa que hizo puntualmente.
¿Que sintió en ese momento?
Sale bien, se recupera en tiempo record y a la semana estaba nuevamente manejando la camioneta con indocumentados.
Regresando un día a Miami solo y pensando, decide mudarse de estado y ciudad. Había conocido a alguien de New Jersey  y volvió a confiar. No podía ir en avión porque le iban a pedir el pasaporte, fue en ómnibus Greyhound en un viaje interminable de un día, seis horas y quince minutos.
 Gracias a esta persona consiguió trabajo enseguida y no uno sino dos, de día trabaja en una sanitaria, de noche como mozo en una parrillada de un argentino. Se mudó por fin solo. Comenzó a comprar entonces- por primera vez desde su llegada-los muebles para su casa, la tele, una computadora con la que aún lucha y por consejo de un compañero de la parrillada contactó a un abogado.
Éste le comenzó a tramitar los papeles para darle finalmente una identidad. Y ahora, después de muchos meses y dinero, venía a Montevideo a buscar su visa de trabajo.
¿Qué sentía mientras miraba el Cerro desde el aire después de cinco años?
Piensa que una vez que tenga los papeles no volverá más al Uruguay.
“Tengo mi vida allá y me costó mucho tenerla” No cabe duda .
 Acá quedó su madre y una hermana a quienes espera llevarse pronto.
La última vez que vi a Carlos fue cuando llegamos al aeropuerto de Carrasco, traía dos valijas gigantes llenas de regalos. Lo pararon los funcionarios y lo estaban revisando. Nos despedimos con un “Chau, un gusto haberte conocido…”
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Poster original del film "INDOCUMENTADOS" de Leo Ricagni (2004),  colección del autor.