viernes, 25 de octubre de 2013


Mi encuentro con Sinatra


Las anécdotas inolvidables hay que contarlas en todos sus detalles “a la Proust”, digamos.
El 28 de enero de 1994 no fue un día más para mí ni lo sería el sábado 29.
Mi jefa de entonces, de nombre Lou Curles, vino hasta mi oficina y me dijo desde la puerta: “Ni Ted ni Jane pueden ir al recital,  así que nos regalaron sus entradas. Tenemos que ir…”
Ted era Turner, Jane era Fonda, y las entradas eran para el recital que daba Frank Sinatra en el Omni Arena de Atlanta, al lado del cuartel central de CNN.

Un sueño hecho realidad
Desde hacía semanas no quedaba un solo lugar para  ver y escuchar a “La voz” en lo que se suponía iba a ser su última presentación en la ciudad, por su edad y porque así lo había anunciado. Lo fue.
Debo confesar que no era un fanático especialmente fuerte de Sinatra pero tener la posibilidad de verlo allí era una oportunidad de oro que no podía dejar pasar. ¡Era ver a la leyenda en vivo!  Y ya sabemos que cada día quedan menos leyendas vivas…
Fui con todas las prevenciones posibles porque Lou (que lo había visto en cada presentación en Atlanta desde los años 60) me había advertido que ya no cantaba igual, que le costaba “calentar la voz”, que jamás hacía un bis y que no saludaba al final.
Todo fue así.
Estábamos en la primera fila de lo que normalmente era un gran estadio de basketball. Un enorme cuadrado muy parecido a un ring de box en el medio y sobre un costado la gran orquesta (dirigida por F. Sinatra Jr.).
Cuatro televisores gigantes, uno en cada ángulo,  iban a pasar en caracteres descomunales la letra de las canciones y cada texto que Frank decía en escena.

El show, el miedo y después…
El recital comenzó puntualmente con aquella orquesta – que teníamos al lado- sonando con tutti, estremecedor efecto.
Se hizo la oscuridad  y cuando se encendieron fulgurantes luces, ya estaba él en el centro del escenario.
En uno de los costados una mesa alta y de diámetro pequeño, tenía una botella de whisky, una hielera y un vaso de cristal.
Cuando Sinatra comenzó a cantar, me dije a mi mismo “¿para qué vine a destruir un mito?”
Lou, leyó mi pensamiento, me dijo, “sólo espera a que baje un poco el whisky de la botella” y en efecto, en orden perfectamente proporcional al consumo, mejoraba la voz. Era estar asistiendo a un milagro en vivo y a pocos metros…
Al decir “estoy muy contento de estar en….” Las pantallas que le daban “letra” titilaban furiosamente con “ATLANTA” en todos los colores posibles, nunca pudo decirlo por lo que optó,  sabiamente por completar la frase, luego de muchos segundos con “…en esta ciudad”, lo que fue recibido con una ovación.
Una chica apareció corriendo y le acercó un ramo de rosas rojas del cual él sacó una y se la colocó en el ojal de su smoking (luego me iba a enterar que era algo que formaba parte del show).
Con su bisoñé gris, su maquillaje fuerte y de color tostado Bahamas resaltaban más sus ojos azules, ya apagados por los años.
Promediando los 45 minutos del espectáculo ya su voz era la de las ultimas grabaciones y al terminar con “New York, New York” la audiencia  (incluyendo a Lou y a mi) delirábamos con razón.

Un poquito de historia
Francis Albert Sinatra, nacido en Hoboken el 12 de diciembre de 1915 había cantado profesionalmente en 7 décadas distintas.
Fue protagonista de los romances más sonados de su época,  con Ava Gardner o Lana Turner,  Judy Gardland o Kim Novak, Lauren Bacall o Mia Farrow y Grace Kelly, según pasaban los años.
Su amistad y posterior ruptura con John F. Kennedy era parte de la historia. Sus actuaciones en “Leven anclas”(1945), “Un día en Nueva York” (1949) , “De aquí a la eternidad”(1953) o “El hombre del brazo de oro”(1955) lo habían inmortalizado en el cine.
Sus-nunca probados por el FBI- vínculos con la mafia eran un secreto a voces que le daba cierto encanto canalla.
Fue un intuitivo talentoso como pocos, jamás estudió, amenazó varias veces con abandonarlo todo y nunca lo hizo. Su vida era cantar y reinventarse.
Cuando lo vi en Atlanta,  aún le quedaban 4 años de vida.
Evidentemente cantaba por gusto y no por necesidad.
Era, desde hacía mucho tiempo, inmensamente rico.
Fue el primer cantante popular que aprendió- a puro instinto- a “cantar para el micrófono”- y a utilizar la tecnología existente o por existir, a su favor en el escenario.
Fue el líder natural del “Rat Pack” grupo legendario que incluyó a Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop además de una única “invitada” mujer, Shirley MacLaine.
Sus andanzas ya son leyenda.
Aquella noche de enero de 1994,  luego de las últimas notas de su canción de despedida  se hizo un apagón total, la orquesta -con diminutas luces sobre los atriles que semejaban un extraño pueblo fantasma- siguió tocando con bravura, él desapareció sin darnos cuenta, llevado por un grupo de asistentes ciclópeos que lo rodearon, para no regresar.
Me ardían las manos de tanto aplaudir, miré la botella de whisky sobre el escenario.
Estaba vacía.
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Frank Sinatra c.1960