JULIO SOSA, un macho oriental con olor a limpio y con gusto a muerte...
Julio
María Sosa Venturini nació en Las Piedras, el 2 de febrero de 1926, en el
seno de un hogar muy pobre y humilde, donde faltaban muchas cosas menos
cariño y amor. Gente honrada y trabajadora. Don Luciano Sosa, el padre, era
peón de campo y su madre, Doña Ana María Venturini, lavandera.
En
Las Piedras hizo la escuela primaria con ciertas intermitencias, ya que la
precariedad económica de la familia lo obligó a trabajar desde niño, realizando distintas
actividades, fue: lustrabotas, repartidor de farmacia, vendedor de rifas,
canillita, podador municipal de árboles, lavador de vagones, guarda
y cobrador. Llegando en su adolescencia a ser marinero de segunda en la Aviación Naval ,
carrera en la que duró muy poco al no resistir su espíritu libre y la
severidad requerida.
Todo
lo realizado para ganarse la vida no le impidió a Julio Sosa dedicar cada
momento libre a su verdadera vocación: el tango.
En
1942, comenzó a recorrer cafés y boliches cantando como aficionado, entre ellos:
"Luces del Canelón Chico", de Montevideo.
Tras
ganar un concurso se inicia como vocalista en la orquesta de Carlos Gilardoni,
pero formara también parte de las agrupaciones de Epifanio Chiarín, Hugo Di
Carlo, Edelmiro "Toto" da Mario y Luis Carusso entre otros.
Buenos Aires, el comienzo del
triunfo
El
paso siguiente era ir a la “reina del plata”; cruzar el charco y llegar a
Buenos Aires.
Y
así fue, el 15 de junio de 1949, con 23 años, Julio Sosa llegó a Buenos Aires
en el vapor de la carrera.
Tomó
un taxi con un papel en la mano, con una dirección que traía desde Montevideo
como único contacto.
El
taxista, dice la leyenda, conmovido por las historias del joven que venía a
triunfar, lo llevó, sin cobrarle el viaje, a distintos lugares de tango
donde eventualmente le podía salir algún trabajito.
Años
más tarde, cuando Julio ya era una estrella, hizo una llamada por la televisión
pidiendo que aquel taximetrista se presentara, quería volver a verlo y
agradecerle. Nunca se presentó nadie.
Como
es leyenda, tal vez fue su ángel de la guarda.
En
Buenos Aires el éxito no tardó en llegar. Integró distintas orquestas,
recorriendo radios, fiestas, bailes. Cantó inicialmente en el café Los Andes,
en la Chacarita ,
y al poco tiempo se integró a la orquesta de Enrique Mario Franzini y Armando
Pontier, realizando con ellos su primera presentación oficial el 1° de abril de
1949, en la boite Picadilly de la Avenida Corrientes.
Desde
ese momento se va a ir consolidando su situación económica y comenzó a grabar;
había nacido una estrella.
En
1953 lo encontramos integrando la orquesta de Francisco Rotundo.
Realizaba
con ellos versiones memorables para audiciones radiales y presentaciones en
vivo por toda Buenos Aires.
Cambalache lo corona rey
En 1955, el
año de la autoproclamada “Revolución Libertadora” que sacó a Perón del
poder, se incorporó a la orquesta de Pontier, ya alejado de Franzini, con quien
va a grabar un clásico: "Cambalache". Se ha dicho que es la mejor
versión de este clásico existente.
En
1958 se independiza, y bajo la dirección y los arreglos del
bandoneonista Leopoldo Federico, forma su propia agrupación con la cual
se luce día a día y con la que desde 1961 se convertirá en la gran
estrella tanguera del sello Columbia. El tango venía en baja para la multinacional discográfica y Sosa lo reactivó de manera espectacular. Este dato no pasó desapercibido a sus directivos.
Julio versus El Club del Clan
Julio versus El Club del Clan
Tiene,
del otro lado, enfrentados, a un grupo
que era un éxito fenomenal entre los jóvenes ya no sólo de Argentina sino de
media América del Sur en ese momento, El
Club del Clan, sin embargo él se impone.
Producto
absolutamente comercial y exitoso si los hubo, el grupo de jóvenes liderado por
Palito Ortega, Violeta Rivas y Johnny Tedesco no quiso dejar de lado al tango y
le puso como “competencia” a un pibe de nombre Néstor Fabián.
Julio
Sosa se lo comió crudo, era imposible competirle en ese tiempo.
Su
popularidad era transversal a todas las edades. Y el apoyo de la Columbia, que lo protegía como su estrella más vendedora,
también hizo lo suyo al darle, como a
pocos del ambiente del tango, un destaque promocional de niveles superiores.
Es
por esos años que el periodista argentino Ricardo Gaspari lo bautizó como
"el varón del tango", apodo con el cual se le conocerá desde
entonces.
Será
así el último cantor a la vieja usanza, de carácter extrovertido, fuerte
temperamento, registros graves y gran capacidad de adaptarse al humor o al
drama, desarrollando un estilo inconfundible que va a cosechar multitud de
seguidores.
Julio
Sosa contó con muchas de las canciones del repertorio de Carlos
Gardel, pero las adaptó notablemente a su estilo, rescatando el típico
personaje de tango, el macho de los suburbios que sufre y se aguanta con
melancolía, con honor y por qué no en el caso de Julio, con mucha poesía.
En
1960 edita su único libro de poemas: Dos
horas antes del alba que mucho tiempo después (2009) se convertiría en un
CD grabado por el actor Luis Brandoni.
En
el 64 saltó al cine con una película de Hugo Del Carril, Buenas noches, Buenos Aires, donde interpreta "El
Firulete" mientras baila con la
legendaria Beba Bidart. Fue su única participación en este medio. No era actor,
era cantor.
De lo que no se habla
En
su vida privada, de la que jamás se habla entre sus seguidores, se casó muy joven (a los 16 años) con Aída Acosta, de quien se separaría en 1940. En 1948 se
volvió a casar, esta vez con Edith Ulfed naciendo de esta unión su única hija,
Ana María, nacida el 14 de agosto de 1952.
Se
volvió a separar, para unirse en junio
de 1959 a Beba (Susana) Merighi quien le
acompañará hasta el fin de su vida y de quien dijo “es la compañera de mis
éxitos y de mis amarguras”.
Sus
relaciones amorosas fueron tormentosas, temperamentales , tal vez... y hoy serían calificadas como violentas,
pero su personalidad de "macho recio" a la usanza de esos años, se imponía también fuera del escenario.
Así lo aceptaron sus seguidores en tiempos en que la farándula no se interesaba por la vida personal de los artistas, como hoy.
Así lo aceptaron sus seguidores en tiempos en que la farándula no se interesaba por la vida personal de los artistas, como hoy.
La muerte, esa implacable, y el
comienzo de la leyenda
Fanático
con locura de los automóviles y la velocidad, Julio
Sosa sufrió accidentes con resultados variados, hasta que llegamos a
la madrugada del 25 de noviembre de 1964, a la esquina de Figueroa Alcorta y
Mariscal Castilla, en el porteño barrio de Palermo, donde con su auto DKW rojo
embiste una baliza de señalización. Fue internado con un cuadro irreversible.
Falleció
el 26 de noviembre a las 9:30 de la mañana. Julio tenía entonces 38 años y
estaba en la cumbre de su fama.
La
masiva concurrencia al velatorio del varón
del tango forzó que la despedida terminara en el Luna Park, lugar
legendario por el que también pasaron los restos de Carlos
Gardel. Para el anecdotario y la leyenda, apenas 2 días antes de su
muerte, en una radio bonaerense había interpretado ‘La Gayola ’, que en una parte
de la letra dice: “pa' que no me falten flores cuando esté ya en el
cajón".
Fue
llorado por dos pueblos: el argentino y el uruguayo. Siendo una verdadera
insignia de la historia del tango, su voz; esa voz que permanece perfecta,
presente y vital en las grabaciones y los corazones de los que lo conocieron en
su esplendor ó quienes lo están descubriendo con asombro, porque Julio, 49
años después de su partida de este mundo, como a "El Mago" se le pueda decir
sin temor que “cada día canta mejor”.
El poeta
Su
libro de poemas DOS HORAS ANTES DEL ALBA se agotó en los días siguientes a su
muerte y no ha sido reeditado en papel. Hoy se encuentra fácilmente en formato
digital en varias páginas web desde donde puede descargarse gratuitamente en su
totalidad.
Aquí
uno de sus poemas más conocidos:
SOLEDAD
Hoy el sol ha golpeado con sus cálidos dedos
los cristales opacos de mi vieja ventana.
Dos gotas temblorosas del nocturno rocío
desde el vidrio me miran en la tibia mañana.
Todo es luz y alegría, y color y sonido,
todo es vida en el campo. Precursora de estío
primavera ha llegado con dorados pinceles
decorando las flores, alegrando los nidos.
Derraman los panales el amor de sus mieles
que acechan cautelosos zagales escondidos.
Vuela rauda una alondra transportando en el pico
la razón de su vida hacia el verde follaje
y vibrando hacia el cielo su invisible cordaje
se oye grave y sonora la garganta del río.
Dos cachorros lebreles se disputan la presa
matizando la lucha con viriles gruñidos
todo es luz y alegría y color y sonido,
Primavera ha llegado y al entrar en mi pieza
se detuvo indecisa; la ahuyentó mi tristeza.
Más allá de mi puerta ya no hay más flores mustias.
Primavera ha llegado pero entrar no ha querido
porque ha visto, en mi angustia, que tú ya te habías ido...
Hoy el sol ha golpeado con sus cálidos dedos
los cristales opacos de mi vieja ventana.
Dos gotas temblorosas del nocturno rocío
desde el vidrio me miran en la tibia mañana.
Todo es luz y alegría, y color y sonido,
todo es vida en el campo. Precursora de estío
primavera ha llegado con dorados pinceles
decorando las flores, alegrando los nidos.
Derraman los panales el amor de sus mieles
que acechan cautelosos zagales escondidos.
Vuela rauda una alondra transportando en el pico
la razón de su vida hacia el verde follaje
y vibrando hacia el cielo su invisible cordaje
se oye grave y sonora la garganta del río.
Dos cachorros lebreles se disputan la presa
matizando la lucha con viriles gruñidos
todo es luz y alegría y color y sonido,
Primavera ha llegado y al entrar en mi pieza
se detuvo indecisa; la ahuyentó mi tristeza.
Más allá de mi puerta ya no hay más flores mustias.
Primavera ha llegado pero entrar no ha querido
porque ha visto, en mi angustia, que tú ya te habías ido...
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