viernes, 6 de junio de 2014

La cantante de las frutas en la cabeza.

El mero enunciado de la frase que da título a esta columna remitía, hasta hace unos años, a una sola persona: Carmen Miranda.

Esa mujer de estatura pequeña (medía 1metro 52 centímetros) trepada a imposibles plataformas y con un vestuario lindante con un escaparate más parecido a un decoradísimo árbol navideño del Caribe que a una tendencia en la moda,  fue sin embargo y  por años,  imitada, copiada, plagiada...pero nunca igualada.

Desde sus movimientos de brazos a sus extravagantes turbantes enjardinados, salieron vestidos “a la Carmen Miranda” desde dibujos animados hasta el que fuera el Brad Pitt de los años 40, aunque cueste hoy creerlo, Mickey Rooney, recientemente fallecido.
Carmen había nacido en Portugal en 1908 pero vino siendo bebé a Río de Janeiro junto a sus padres y hermana mayor.

Su figura, gustó mucho a los hombres desde jovencita y a ello se sumó que por entonces las bajitas de mucho busto se pusieron de moda y ella, que reunía todas esas características, más un enorme encanto personal,  tenía el camino abierto al éxito en el mundo del espectáculo al que supo desde niña, que quería pertenecer.

Hoy sabemos que cuando tenía 21 años ya era una estrella, en la escala que le permitía el Brasil de entonces, que en 1931 debutó con su hermana Aurora        (como las “Hermanas Miranda”) en Buenos Aires y que al año siguiente –ya vestida con bananas y trepada a las plataformas-según se dice de su invención- su fama comenzó a llegar al centro mundial del espectáculo de entonces: Nueva York.
Pero no será hasta 1939 (con 31 años)  en que el legendario empresario teatral Lee Shubert le haga dar el gran salto a Broadway y luego a Hollywood.
La simpática y entradora “brasilera de las frutas” comenzaba su camino a la fama universal. Su primer gran éxito – que se transformaría en su caballito de batalla- fue la canción  “South American Way”.

En 1940, menos de un año después de su llegada a EEUU debutaba en Hollywood con “Aquella noche en Río” acompañada de verdaderas estrellas de entonces como Don Ameche y Alice Faye y ya nadie la pararía en otras producciones como “Al compás de dos corazones” (1941) otra vez con Don Ameche y esta vez Betty Grable, “A la Habana me voy” (1941), con John Payne, Alice Faye y César Romero o “Mi secretaria brasileña” (1942) con Betty Grable y John Payne.

Es muy curioso, pero siguiendo su filmografía,  rodó casi siempre con el mismo circuito de actores y actrices y en papeles secundarios.
Para su biografía oficial se había sacado 4 años y su ritmo de trabajo era tan intenso (entre películas, teatros, night clubs y audiciones de radio) que comenzó a consumir anfetaminas que en esos años no eran consideradas ni una droga malsana ni adictivas.

Tuvo incontables romances pero todo indica que no fue feliz.
Parece ser que su legendaria “fogosa latinidad “fue cierta y alguien llegó a decir- en traducción libre- que “no dejó títere con cabeza”.
A las anfetaminas regulares se van a sumas somníferos para “bajar” las revoluciones, luego una botella whisky diaria y no menos de un paquete de cigarrillos en el mismo período de horas…

Padeció dos o tres abortos espontáneos por su terrible e inhumano trabajo día y noche y eso la sumió en profundísimos estados depresivos de los que creía salir consumiendo más pastillas de todo tipo.

Ganaba verdaderas fortunas pero no era feliz, llegó a ser una de las estrellas mejor pagas de los estudios, pero ese dinero no logró comprarle felicidad ni paz.

En Montevideo se estrenaron 13 de sus películas, siendo la última “Muertos de miedo” (1953) compartiendo cartel con Dean Martin y Jerry Lewis.
Y años después,  tal vez alguien la “descubrió” en uno de sus más exóticos números cinematográficos (el de las bananas gigantes) en la recopilación “Érase una vez en Hollywood” (1998).

Yo nunca vi un film completo con Carmen Miranda pero todo me indica que siempre hizo el mismo papel, terriblemente criticado por los sectores intelectuales sudamericanos que la consideraron el ejemplo paradigmático de “la perfecta representante de las repúblicas bananeras al gusto de la política norteamericana del buen vecino”. Hoy, su talento está fuera de ese dictamen que fue casi un dogma,

Pero desde que  vi el documental “Bananas is my Business” (1994) dirigido por Helena Solberg  no pude sacar de mi cabeza la última imagen filmada de Carmen con vida.
Luego de una participación- parodiándose a sí misma- en el Show televisivo de Jimmy Durante el 4 de agosto de 1955 sale riendo- en realidad con una mueca forzada- por una puerta de decorado al paso de un baile.

Al llegar al camarín a  pocos metros, sufrió un ataque cardíaco del que no fueron consientes ni ella,  ni su entorno. Se cambió de ropa y  el chofer la llevó  a su casa donde tendrá un segundo ataque en su dormitorio de la planta alta de su casa, mientras abajo, en el gran salón junto a la piscina, se celebraba una de sus -casi -diarias fiestas.

Murió sola y se dieron cuenta horas después cuando los invitados ya se retiraban y la buscaron para saludarla.

Ya estaba cayendo en la autoparodia, su humor y sus canciones ya habían pasado de moda, resultaba poco graciosa y hasta ridícula para las generaciones de entonces.
Uno de sus biógrafos escribió, “Mejor así, Carmen murió sola pero sin tener conciencia de que ya había muerto hacía tiempo en el gusto del gran público…”

A su entierro en Río de Janeiro,  asistieron medio millón de personas.
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Carmen Miranda en su esplendor " Ente la rubia y la morena"(The Gang´s all Here) dirigida por Busby Berkeley, 1943