INTOLERANCIA CASI CENTENARIA
Tiene
98 años de filmada y sigue tan campante.
Es
que INTOLERANCIA (1916) de D. W. Griffith es una obra maestra que
perdurará en el tiempo como uno de esos clásicos del arte destinados a la
inmortalidad.
Resulta
por demás curioso que todo cinéfilo sepa de qué se habla cuando se menciona el
título pero -en proporción- sean muy pocos quienes la hayan visto en su
totalidad. No es fácil cuando las versiones más completas que se encuentran en
diversas cinematecas del mundo están entre los 179 y 197 minutos y hoy, ver una
película muda de esa extensión que cuenta 4 historias simultáneas de diversas
formas de la intolerancia no es una experiencia pensada- a priori- para público
masivo.
No
lo fue hace 98 años tampoco.
Griffith
venía de su consagración mundial con “El
nacimiento de una nación” (1915) que
le dio no sólo fama sino una fortuna cuantiosa que lo entronizó como “el
director más importante del mundo”, admirado por prácticamente todos los otros
realizadores, actores y actrices del momento, tuvo un momento en que se le
colocó como símbolo de la grandeza a la que podía llegar el “séptimo arte” en
general y Hollywood (naciente) en particular.
Vista
hoy, “El nacimiento de una nación”
resulta insoportable a nivel ideológico, con una defensa a ultranza del Ku Klux
Klan y en la que los blancos solamente son buenos y la población negra
norteamericana mala y perversa SALVO aquellos blancos pintados de negro que son
buenos y serviles… la mentalidad de la época en Estados Unidos la salvó (y la
convirtió en un suceso masivo) pero en el exterior las críticas fueron
terribles.
En
respuesta a ello es que concibe INTOLERANCIA.
Un fracaso de taquilla, fue (y es) de una complejidad narrativa tal que aún hoy
resulta increíble entender como fue capaz de concebir semejante epopeya.
Sobre
todo pensando que tuvo control de prácticamente todo lo concerniente a la
producción de la película, desde el guion ( con algunos subtitulados de Anita
Loos) al cuidado de escenografía y vestuario, y hasta la partitura musical que
debía acompañar la proyección (aquí con el apoyo del compositor Joseph Carl
Breil) y que ahora, en las versiones remasterizadas acompaña desde un órgano
(como era al uso en aquellos tiempos en esos cines enormes y de inspiración
egipcio/babilónica de Estados Unidos muchos de los cuales aún se conservan).
Son
cuatro relatos que se van enlazando en ritmo narrativo creciente: el asesinato
de los hugonotes en la “Noche de San Bartolomé” en la Francia de 1572, una
huelga y una falsa acusación de asesinato con posible pena de muerte en un
relato contemporáneo (para 1916) con “damas defensoras de la moral” incluidas,
la caída de Babilonia y del rey Baltasar por parte de un ataque de los persas
al mando de Ciro II en el 539 AC y la pasión de Jesús.
Cuando
se estrenó, Europa ya estaba siendo arrasada por la Primera guerra mundial y no
había tiempo para una película de tres horas, y el mercado norteamericano no se
interesó en estas historias.
Pero
realizadores de la talla de Eisenstein, Lev Kuleshov, Vertov y Pudovkin la
tomaron como una obra maestra a imitar.
Es
que Griffith llegó en algunas escenas a una perfección de imagen y composición
que pocas veces otro realizador logró.
Sin
los efectos digitales de hoy, en las escenas de multitudes llegó a tener más de
16000 figurantes y escenarios que superaron los 75 metros de altura (las
murallas de Babilonia).
Si
uno dice que Peter Jackson para la saga de “El señor de los anillos” (2001/2003) se inspiró directamente en los
ataques de los persas está en lo cierto aunque ocurriera más de 90 años después…
Vista
hoy, lo que más envejeció fue el estilo actoral que denota una perimida escuela
de “cine mudo” en la que las pasiones están exageradas hasta la parodia o la
simpatía y candidez linda la bobería.
Era
lo que gustaba entonces.
Ver
a Mae Marsh tratando de imitar a una “prostituta” de 1916 es muy gracioso o
mirar como es mostrada la supuesta ingenuidad corajuda de Constance Talmadge
como “la muchacha de la Montaña” en el relato de Babilonia sólo causa risa.
Se
salvan Robert Harron (que había protagonizado “El nacimiento de una nación”
y que luego de un desentendimiento con Griffith cayó en un pozo depresivo que
lo llevó muy joven al suicidio) y Lillian Gish como “la mujer que mece la cuna”
imagen inolvidable.
El
5 de septiembre de 1916 tuvo lugar su estreno mundial, pocas películas en la
historia podrán decir -98 años después- que aún logran conmover.
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Fotograma tomado desde un globo aerostático de la escena más famosa previa a la Caída de Babilonia (1916) |