viernes, 25 de octubre de 2013


Mi encuentro con Sinatra


Las anécdotas inolvidables hay que contarlas en todos sus detalles “a la Proust”, digamos.
El 28 de enero de 1994 no fue un día más para mí ni lo sería el sábado 29.
Mi jefa de entonces, de nombre Lou Curles, vino hasta mi oficina y me dijo desde la puerta: “Ni Ted ni Jane pueden ir al recital,  así que nos regalaron sus entradas. Tenemos que ir…”
Ted era Turner, Jane era Fonda, y las entradas eran para el recital que daba Frank Sinatra en el Omni Arena de Atlanta, al lado del cuartel central de CNN.

Un sueño hecho realidad
Desde hacía semanas no quedaba un solo lugar para  ver y escuchar a “La voz” en lo que se suponía iba a ser su última presentación en la ciudad, por su edad y porque así lo había anunciado. Lo fue.
Debo confesar que no era un fanático especialmente fuerte de Sinatra pero tener la posibilidad de verlo allí era una oportunidad de oro que no podía dejar pasar. ¡Era ver a la leyenda en vivo!  Y ya sabemos que cada día quedan menos leyendas vivas…
Fui con todas las prevenciones posibles porque Lou (que lo había visto en cada presentación en Atlanta desde los años 60) me había advertido que ya no cantaba igual, que le costaba “calentar la voz”, que jamás hacía un bis y que no saludaba al final.
Todo fue así.
Estábamos en la primera fila de lo que normalmente era un gran estadio de basketball. Un enorme cuadrado muy parecido a un ring de box en el medio y sobre un costado la gran orquesta (dirigida por F. Sinatra Jr.).
Cuatro televisores gigantes, uno en cada ángulo,  iban a pasar en caracteres descomunales la letra de las canciones y cada texto que Frank decía en escena.

El show, el miedo y después…
El recital comenzó puntualmente con aquella orquesta – que teníamos al lado- sonando con tutti, estremecedor efecto.
Se hizo la oscuridad  y cuando se encendieron fulgurantes luces, ya estaba él en el centro del escenario.
En uno de los costados una mesa alta y de diámetro pequeño, tenía una botella de whisky, una hielera y un vaso de cristal.
Cuando Sinatra comenzó a cantar, me dije a mi mismo “¿para qué vine a destruir un mito?”
Lou, leyó mi pensamiento, me dijo, “sólo espera a que baje un poco el whisky de la botella” y en efecto, en orden perfectamente proporcional al consumo, mejoraba la voz. Era estar asistiendo a un milagro en vivo y a pocos metros…
Al decir “estoy muy contento de estar en….” Las pantallas que le daban “letra” titilaban furiosamente con “ATLANTA” en todos los colores posibles, nunca pudo decirlo por lo que optó,  sabiamente por completar la frase, luego de muchos segundos con “…en esta ciudad”, lo que fue recibido con una ovación.
Una chica apareció corriendo y le acercó un ramo de rosas rojas del cual él sacó una y se la colocó en el ojal de su smoking (luego me iba a enterar que era algo que formaba parte del show).
Con su bisoñé gris, su maquillaje fuerte y de color tostado Bahamas resaltaban más sus ojos azules, ya apagados por los años.
Promediando los 45 minutos del espectáculo ya su voz era la de las ultimas grabaciones y al terminar con “New York, New York” la audiencia  (incluyendo a Lou y a mi) delirábamos con razón.

Un poquito de historia
Francis Albert Sinatra, nacido en Hoboken el 12 de diciembre de 1915 había cantado profesionalmente en 7 décadas distintas.
Fue protagonista de los romances más sonados de su época,  con Ava Gardner o Lana Turner,  Judy Gardland o Kim Novak, Lauren Bacall o Mia Farrow y Grace Kelly, según pasaban los años.
Su amistad y posterior ruptura con John F. Kennedy era parte de la historia. Sus actuaciones en “Leven anclas”(1945), “Un día en Nueva York” (1949) , “De aquí a la eternidad”(1953) o “El hombre del brazo de oro”(1955) lo habían inmortalizado en el cine.
Sus-nunca probados por el FBI- vínculos con la mafia eran un secreto a voces que le daba cierto encanto canalla.
Fue un intuitivo talentoso como pocos, jamás estudió, amenazó varias veces con abandonarlo todo y nunca lo hizo. Su vida era cantar y reinventarse.
Cuando lo vi en Atlanta,  aún le quedaban 4 años de vida.
Evidentemente cantaba por gusto y no por necesidad.
Era, desde hacía mucho tiempo, inmensamente rico.
Fue el primer cantante popular que aprendió- a puro instinto- a “cantar para el micrófono”- y a utilizar la tecnología existente o por existir, a su favor en el escenario.
Fue el líder natural del “Rat Pack” grupo legendario que incluyó a Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop además de una única “invitada” mujer, Shirley MacLaine.
Sus andanzas ya son leyenda.
Aquella noche de enero de 1994,  luego de las últimas notas de su canción de despedida  se hizo un apagón total, la orquesta -con diminutas luces sobre los atriles que semejaban un extraño pueblo fantasma- siguió tocando con bravura, él desapareció sin darnos cuenta, llevado por un grupo de asistentes ciclópeos que lo rodearon, para no regresar.
Me ardían las manos de tanto aplaudir, miré la botella de whisky sobre el escenario.
Estaba vacía.
Copyright © EM
Frank Sinatra c.1960



viernes, 18 de octubre de 2013

La emperatriz Eugenia: un siglo de vida en la Historia


Cuenta la documentación de la época que pocos días antes de la caída del Segundo Imperio en 1871, la emperatriz Eugenia, recluida en sus lujosas habitaciones de las Tullerías al  enterarse de que su esposo Napoleón III había capitulado gritó ¡Un Napoleón no capitula! negándose de inmediato a abdicar ante la delegación de diputados que la visitaba a esos efectos.
Eugenia igual tuvo que huir de París junto a su fiel lectora,  Madame Le Breton en un coche de alquiler.
Al preguntarle luego que sintió en esos momentos contestó “No tenía miedo a la muerte, temía a las mujerzuelas de Paris. Me las imaginaba levantándome las faldas y riendo ferozmente…”

Los antecedentes
Eugenia era  condesa de Teba, nacida el 5 de mayo de 1826 en Granada y bautizada con los nombres de María Eugenia Ignacia Agustina Palafox de Guzmán Portocarrero y Kirkpatrick. 
Su hermana María Francisca de Sales (que luego se casó con el duque de Alba) fue quien heredó el título de Montijo por lo que Eugenia era, en realidad condesa de Teba y baronesa de Quinto, lo cual no impidió que pasara a la historia con el nombre con que se la conoce.
Educada en París con una indeleble formación católica poco pudo imaginar de joven que llegaría a ser emperatriz de Francia.
Su matrimonio con Napoleón III fue muy resistido en varios círculos,  pero ella hizo oídos sordos a reclamos o chismes de todo tipo que rodearon desde el comienzo a su figura.
Se la define como de carácter fuerte, fácilmente irritable y que lograba casi siempre sus objetivos que llegaron a transformarla en la virtual gobernante del Imperio ante un marido lindando con lo pusilánime…

Violetas Imperiales: Eugenia en el cine
El cine se ha ocupado poco y mal de este personaje cuya sola mención evoca toda una época de esplendor personal.
Lo hizo tempranamente con la versión muda de “Violetas imperiales” (1924) con la célebre cupletera Raquel Meller en el papel protagónico,  que repetiría ya en la época sonora (1932) con el mismo título.
Violetas imperiales” cuenta la historia de Violeta, una gitana que le lee la mano a Eugenia y le predice “serás emperadora”. Llegada al trono, Eugenia la manda llamar a la corte y Violeta se convierte en su amiga y confidente.
La versión cinematográfica más famosa de este relato (que fue una obra teatral con canciones en el original) se filmó en 1952 con Carmen Sevilla como la gitana y la francesa Simone Valère (doblada por la actriz española Josefina de Luna) como Eugenia. 
En Montevideo fue un éxito fenomenal de taquilla,  estrenándose simultáneamente en dos salas céntricas, el Coventry y el Rex,  el 7 de Junio de 1953.
Antes,  el personaje había aparecido  en “Suez” (1938) en la que Tyrone Powers fue Ferdinand de Lesseps y Loretta Young la emperatriz. 
En 1942 su personaje estuvo en  “La contessa Castiglione”, producción italiana con María Pía Spini como Eugenia y en 1944 se filmó “Eugenia de Montijo” que tuvo un reparto con muy prestigiosos actores teatrales españoles encabezados por Amparo Ribelles como la protagonista. 
En 1973 se filmó en México “Aquellos años” sobre Benito Juárez y aparecía allí el personaje de Eugenia con la cara de la argentina Marcela López Rey (de fisonomía imposible para el papel). Hasta hoy,  el último registro fílmico de la emperatriz  (como personaje)  estuvo en la televisión francesa con la serie de 6 horas,  “L´homme de Suez” (1984) con la italiana María Rosaria Omaggio (una voluptuosa secretaria de los programas de la RAI) como la emperatriz.
La bibliografía tampoco es tan amplia e increíblemente es más lo que se habla del personaje que lo que se ha investigado seriamente sobre el mismo. Suele suceder.

Publicista de Vuitton
Uno de los acontecimientos que más se recuerda de su reinado es la inauguración del Canal de Suez de la que fue invitada especialísima. 
Hace unos años,  estando en El Cairo,  un informado guía me comentó admirado “toda esta avenida se hizo para la visita de la emperatriz Eugenia en 1869”. Todavía la recuerdan!
Fue ella quien  puso de moda en 1854 al artesano Louis Vuitton a quien adquiría sus baúles de viaje,  lo que significó el despegue mundial de esta empresa,  pues fue seguida por otras nobles europeas que prontamente pusieron de moda estos productos vigentes hasta hoy en día como símbolo de cierto status.
A fines de 1860 abandonó las faldas enormes por otras menos imponentes y todas las mujeres con cierto poder económico la siguieron en su tendencia. 

Las tragedias familiares
Empujó a su marido a guerras, secundó con pasión la desastrosa presencia de Maximiliano y Carlota en México, ocupó la regencia del Imperio varias veces y luego de la derrota de Napoleón III en Sedán partió al exilio en Inglaterra con la dignidad de una dama. Soportó las decenas de infidelidades de su marido, a veces contraatacando, a veces callando, a ella se le endilgaron romances- nunca probados- y la derrota unió a la pareja que parecía ya separada para siempre. 
Una foto de ambos de 1872 los muestra envejecidos y abatidos, de riguroso negro y ella con la cabeza inclinada hacia un Napoleón que trata de mantener una postura de dignidad sobreactuada. Vista hoy,  es una foto tristemente patética.
En 1879 murió su único hijo en África, y se empeñó en ir al lugar de la muerte del joven hasta lograrlo. Tal vez incidió en ello que Eugenia se sintiera culpable (debido a su feroz tacañería) se había negado a comprarle montura y arneses nuevos y su hijo tuvo que usar unos antiguos que prontamente se rompieron en pleno combate,  provocando la caía al suelo del joven, donde fue muerto por decenas de lanzas.
Desde su exilio inglés,  regresó varias veces a España, o navegaba sin rumbo fijo por el Mediterráneo en su yate L´Aiglon,  rodeada de servidumbre, algo a lo que jamás renunció.

Precavida y longeva
Había tenido la precaución de llevar consigo muchas alhajas que la mantuvieron rica hasta su muerte, que ocurrió en Madrid en 11 de julio de 1920 cuando tenía 94 años de edad,  siendo luego sepultada en Inglaterra.

Casi un siglo de vida para un personaje histórico con pocos antecedentes parecidos y cuya imagen,  inmortalizada en un magnífico cuadro de  Franz-Xaver Winterhalter junto a sus damas de corte,  se vende cada domingo en la feria de Tristán Narvaja de Montevideo desde hace años en las cantidades, tamaños, colores y formatos más insólitos,  vaya a uno a saber por que misteriosas razones.
Viendo este cuadro,  que le muestra en un esplendor casi del siglo XVIII,  cuesta creer que en las últimas décadas de su vida esta mujer tuvo:  luz eléctrica, habló por teléfono, anduvo en ascensor y escaleras mecánicas, escuchó música por radio, tuvo una colección de discos de opera y varios gramófonos, visitó rascacielos,  viajó en globo aerostático y en aeroplano.
Anduvo en ascensor y hasta utilizó escaleras mecánicas en tiendas de Londres....
Ella pasó por un siglo de historia europea y la Historia europea pasó por ella. Un logro para nada menor e impensable para la niña María Eugenia Ignacia Agustina.
Copyright © EM


La Emperatriz Eugenia rodeada de las damas de su corte, óleo de Franz Xaver Winterhalter pintado en 1855. (Château de Compiègne)
Eugenia de Montijo y su esposo Napoleón III en 1872 ( la historia de esta foto se cuenta en la nota)

Eugenia de Montijo c.1880

Reproducción del equipaje Louis Vuitton que llevó a la inauguración del Canal de Suez
Última foto de la Emperatriz Eugenia junto a su ahijada Victoria Eugenia,  Junio 1920 un mes antes de morir.

viernes, 11 de octubre de 2013

La suerte no se puede almacenar 
ROMY SCHNEIDER, IN MEMORIAM
 

Es muy probable que alguien que en este momento tenga menos de 30 años no sepa quien fue Romy Schneider. 
No basta que Almodóvar le dedicara “Todo sobre mi madre” (1999) o que François Ozon pusiera en un portarretrato su imagen en la casa donde transcurría “Ocho mujeres” (2001).
Muerta en 1982 luego de una carrera de casi 30 años en los que recorrió los más diversos géneros y trabajado con los más importantes directores de esa época,  sólo los cinéfilos mayorcitos la recordamos hoy.

Infancia complicada
Hija de padres actores, su destino de intérprete estaba casi asegurado antes de nacer. Especialmente porque su madre- un ser bastante terrible que fuera estrella de fama durante todo el nazismo- lo había dispuesto así.
El padre había abandonado a la familia tempranamente siguiendo a una amante- también actriz- en un hecho que marcará para siempre la vida de la entonces niña Rosemarie Albach- Retty, pues siempre adoró al padre y llevó una relación tormentosa con la madre.
Nacida el 23 de septiembre de 1938, Romy debuta en el cine a los 15 años en un pequeño papel secundario pero ya a los 17 es lanzada al estrellato al protagonizar “Sissi” (1955) a la que seguirán “Sissi emperatriz ( 1956) y “Sissi y su destino”(1957), una trilogía de tal éxito mundial que jamás logró separarse de ella. 
Eran historias empalagosamente almibaradas- que el público masivo adoraba- en las que todo transcurría en escenarios rococó y con vestuario de torta de merengue colorido adornada en exceso…
Tal fue el éxito que Walt Disney la coronó en “Disneylandia” como “la muchacha más bella del mundo” en una ceremonia kitch al gusto del creador de “Bambi” como es fácil de imaginar.
De todas formas semejante éxito no encegueció a la jovencita Romy quien con 19 años- luego de la tercera película como Sissi- tuvo muy claro que no iba a seguir haciendo secuelas por más que le ofrecieran verdaderas fortunas para la época y para la furia desencadenada de su bravía mamá quien como dato adicional exigió ( y obtuvo) un papel en toda la serie.

De princesita a actriz
Será un actor quien le descubrirá no sólo su rebeldía sino que también la revelará como una actriz de verdad, su gran amor,  Alain Delon. 
Juntos protagonizarán un idilio apasionado, salpimentado por sus actuaciones juntos en teatro (“Lástima que sea una puta” dirigidos por Visconti) y cine (“Cristina” de 1958). Eran dos seres bellos y luminosos a la vista del público pero cada uno escondía demonios internos que tarde o temprano iban a emerger.
Romy  comenzó entonces a filmar y filmar a un ritmo alucinante que era todo un desafío físico e interpretativo, “Katia” (1959), “Bocaccio 70” (1962), “El proceso” (1962) con su adorado Orson Welles, “¿Qué pasa Pussycat? (1965), “La piscina” (1969), “Las cosas de la vida” (1969), “La califa” (1970), “El asesinato de Trosky” (1972) y “Ludwig” (1972) donde interpretará, esta vez sin almíbar, a la Emperatriz Sissi  ahora dirigida por su amigo Luchino Visconti.
El romance con Delon llegó a su fin,  pero seguirán siendo amigos por siempre.
Filma en medio mundo, Francia, Estados Unidos , Inglaterra, Italia… es una estrella a nivel mundial. 
Con el director Claude Sautet se sintió especialmente agradecida y llegó a declarar que fue quien mejor la comprendió. Y Sautet a su vez dijo “para mi, ella era Mozart”.
La periodista argentina Moira Soto escribió una maravillosa nota en 2002 al cumplirse 20 años de su muerte bajo el titulo “Todo el bien y todo el mal”, en el que dice “muchos de los cineastas que la dirigieron se enamoraron de ella como actriz y como persona porque su magnetismo era algo único”.

La Muerte, esa implacable
Romy tuvo dos hijos, David y Sarah Magdalena,  que eran la luz de sus ojos. 
Por ellos podía dejar de actuar, su gran pasión. 
Por ellos tuvo batallas legales con sus ex esposos.
Y entonces en 1979 comenzarán sus tragedias, su ex marido Harry  Meyen fue encontrado ahorcado en su castillo de Hamburgo, pocos meses después,  muere su abuela paterna Rosa Rhetti de 106 años, la salud de Romy  se deteriora y debe ser operada por un cáncer incipiente de riñón. 
Llega entonces el golpe final, su hijo David, trepando las rejas de la casa de sus abuelos resbala y lo atraviesa como una lanza uno de los hierros, muriendo durante una desesperada operación quirúrgica para salvarle la vida.

El final
Cae en una profunda angustia depresiva que ahoga en alcohol y pastillas, 
Alain Delon aparece una vez más en su rescate y la lleva al campo para alejarla de los papparazzi  que la acosaban. 
Termina de filmar “La visitante del Cabaret” (1981).
Testimonios directos de la filmación dicen que Romy parecía sin vida en el set y sólo recobraba la luz de su mirada cuando la llevaban frente a la cámara y esta se encendía.
El 29 de mayo de 1982, al regresar de una cena junto a su compañero sentimental de entonces,  Laurent Petin,  Romy no quiso acostarse pese a que eran más de las 2 de la mañana.
Laurent se va a dormir mientras ella se sienta en su escritorio a escribir en su diario. 
A la mañana siguiente está en la misma posición, muerta, oficialmente de un paro cardíaco.
A los dos meses de su entierro en el cementerio de Boissy Sans Avoir en las afueras de Paris, su tumba es profanada y algunas personas ingresan en su casa para robar su diario personal.
Se especula entonces que allí había varios nombres de narcotraficantes vinculados a la muerte- aún sin resolver- del secretario de Delon, Stefan Markovic, ocurrido en 1968. 
Nunca se sabrá la verdad.
Cuando hace poco tiempo el actor que fue el amor de su vida manifestó públicamente que quería morir, solo tuvo un recuerdo amable para Romy Schneider quien le había dicho alguna vez  “la suerte no se puede almacenar”.
Lo tuvo todo y todo lo perdió, murió sola, triste y desesperada. 
Ahora es solo un recuerdo hermoso en gente mayor a la que su radiante presencia alguna vez iluminó en una sala de cine, nada más…ni nada menos.
Copyright © EM


Romy Schneider c.1977





viernes, 4 de octubre de 2013

El hada verde no es un cuento infantil                                                                                                                        




La primera noticia del regreso del ajenjo (o absenta)  la tuve hace unos meses cuando mirando algunas revistas europeas  vi  una campaña gráfica- muy bien realizada- en la que se leen frases como “La bebía Dalí” junto a la imagen de una langosta de mar color verde brillante u otra en la que, bajo una foto de Sarah Bernhart dice “Ella también la recomendaba” y en efecto, por 1907 la famosa actriz estaba en  las publicidades del “Absinthe Terminus” ya que accedió a la utilización de su imagen a cambio de una abultada suma de francos. Una pionera de las acciones de marketing con "famosos" hoy tan habituales.
Luego de décadas de prohibición en muchos países, la absenta ha vuelto al tapete (y a las copas) de muchos/as.

AUGE Y CAÍDA
Su auge en Paris (el más famoso) se vivió entre 1880 y 1910 llegándose a consumir 36 millones de litros en un año.
Por esta zona tuvo tangos (Tita Merello, Azucena Maizani y Ángel Vargas entre otros,  grabaron “Copa de ajenjo” de Carlos Pesce y Juan Canaro) y una fama de bebida “prohibida” que tuvo su popularidad con el nombre de “suissé” o “pernod” y se supone que en la muerte parisina de Eduardo Arolas (con 31 años) tuvo que ver su consumo compulsivo…
Surgida en los alrededores de 1792 de manos de un doctor suizo (Pierre Ordinaire) se vendió en sus comienzos como un “remedio” de muchos males hasta llegar a 1840 cuando fue ofrecida a los soldados franceses como antipirético… 
 Enseguida los amantes de las bebidas fuertes la hicieron suya y 20 años después era ya imparable su fama en cafés y cabarets,  sirviéndose preferentemente desde las 5 de la tarde, que pasó a denominarse “la hora verde” (l´heure verte) por el color de la bebida.
Después será directamente “el hada verde” (la fée verte) que va a atrapar a más de un famoso creador.
Sin quitarle mérito al doctor Ordinaire, hay documentación probatoria de que la absenta (esa maceración de la Artemisia absinthium y posterior destilación conteniendo  también hinojo, enebro y nuez moscada ya se tomaba en el antiguo Egipto y en la Grecia clásica.
A fines del  s.XIX había una ceremonia especial a la hora de consumirla. Se servía en una copa de cristal sobre la que se colocaba una cuchara con perforaciones, un terrón de azúcar y una proporción de 4 a 5 medidas de agua fría por cada una de absenta.
 Su enorme graduación alcohólica (que puede llegar al 89.9%) hicieron el resto. Quienes recuerden la imagen que dejó Degas de la mujer con sombrero arrugado y mirada perdida frente a una copa en “La absenta” (1876) pueden tener idea de sus efectos.

EN EL CINE
 El cine – además de la literatura y la pintura,  naturalmente-se ha ocupado bastante de esta bebida en películas como “El fuego y la sombra” (1995) retrato del romance entre Verlaine y Rimbaud con Leonardo DiCaprio y  David Thewlis o en “Desde el infierno” (2001) donde Johnny Depp  metido en una bañera mezcla ajenjo con láudano.
En “Moulin Rouge” (2001) el creativo Baz Luhrmann hace aparecer a Kylie Minogue como “el hada verde”- volando- mientras el joven escritor que interpreta Ewan Mc Gregor toma su ajenjo con Toulouse- Lautrec
Aparece también en  la nueva versión de “Alfie” (2004) con Jude Law y en “Van Helsing: cazador de monstruos” (2004) con Hugh Jackman; en  “Calculo mortal” (2002) con Sandra Bullock  y en “Drácula” (1992) de Francis Ford Coppola donde Gary Oldman la bebe con Wynona Ryder en un café de Londres.

EL REGRESO
En 1997 fue eliminada de la lista de “bebidas prohibidas” en Suiza y hoy se consigue con relativa facilidad en Francia, Inglaterra y hasta en Buenos Aires.
Se vende mayoritariamente por Internet aunque es de suponer que hay comercios que la ofrecen directamente.
Desde Oscar Wilde a Picasso, de Baudelaire a Manet o Degas, de Hemingway a Van Gogh o Alfred Jarry, Verlaine y Rimbaud sus caras pueden aparecer en las publicidades gráficas que por estos días han invadido las revistas europeas, todos fueron consumados bebedores de absenta. 
Las famosas cucharas perforadas originales se han disparado a precios astronómicos en los remates y las réplicas modernas tienen precios asombrosos. De pronto, sólo resta un pequeño empujoncito para que la neo-bohemia de comienzos del siglo XXI descubra que la mayoría de sus ilustres antecesores cayeron en los brazos del “hada verde” que llevó a varios al coma alcohólico o a la cirrosis hepática que acabaron con sus vidas. 
La prohibición, en la mayoría de los casos por pacato "clamor popular”,  sólo logró disparar el consumo, hasta que pasó de moda. Pero todo vuelve y el haba verde anda revoloteando otra vez por el mundo. Hasta aquí- por lo menos masivamente-  no ha llegado. En un par de años ( como suele sucedernos con todas las modas) llegará, sin duda. Y el hada verde dejará, una vez más,  de ser el posible nombre de un cuento infantil.
Copyright © EM

                            


"La absenta"  de Edgar Degas (1876) -detalle- Musée D´Orsay (Paris).

viernes, 27 de septiembre de 2013

Margherita Sarfatti: la conexión montevideana

La primera persona que me la mencionó fue la profesora María Emilia Pérez Santarcieri luego del estreno montevideano de “Abajo el telón” (1999), una multiestelar película de Tim Robbins en la que Susan Sarandon personificó a  Margherita Sarfatti.
Por esas misteriosas razones del destino me encontré en el aeropuerto de Ezeiza hace un par de años con “El amor judío de Mussolini: Margherita Sarfatti, del fascismo al exilio”, un libro escrito por el argentino Daniel Gutman que no tuvo distribución local.
Cultísima, de modales aristocráticos y algo teatrales, esta mujer fue, desde el comienzo,  una defensora feroz del fascismo fundacional.
Para Benito Mussolini actuó como marchand d´art del mayor nivel al ofrecer (y vender) obras —sacadas impunemente de museos y colecciones—  de los maestros europeos desde el Renacimiento a lo que quisiera el comprador. Negoció con museos y coleccionistas de medio mundo —especialmente norteamericanos— en momentos en que la economía italiana necesitaba dinero para su industria bélica.
Conoció y trató a la mayoría de la intelectualidad occidental de las décadas de 1920, 30 y 40. Fue recibida en la Casa Blanca por Franklin y Eleanor Roosevelt y cultivó por años la amistad de académicos norteamericanos del mayor nivel.
Margherita Grassini nació en una familia judía y muy rica de Venecia, en 1880. A los 18 años se casó con el abogado de Padua Cesare Sarfatti, también judío y rico, y mucho mayor que ella, de quien enviudó poco después de la Primera Guerra Mundial. 
Vivieron en Milán desde 1902 y en esa ciudad, Margherita cultivó varios amores aún estando casada. 
Conoció a Mussolini cuando trabajaba para “Il Popolo D”Italia” (dirigido por él), durante una reunión del diario, el 25 de marzo de 1912 en la Plaza San Sepolcro de Milán. 
Se cuenta que, por casualidad, Margherita quedó al lado de él y fue un “flechazo a primera vista”. 
Cierto o no lo del encuentro, esta mujer influyó fuertemente en un hombre que no destacó especialmente por su sensibilidad artística. Incluso hoy, varios historiadores afirman que si Italia en esos años marcó presencia mundial en el arte fue por obra directa de Margherita, quien tuvo carta blanca para sus proyectos.
Aún se recuerda la exposición sobre el Novecento que la tuvo como curadora y que trajo a Buenos Aires en 1931 y con la que recorrió medio mundo.
Anteriormente, en 1926,  publicó en  “La Rivista del Popolo d´Italia” un artículo sobre la XV Bienal de Venecia y las nuevas corrientes artísticas, que fue destacado como “fundamental para entender el arte italiano moderno”. 
Hay que saber que esa revista había sido fundada por Mussolini y era dirigida por su hermano Arnaldo, con supervisión directa del Duce.
Fue 11 años mayor que la esposa legal de Benito, Rachele, y 32 años mayor que Claretta Petacci, la joven que acompañó a Mussolini a la muerte (ambos fueron asesinados y colgados) cuando la guerra expiraba.


La trampa de Edda.
Fue muy poderosa y su “caída” dio comienzo cuando Edda, la hija de Mussolini (que la odiaba), ya casada con el conde Ciano, le tendió una trampa para que fuera defenestrada por el Duce.
Edda detestaba a quien definió como una “mujer de boquilla interminable y manos con anillos de zafiro grandes como estampillas de correo”, por lo que pagó a un joven gigoló para que sedujera a una ya mayor Margherita y la llevara a una casa de pésima fama en momentos en que “por casualidad” llegó una redada policial y ella no pudo explicar su presencia. 
El conde Ciano relató el caso al Duce quien, celoso (y furioso), decretó la “muerte civil” de quien fuera su amante por más de 20 años.
Entonces comenzaban a caer las primeras víctimas de las leyes de “pureza racial” y Margherita, sabiendo que sus días como primera dama no oficial estaban terminados, en 1939 decidió viajar hacia Montevideo, ciudad en la que ya estaban instalados su hijo Amedeo, su nuera Pierangela y su nieta Magali por razones laborales, debido a que él era funcionario jerárquico de la sucursal montevideana de un banco internacional.
Al llegar,  negó que fuese una “exiliada política” y llenó de alabanzas a su antiguo amante, defendió el fascismo de los comienzos, la “Marcha sobre Roma” y negó que hubiera tenido que salir de Italia por ser judía pese a que las leyes de “pureza racial “ ya habían sido decretadas —a instancias de Hitler— por Il Duce. 
Margherita nunca simpatizó con los alemanes e instó a Mussolini a no aliarse con ellos, pero no fue escuchada.

Vecina de la Plaza Matriz y columnista de arte.
 El hijo y su familia vivían en una casa en la calle Luis de la Torre pero Margherita decidió vivir sola en el hotel Nogaró frente a la Plaza Matriz,  donde tomó una suite con vista al puerto, es decir, donde hoy funciona el Ministerio de Transporte y Obras Públicas. 
Desde la ventana de su suite vería, hace exactamente 74 años, la explosión del Graf Spee.
Fue entrevistada por Marcha tan pronto se supo que estaba aquí,   aceptando la nota a cambio de “no hablar de política” y declaró: “Me resolví a hacer este viaje pues me interesa conocer países nuevos y estudiar arte precolombino”. 
Al periodista no se le ocurrió repreguntar “¿arte precolombino en Montevideo?”
Hablaba y escribía perfectamente alemán, inglés, francés  y en Montevideo aprendió español con una facilidad asombrosa.
La prensa montevideana de entonces la describió como”un rostro simpático, pero ya marcado por las huellas del tiempo” y le fue ofrecida una columna semanal en “El Diario” de la noche, que mantendría varios años.  Leyendo varias de ellas, denotan su nivel intelectual y su interés por estar al tanto de lo que pasaba —a nivel artístico— en Europa. 
Durante unos meses, sus columnas eran traducidas desde el italiano, pero luego las escribió directamente en español.
Tenía 59 años. Y en esa época acercarse a los sesenta era muy diferente de lo que es hoy. Era una mujer mayor.
Cuidó cada palabra que dijo públicamente porque sabía (y era verdad) que la Embajada de Italia de entonces —por orden directa del Duce— la vigilaba de cerca y ella tenía familia aún en Italia, a quienes podía hacer las cosas muy difíciles.
En su primer verano montevideano, Margherita se mudó al Parque Hotel, desde donde cruzaba cada mañana a la Playa Ramírez para nadar. 
Aquí no se le conocen amigos, porque además no hubiera sido bien visto en la Montevideo de la época darse con alguien que defendiera al fascismo, a diferencia de lo que podía suceder en las altas esferas porteñas. 
Dice Daniel Gutman en su libro: “Desde el mismo momento de su llegada a Montevideo, en septiembre de 1939, Margherita supo que Montevideo no era un buen lugar para ella. Su ritmo provinciano, su escasa vida cultural y su distancia de los grandes debates internacionales del arte y la política de la época la deprimieron”. 
Fue entonces que decidió instalarse en Buenos Aires por sugerencia de su amigo, el pintor argentino Emilio Pettoruti, quien se sintiera “tocado ante las dificultades extremas de una mujer inteligente”. Allí fue “ayudada” por Victoria Ocampo, Jorge Romero Brest y otros intelectuales de fuste, y logró cierta inserción (discreta) en el medio cultural porteño.
Siguió viniendo durante los veranos a Montevideo y fue asidua de Punta del Este hasta fines de 1946.
Mientras estuvo por el Río de la Plata sobrevivió con cierto recatado esplendor, vendiendo localmente decenas de litografías y grabados que trajo en su equipaje: desde Piranesi a Toulouse-Lautrec, de Durero a Sironi. 

Regreso sin gloria pero con fortuna.
Volvió a Italia en 1947, donde recuperó varias de sus (muchas) posesiones, entre ellas, una gran Villa en el Lago di Como, así como dinero y alhajas. Todo era propiedad de su familia y heredado de su marido. Del Duce no obtuvo dinero (más bien se lo aportó).
En 1948 viajó a París, donde retiró de una caja de seguridad que allí mantuvo desde antes de la guerra, mil doscientas setenta y dos cartas que Mussolini le había enviado entre 1915 y 1935, que vendió a un cirujano norteamericano por varios miles de dólares.
Siempre quiso ser profesora en alguna universidad norteamericana y conocimientos tenía para ello. 
Pese a sus muchos ruegos, nunca lo logró. 
Las leyes de Estados Unidos fueron muy duras en esa época con gente que tuvo que ver con el fascismo, el nazismo y el comunismo (aunque en este último caso, menos). 
Fue, tal vez, su única frustración vital.
Jamás fue juzgada ni requerida por causa alguna.
Tuvo un enorme poder real en una época y un contexto histórico en el que ser mujer (fascista y judía, además) no era nada fácil. Basta recordar la frase que el propio Mussolini dijo a Victoria Ocampo: “las mujeres, a parir”.
Hay pocas biografías sobre ella y no se la ha estudiado lo suficiente, todavía.
En 2004 se publicó “Margherita Sarfatti, L´amante del Duce”, de Karin Wieland, originalmente en alemán y luego traducido al italiano, el libro mencionado de Daniel Gutman y varias notas de Marcos Aguinis en su blog. Poco más.
Murió el 30 de octubre de 1961 a los ochenta y un años en compañía de su mucama personal y el resto de una importante servidumbre, algo que le fue siempre “imprescindible”, en su castillo del Lago di Como.
En Montevideo ya nadie recuerda quién fue.
Copyright © EM
                                                                                                                             

Para la realización de esta nota se consultaron, además de los libros mencionados en ella, varias ediciones de “El Diario” de Montevideo entre 1940 y 1943; “Marcha”, de noviembre de 1939; los libros “Dux” y “Tiziano, o la fe en la vida”, de Margherita Sarfatti, en sus primeras ediciones, y la “Rivista del Popolo d´Italia”, de junio de 1926.

Margherita Sarfatti fotografiada en Roma en 1933 / Foto de coleccionista privado (Montevideo).






lunes, 23 de septiembre de 2013

Rasputìn, la mala prensa en la historia


Pocos personajes han tenido peor prensa que Rasputín, el famoso “monje” que se transformó en adjetivo para siempre.
Grigori Yefímovich Rasputín había nacido el 22 de enero de 1869 en  Pokróvskoye un pequeño pueblo de Siberia occidental donde tuvo una infancia y juventud difíciles.Luego de una vida dispersa donde estuvo vagando entre el misticismo exacerbado  y la lujuria más desatada  llegó a San Petersburgo en 1903 relacionándose pronto con la realeza ya que su fama ( por variados motivos) le precedió.
El cine se ha ocupado de él en varias oportunidades siempre para tratarlo de la manera más esquemática y repleta de preconceptos que no le hacen favor alguno.
Desde “Rasputín” (Alemania, 1930) que en Montevideo también se conoció como “El demonio de las mujeres”, pasando por “Rasputín y la Emperatriz” (1932) con el increíble reparto de John Barrymore, Ethel Barrymore y Lionel Barrymore, hasta “Rasputín, el monje maldito” (1966) con Christopher Lee o la última- producida para la televisión- “Rasputín, su verdadera historia” (1996) con Alan Rickman en el papel protagónico.

LAS CARTAS DE ROSTROPOVICH
Ahora las cosas están cambiando gracias a una impensada iniciativa del cellista Mstislav Rostropovich quien adquirió- por teléfono y sin verlos- en una subasta de Sothebys,  cientos de documentos que se creyeron perdidos por más de 78 años. Una vez hecha la compra los entregó al escritor e historiador Edgard Radzinsky quien a su vez los trasladó a su libro “Rasputín, la última palabra”.
Ha y que reconocer que el personaje tuvo muchas razones para ser detestado por diferentes grupos, los aristócratas que no podían permitir que un campesino sucio y semianalfabeto lograra el favor de los zares a niveles increíbles, de parte de los intelectuales que lo detestaban por su misticismo y religiosidad exacerbados  y  por el propio campesinado que pensaba que era simplemente “uno de los nuestros con suerte”. También tuvo sus seguidores, pero pocos o más bien pocas…
Los documentos sobre los que trabajó Radzinsky muestran una faceta hasta ahora desconocida la de gente que “amaba a este hombre, cartas que escribió a los zares con verdadera pasión, escritos que lo sacan del contexto existente por muchas décadas de que sólo fue un ser ambicioso hasta la enfermedad, de una voracidad sexual lindante con lo animal y con una inteligencia brillante que sólo utilizaba para conseguir sus propósitos que siempre eran malos. Ahora sé que no fue así” declara el investigador.
Fue un curandero que utilizó su sin duda notable carisma para curar imponiendo las manos o simplemente mirando a las personas que creían en él.

EL MACHO CABRÍO QUE LLEGÓ A LA CORTE IMPERIAL
Cuando llegó a San Petersburgo tenía 34 años y venía de algunas experiencias límite como la de ser parte de los “jlysty” que se creían unos “hombres de Dios que cometían los mayores pecados- especialmente carnales- porque el mayor placer  de la divinidad es el perdonar a los más grandes pecadores”.
Su falta de aseo su “olor a macho cabrío” y su  influencia en la corte al aliviar los estragos de la hemofilia del zarevich  hicieron el resto. Fue el hombre justo en el momento justo para una corte desgastada y una sociedad harta de los privilegios de unos pocos en desmedro de la mayoría hambrienta. Es muy difícil imaginar hoy lo que eran las desigualdades de entonces, es casi imposible creer lo que gastaban las familias nobles rusas en sus fiestas, palacios y joyas.
Rasputín además, y para horror de muchos,  detestaba la guerra y gustaba de la paz. Hay documentos (cartas de una secretaria entre 1914 y 1916) que dan cuenta de que negoció con los alemanes a espaldas del zar durante la Gran Guerra buscando un arreglo pacífico.
La leyenda nos ha contado por décadas que fue muerto por el príncipe Yusupov en la madrugada del 29 al 30 de diciembre de 1916. Que le dieron masas dulces espolvoreadas con cianuro y vino aderezado con el mismo veneno y que nada le hicieron. Que entonces el príncipe le tiró un balazo a quemarropa que no lo mató y que siguió vivo y sangrante hasta que otras ráfagas de plomo lo derribaron para ser luego arrojado a las heladas aguas del río Neva donde murió.

EL NUEVO RELATO
Hoy esa historia ha cambiado significativamente.
Cuando pasada la medianoche de su último día de vida Rasputín salió de su casa, iba muy distinto a como se le conocía habitualmente. Se había bañado, estrenaba una elegante camisa y pantalón de pana negro. Yusupov- que era famoso por su gusto a travestirse en dama de la corte- lo había invitado a su palacio. Hoy se sugiere un encuentro sentimental…entre ambos y no una visita a la bella Irina, esposa del dueño de casa y sobrina del zar Alejandro II como se sostuvo por décadas.
El príncipe había ordenado arreglar un sótano en su propiedad y hacerlo decorar enteramente con gran lujo. En la planta alta amigos del príncipe celebraban otra fiesta y esperaban… Hay documentación que habla de arsénico en el vino- y en proporción equivocada-  en lugar de cianuro y en que era imposible que Rasputín comiera las masas porque no ingería ni carne ni dulces porque “le oscurecían el halo”, que Yusupov odiaba las armas y era tan mal tirador que la bala apenas rozó a Rasputín. Las balas que lo abatieron- que no mataron- provinieron de la segunda andanada realizada por Dimitri Pávlovich, Purishkievich y otros de los conjurados. Se sabe también que fue tirado al río aún vivo y que hasta intentó salir a la superficie rompiendo la capa de hielo que lo cubría.
El cuerpo apareció flotando en la mañana del 30 de diciembre, la cara totalmente desfigurada, balazos en pecho, espalda y cabeza.
La historia no terminará aquí seguramente,  quedan aún muchos documentos por revisar.

PRESERVANDO UNA GRAN LEYENDA
Por estos mismos días, la legendaria masculinidad de Rasputín es la pieza estrella del Museo “Erótika” de San Petersburgo ya que, antes de tirarlo al río el príncipe Yusupov lo emasculó y guardó en formol “su trofeo”…que luego pasó por muchas manos hasta llegar a una subasta pública. Vaya destino para una pieza anatómica legendaria....
Copyright © EM

Grigori Yefímovich Rasputín en la cumbre de su poder ante la Corte Imperial rusa. c.1915





jueves, 19 de septiembre de 2013

¡Ay Liborio!

Cuando se estrenó “Ay, Juancito” (2004) dirigida por Héctor Olivera, más allá de la valoración crítica de la película que tenía gruesos errores históricos,  una excelente ambientación y una actuación protagónica (de Adrián Navarro)de primer nivel, me pareció un buen ejemplo de cómo rescatar a personajes no protagonistas de la HISTORIA pero que si la acompañaron desde lugares de excepción.
En este caso Juan Duarte el hermano de Eva y el primer peronismo.

LIBORIO Y SUS ESCÁNDALOS
Hace unos años descubrí otro de esos personajes de vida agitada que merecería por derecho propio que su vida fuera llevada al cine, cosa improbable, de todas formas.
Liborio Justo vivió 101 años. Nació en 1902 y murió en 2003. Hijo del General Agustín P. Justo, presidente golpista argentino,  se le considera el introductor del trotskismo en su país y fue célebre por el escándalo que armó durante la visita oficial de Flanklin Delano Roosevelt a Buenos Aires cuando en pleno discurso ante el Congreso argentino le arrebató el micrófono al visitante para gritar a voz en cuello (y por radio y altoparlantes) “¡Muera el imperialismo yanqui!”. Fue detenido entonces y recluido en una de las estancias de su padre, pero por poco tiempo.
En realidad Liborio hacía años que estaba abocado a la difusión de sus ideas políticas con los seudónimos de Lobodón Garra y Quebracho con los que pretendía alejarse de su verdadero nombre.
Uno de sus libros será llevado al cine en  “Río abajo” (1960) con dirección de Enrique Dawl y un elenco integrado por los ignotos Andrés Rasmanauskas, Sofía Malifantas y Hermenegildo Rodríguez que más suenan a seudónimos aunque este dato me fue imposible corroborar.
Casi nadie vio la película y nunca más hizo nada en esta industria.

EL REDESCUBRIMIENTO
En el Museo de Arte Hispanoamericano “Isaac Fernández Blanco” de Buenos Aires  pude ver en 2005 la exposición “Liborio Justo: Fotografías. La búsqueda de la verdad.” 
Un descubrimiento que sorprendió a muchos.
Es que entre las muchas cosas que hizo Liborio en su larguísima vida fue sacar fotos.
Pero fotos que hoy adquieren un valor casi único.
En 1930 ganó una beca del Instituto de Educación de Nueva York, ciudad a la que volverá en repetidas ocasiones.  En 1934, en plena crisis del crack del 29, decide fotografiar a gente común en las calles de la ciudad pidiendo limosna, haciendo cola por un trabajo, buscando comida en la basura, intentando conseguir unos centavos para poder vivir, iglesias evangélicas puestas en alquiler,desocupados sin casa durmiendo en las veredas... Son fotos duras, sin sonrisas,  sin concesiones a la hermosura.
Los casi 300 negativos permanecieron olvidados por décadas. La hija de Liborio, Mónica Justo-quien hace más de 30 años reside en Londres- las encontró hace unos años en unos baúles, y se las llevó a su lugar de residencia.
En 1985 -y por sugerencia de Teresa Anchorena-  en una sala de Galerías Pacífico se mostraron públicamente algunas de las fotos por primera vez. Liborio tenía entonces 83 años y quedó muy contento y sorprendido por su tardío reconocimiento como “fotógrafo”.algo que él consideraba no era.
Una muestra de las mismas llega a la “Howard Greenberg Gallery “de Nueva York que en 2001 le hizo una oferta suculenta por la colección completa de negativos que Liborio decidió aceptar. Con ese dinero quería reeditar su libro “Pampas y lanzas”,  cosa que hace.
Tenía 99 años y viviría aún más...

PASANDO UN SIGLO DE VIDA
Cuando llegó a los 100 en 2002,  varios periodistas lo entrevistaron en su ascético departamento del porteño barrio de Belgrano. Él atendió a todos con amabilidad, sentado frente a una enorme foto de las Torres Gemelas en llamas y la leyenda “Comenzó la agonía del imperialismo yanqui” escrita a mano por él mismo como consignó en su momento el suplemento Zona de Clarín.
Trostkista, antisoviético, anticapitalista, cronista social, historiador, obrero de fábrica, tripulante de balleneros finlandeses, islero del Ibicuy, hijo de un ex presidente golpista, viajero empedernido, luego fotógrafo redescubierto y de gran valor. Alguien ha comparado sus fotos neoyorkinas de los años 30 con la actualidad argentina de hoy. Efectivamente es así.
Desconozco cuando se exhibirán nuevamente pero si se enteran de ello... no dejen de ver estos documentos notables. ¡Ay, Liborio (!) que cantidad de historias tuviste en tus 101 años de vida!
Copyright © EM
                           




 Obreros desempleados, New York, 1934 Foto: Liborio Justo