Mi encuentro con Sinatra
Las
anécdotas inolvidables hay que contarlas en todos sus detalles “a la Proust”,
digamos.
El
28 de enero de 1994 no fue un día más para mí ni lo sería el sábado 29.
Mi
jefa de entonces, de nombre Lou Curles, vino hasta mi oficina y me dijo desde
la puerta: “Ni Ted ni Jane pueden ir al recital, así que nos regalaron sus entradas. Tenemos
que ir…”
Ted
era Turner, Jane era Fonda, y las entradas eran para el recital que daba Frank
Sinatra en el Omni Arena de Atlanta, al lado del cuartel central de CNN.
Un sueño hecho
realidad
Desde
hacía semanas no quedaba un solo lugar para
ver y escuchar a “La voz” en lo que se suponía iba a ser su última
presentación en la ciudad, por su edad y porque así lo había anunciado. Lo fue.
Debo
confesar que no era un fanático especialmente fuerte de Sinatra pero tener la
posibilidad de verlo allí era una oportunidad de oro que no podía dejar pasar. ¡Era
ver a la leyenda en vivo! Y ya sabemos
que cada día quedan menos leyendas vivas…
Fui
con todas las prevenciones posibles porque Lou (que lo había visto en cada
presentación en Atlanta desde los años 60) me había advertido que ya no cantaba
igual, que le costaba “calentar la voz”, que jamás hacía un bis y que no
saludaba al final.
Todo
fue así.
Estábamos
en la primera fila de lo que normalmente era un gran estadio de basketball. Un
enorme cuadrado muy parecido a un ring de box en el medio y sobre un costado la
gran orquesta (dirigida por F. Sinatra Jr.).
Cuatro
televisores gigantes, uno en cada ángulo, iban a pasar en caracteres descomunales la
letra de las canciones y cada texto que Frank decía en escena.
El show, el miedo y
después…
El
recital comenzó puntualmente con aquella orquesta – que teníamos al lado-
sonando con tutti, estremecedor efecto.
Se
hizo la oscuridad y cuando se
encendieron fulgurantes luces, ya estaba él en el centro del escenario.
En
uno de los costados una mesa alta y de diámetro pequeño, tenía una botella de
whisky, una hielera y un vaso de cristal.
Cuando
Sinatra comenzó a cantar, me dije a mi mismo “¿para qué vine a destruir un
mito?”
Lou,
leyó mi pensamiento, me dijo, “sólo espera a que baje un poco el whisky de la
botella” y en efecto, en orden perfectamente proporcional al consumo, mejoraba
la voz. Era estar asistiendo a un milagro en vivo y a pocos metros…
Al
decir “estoy muy contento de estar en….” Las pantallas que le daban “letra”
titilaban furiosamente con “ATLANTA” en todos los colores posibles, nunca pudo
decirlo por lo que optó, sabiamente por
completar la frase, luego de muchos segundos con “…en esta ciudad”, lo que fue
recibido con una ovación.
Una
chica apareció corriendo y le acercó un ramo de rosas rojas del cual él sacó
una y se la colocó en el ojal de su smoking (luego me iba a enterar que era
algo que formaba parte del show).
Con
su bisoñé gris, su maquillaje fuerte y de color tostado Bahamas resaltaban más
sus ojos azules, ya apagados por los años.
Promediando
los 45 minutos del espectáculo ya su voz era la de las ultimas grabaciones y al
terminar con “New York, New York” la audiencia (incluyendo a Lou y a mi) delirábamos con
razón.
Un poquito de
historia
Francis
Albert Sinatra, nacido en Hoboken el 12 de diciembre de 1915 había cantado profesionalmente
en 7 décadas distintas.
Fue
protagonista de los romances más sonados de su época, con Ava Gardner o Lana Turner, Judy Gardland o Kim Novak, Lauren Bacall o
Mia Farrow y Grace Kelly, según pasaban los años.
Su
amistad y posterior ruptura con John F. Kennedy era parte de la historia. Sus
actuaciones en “Leven anclas”(1945),
“Un día en Nueva York” (1949) , “De aquí a la eternidad”(1953) o “El hombre del brazo de oro”(1955) lo habían inmortalizado en
el cine.
Sus-nunca
probados por el FBI- vínculos con la mafia eran un secreto a voces que le daba
cierto encanto canalla.
Fue
un intuitivo talentoso como pocos, jamás estudió, amenazó varias veces con
abandonarlo todo y nunca lo hizo. Su vida era cantar y reinventarse.
Cuando
lo vi en Atlanta, aún le quedaban 4 años
de vida.
Evidentemente
cantaba por gusto y no por necesidad.
Era,
desde hacía mucho tiempo, inmensamente rico.
Fue
el primer cantante popular que aprendió- a puro instinto- a “cantar para el
micrófono”- y a utilizar la tecnología existente o por existir, a su favor en
el escenario.
Fue
el líder natural del “Rat Pack”
grupo legendario que incluyó a Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y
Joey Bishop además de una única “invitada” mujer, Shirley MacLaine.
Sus
andanzas ya son leyenda.
Aquella
noche de enero de 1994, luego de las
últimas notas de su canción de despedida
se hizo un apagón total, la orquesta -con diminutas luces sobre los
atriles que semejaban un extraño pueblo fantasma- siguió tocando con bravura,
él desapareció sin darnos cuenta, llevado por un grupo de asistentes ciclópeos
que lo rodearon, para no regresar.
Me
ardían las manos de tanto aplaudir, miré la botella de whisky sobre el
escenario.
Estaba vacía.
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