viernes, 10 de enero de 2014

Insoportable, traicionero,  talentoso y suicida.


Hace ya unos cuantos años, dirigiendo una sala teatral,  se me ocurrió programar una serie semanal de lecturas con varias primeras figuras de entonces.
Asì desfilaron- entre muchos otros/as- Alberto Candeau (leyendo el discurso de aceptación del Nobel de William Faulkner), Enrique Guarnero ( leyendo a Edgar Allan Poe), Maruja Santillo ( leyendo a Gertrude Steir), Estela Medina ( Emily Dickinson), Armando Halty (Norman Mailer) y Luis Bebe Cerminara leyendo a Truman Capote.
Me costó bastante convencerlo porque según Cerminara , “Capote es un ser inaguantable”….Le proporcioné varios textos de “Música para camaleones” hasta que finalmente me dijo,” bueno, lo hago”, sin imaginar por un instante que esa lectura casi forzada se transformaría luego en su espectáculo “Haciendo Capote” que hizo por todo el país  y el extranjero por varios años con singular éxito. 
Fui testigo directo de que un teatro repleto lo aplaudiera de pie en Asunción del Paraguay al terminar una función. Bebe Cerminara había encontrado uno de los personajes de su vida aunque nada tuviera que ver con él.
Capote vivía todavía,  pero ya en estado semi-retirado, aún no había cumplido los 58 años en ese entonces.

La película y el personaje real
Ante el  film CAPOTE (2005)  con la notable y merecidamente premiada actuación de Phillip Seymour Hoffman no pude menos que recordar aquella primera conversación en que traté de convencer a Cerminara (otro actor fuera de serie) de aceptar al personaje…
Dicen, quienes le conocieron cercanamente que realmente era insoportable su voz y sus actitudes que fluctuaban entre un amaneramiento risible y un egocentrismo llevado al máximo posible. 
En la película, en medio de una de las tantas reuniones sociales a las que asiste al verlo hablar con un cigarrillo en una mano y una copa en la otra,  un personaje dice” estamos presenciando el nacimiento de un romance apasionado: Capote enloqueciendo por Capote”.
Hoy sabemos- y la película no deja duda al respecto- que no dudó en traicionar a los asesinos de la familia de Holcomb, Kansas para escribir su obra maestra “A sangre fría” considerada como uno de los primeros ejemplos de “relato periodístico mezclado con elementos de la mejor narrativa”.
Repartió dinero para conseguir permisos especiales, dilaciones de sentencias, también desoyó clamores o decenas de cartas pidiendo ayuda, mintió diciendo que “todavía no he escrito una palabra” cuando ya había ofrecido muy comentadas “lecturas públicas” de su relato.
Su extraña amistad con el asesino Perry Smith (con el otro, Richard “Dick” Hickock no simpatizaron mutuamente desde el comienzo), es un enigma aunque dijo sentirse casi “hermanado por sus orígenes familiares parecidos”.
Luego se impacientó hasta la histeria cuando pasaban los años y no los ejecutaban. 
El crimen se cometió en 1959, los ejecutaron en 1965 y la novela se editó en 1966.
Acertadamente, en el final de la proyección se lee un cartel que dice que Capone no escribió otra novela posterior. Fueron sólo relatos.

El relato y la muerte civil
Y cometió un pecado que a la corta (que no a la larga...) le significaría un (casi) suicidio social.
Luego de la publicación de “A sangre frìa” dedicò varios  meses a preparar su célebre fiesta “en blanco y negro” que ofreció en el Waldorf Astoria de Nueva Cork. 
Fue la nota aguda de su vida…
Viajaba por el Mediterráneo en lujosos yates, era amigo de Jackeline Kennedy, Elizabeth Taylor, lo fue de Marilyn y hasta de Greta Garbo ( la anécdota -real- del apaleamiento de uno de sus mucamos que osó arreglar un almohadón de su casa en el que había quedado marcada la anatomía de la Garbo integraba la selección de Cerminara). 
Se trataba con Chaplin y Oona O`Neill pero también  se veía y frecuentaba a Cocteau, Mishima y hasta a Albert Camus.
Pero nada parecía importarle en el mundo más que si mismo. 
Hasta que un día decidió jugar a Proust – a quien admiraba-  y comenzar a escribir una serie de relatos que conformarían una novela que, a la manera de “En busca del tiempo perdido” retratarían , sin mucho disimulo, a las más conocidas figuras de la sociedad neoyorkina con todas sus miserias, defectos y pocas virtudes.
Cuando publicó como adelanto en 1975,  en la revista Esquire “La Cote Basque” aquellas personas que le festejaban cada insolencia, cada chisme dicho a los gritos, cada risotada chillona le dio la espalda. 
Nunca más fue recibido en sus casas, nunca más fue invitado a ningún crucero por las islas griegas. 
Le declararon la muerte civil.  
No fue difícil, él nunca había hablado bien de nadie en ningún lado, por lo que  tampoco tuvo defensores.

Un fin a medida
Fue el comienzo del fin para Capote, que se hundió cada vez más y más en el alcohol y las pastillas.
No pudo escribir una frase mas y su fortuna-que era considerable- fue consumiéndose rápidamente entre internaciones, hoteles en los que se recluía para no ver a nadie aunque no tuviera persona que lo llamara o quisiera ver y gastos absurdos.
Murió el 26 de agosto de 1984 a las 12:21 del mediodía.
Dice la leyenda que dijo a quien estaba a su lado “Si te importo, no hagas nada…déjame ir”. Tenía 59 años y pronto cumpliría los 60.
Tal vez lo mató su propio resplandor, una sobredosis de vanidad mezclada con litros de vodka o el haberse dado cuenta finalmente de que de aquel jovencito rubio,  ingenioso y talentoso que fue- y pensaba seguir siendo- sólo quedaba una patética sombra. 
Nunca se sabrá la verdad, se fue con él, aunque  difícilmente la admitiera...
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Truman Capote en su dorada juventud c.1956