viernes, 13 de diciembre de 2013

Cuando Bagdad era un café.



Es un cuento de hadas que se desarrolla en el desierto de Mojave en Estados Unidos. 
Ese páramo aparentemente inanimado al sur de California y que se extiende por 124.000 kilómetros cuadrados.
Cuando llegó “Bagdad Café” (1987) a Montevideo, dos años después de su estreno mundial en el Festival Internacional de Cine de Río de Janeiro,  se convirtió, por derecho propio, en uno de los acontecimientos cinematográficos del año.
En ese entonces para nosotros, Bagdad era una ciudad muy lejana de la que poco escuchábamos hablar y no la babel invadida y repleta de terroristas de todos los signos e inocentes asesinados a mansalva como sigue siendo desde 1990. Tan poco tiempo pasó, tanto horror nos fue volviendo más insensibles que hoy pensamos que siempre fue una ciudad en ruinas...

Una actriz de peso y la música
El portento físico de Marianne Sägerbrecht y su natural ternura, conquistaron a todos/as y escuchar en la banda sonora la desgarradora  “Calling you” en la voz de Jevetta Steele fue tema de muchísimas conversaciones en los cafés montevideanos de entonces, que como sabemos, han desaparecido en su gran mayoría.
 La canción fue candidata al Oscar,  pero le ganó Carly Simon con el tema central de “Secretaria ejecutiva” (1988) en la que Melanie  Griffith estrenó un papel que ha intentado desde entonces clonar sin éxito.
“Bagdad Café” vista hoy,  26 años después, sigue manteniendo sus muchos valores. Tal vez mejorados por la gran cantidad de productos actuales carentes del tiempo necesario para pensar o deleitarse ante una escena.
Aquí no hay ni autos que se persiguen, ni explosiones, ni efectos especiales, ni asesinos seriales, ni monstruos temibles, ni siquiera estrellas de Hollywood (si exceptuamos a Jack Palance que lo es,  pero de segundo orden…).
La historia es simple, una turista alemana  luego de una discusión con su marido deja el auto para quedarse sola - con el equipaje equivocado-  en medio de la nada hasta que encuentra un local mezcla de motel y café al paso en ruinas, sucio, sin el menor encanto y con gente que tiene más problemas de los que puede soportar. Lo que nadie espera ocurrirá, y esa señora de trajecito sastre y sombrero con plumita, que habla muy poco inglés,  les va a cambiar la vida a todos/as y ella misma irá por impensados caminos de cándido erotismo y afectos a raudales.

La historia poco conocida de un éxito mundial
Originalmente titulada “Out of Rosenheim”, esta película del alemán Percy Adlon fue su mayor éxito y por el que se hizo famoso.
Adlon fue también el autor de la historia, junto a su esposa Eleonore y a Christopher Doherty.
Hoy queda claro que sin el reparto que tuvo, la película hubiera sido otra cosa. Tanto Marianne Sägerbrecht (como Jasmin Münchgtettner) y  CCH Pounder  (como Brenda) tampoco volvieron a tener  brillo en sus carreras posteriores.
Sägerbrecht con decenas de  películas más, sobre todos alemanas  o Pounder en series de televisión norteamericanas actuales como “The West Wing” o “The Shield”,  volvieron al nivel de sus notables interpretaciones en “Bagdad café”.
Las escenas en las que Jasmin posa para el pintor de decorados de Hollywood Rudi Cox (Jack Palance) en la casa rodante de este, son verdaderos cuadros vivientes de Fernando Botero,  desbordantes de ternura, aún en los osados desnudos.
El hijo de Brenda que obstinadamente se empeña en interpretar fugas y preludios de “El clave bien temperado” de Juan Sebastian Bach tampoco se olvida, así como las escenas de “limpieza” del sucio café por esa alemana rolliza y bella,  filmadas como un original video clip.

Cuando estirar un éxito lleva a su muerte
Luego del éxito de la película, vino la serie de televisión con el mismo nombre y protagonizada por Whoopi Goldberg (1990) como Brenda y en la que una gran actriz como Jean Stapleton hizo lo que pudo con el personaje de Jasmin.
Producto puramente comercial,  aprovechando el éxito del film, duró sólo 13 episodios.
En 2003 Adlon volvió con su historia ahora como un “musical” insólitamente estrenado (en inglés) en Barcelona con la cantante Jevetta Steele (la de la canción original del film) como Brenda y Melanie Vaughan como Jasmin. Desde entonces se han estrenado varias versiones europeas que fueron fracasos unánimes.
Es que pretender estirar un éxito hasta sus últimas consecuencias suele tener estos resultados.
Los cuentos de hadas ocurren una sola vez.
El “estado de gracia” en que se estuvo todo el elenco durante la filmación de 1987 es irrecuperable.
Ahora el DVD, titulado pomposamente “Edición especial” -sin que tenga otra cosa que una versión restaurada en colores y sonido- permite volver a disfrutar de la magia de aquel grupo de actores y un director que fueron tocados por eso intangible que se llama talento y plasmarlo en una película que sigue tan fresca  y hermosa como 26 años atrás.

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Marianne Sägerbrecht y CCH Ponder como Jasmin y Brenda, dos almas por el desierto en 1987.
http://youtu.be/oCLpLWcX2cg  Si quieres recordar la canción “Calling you” en la voz de Jevetta Steele simplemente tienes que hacer click en esta dirección. Vale la pena escuchar este llanto dolido e imponente.

viernes, 6 de diciembre de 2013

La fiesta de Faunch



Cuando vimos “La fiesta de Babette” (1987) muchos espectadores en el mundo entero, quedamos fascinados al ver cómo, de una pequeña historia, se podía llegar a un relato mayor. Es difícil olvidar a aquella misteriosa mujer a la que el azar dotó de una pequeña fortuna que gastará para hacer una comida – su especialidad era la cocina de los grandes restaurantes- en un pueblo diminuto entre los fríos fiordos del norte europeo.  Y como esa cena iba a cambiar temperamentos y a derribar barreras sociales y religiosas de una rigidez aparentemente imposible de mover.

Dos ingleses en el Río de la Plata
Hace unos días me encontré frente a un relato de la historiadora Maxine Hannon que se limita a contarnos la historia del matrimonio Faunch en el Río de la Plata comenzando en 1819,  que bien podría ser un notable argumento para una historia con puntos similares con la recordada Babette.
Era otoño  y el matrimonio integrado por James Faunch y Mary Morley llegó a Buenos Aires. En 1819 los barcos todavía tenían que anclarse muy lejos de la costa, los pasajeros pasar a unas barcazas y luego a una especie de desvencijado carretón de ruedas muy altas metido en el Río de la Plata,  tirado por un pobre caballo y así, empapados, llegar a tierra firme.
Vienen pensando en “hacerse la América”,  les han contado que Buenos Aires es un lugar excepcional, incluso han leído que  “ninguna ciudad del globo ofrece una importancia más envidiable que ésta, con un comercio floreciente con el universo y unas industrias que se ven con satisfacción por todas sus llanuras…
Miran a su alrededor y nada les parece más alejado de esos relatos….
Pero siguen adelante y verán que las casas están blanqueadas, que no hay mugre por doquier y que la gente es amable.
Pasarán su primera noche en la  posada de Mrs. Taylor, una inglesa a la que por misteriosas razones todos llamaban Doña Clara.
James tenía entonces 30 años, Mary era unos años menor. Él era un excelente cocinero y ella tenía experiencia como mucama en algunos hoteles de Londres.

La fonda de Faunch
Van a fundar así la “Fonda de los Faunch” que marcará durante unos años el lugar elegido por todo viajero importante que llegue a  Buenos Aires.
Para 1822 ya tenían hasta publicidad en la prensa y toda la sociedad porteña y los extranjeros de pro iban a comer allí, naturalmente en su casi absoluta mayoría hombres solos o grupos de amigos.
Llegaron a tener veladas musicales importantes  en las que participó hasta el famoso Amadeo Gras- más conocido como pintor y fotógrafo- que había sido primer cellista de la Opera de París.
En los salones de la fonda se ofrecieron las más importantes fiestas de esos años, su servicio era copiado por otros, pero nunca igualado.
Tal fue el éxito que tuvieron que mudarse a un lugar más grande y mejor ubicado, cercano a la Catedral. 
Se llegó a alojar allí el arzobispo romano Juan Muzi con su séquito,  que incluía al joven Mastai Ferretti, futuro Pío IX…
En 1827 se pudo leer en la prensa porteña “La nueva Fonda de Faunch es un espléndido edificio que estuvo en arreglos por más de doce meses y ahora cuenta con baños calientes, departamentos para familias y hasta un mirador.
La comida es deliciosa y en las noches hay tertulias soberbias a la que asiste lo más granado de nuestros círculos sociales”. 
Siempre me pregunté si los Faunch habían aprendido castellano. No hay una sola crónica que hable sobre ello por lo que es difícil asegurarlo. Su clientela era, en gran parte, extranjera, por lo que se puede deducir que los idiomas se mezclaron siempre.
Sí sabemos que fueron grandes trabajadores y que todo relucía en el establecimiento que también fue visitado por varios orientales que dejaron su testimonio en correspondencia personal en la que alaban las virtudes del establecimiento y el buen trato de sus dueños.

La muerte, esa implacable
Pero el 15 de febrero de 1828 James Faunch murió repentinamente (probablemente de un infarto cardíaco)  la Fonda quedó a cargo de su viuda que la regenteó con éxito hasta lograr, por ejemplo,  que en 1829 le instalaran- a su costo- iluminación a gas oil que se encendía interior y exteriormente todos los domingos para solaz de los paseantes.
Un tal Mr.Jackson- también inglés- y asistente de Mary Faunch en la Fonda, se enamoró de ella y ella de él. 
Se casaron el 19 de junio de 1830 y en 1832, dueños de una cantidad  considerable de dinero fruto del trabajo,  venden el establecimiento y  regresan a Inglaterra para “pasar unos años disfrutando”, cosa que hacen sin más trámite. No hay registro sobre sus actividades allí.

Montevideo y el fin de la historia
Un año después- en 1833- no encontrándose a gusto en Inglaterra, que mucho había cambiado en los 14 años en que Mary estuvo fuera, deciden volver al Río de la Plata con el fin de “abrir un nuevo establecimiento”. En el  equipaje cargaban  los más novedosos artefactos de la hotelerìa moderna.
El viaje fue largo y agotador,  hasta que llegando cerca de las costas uruguayas el barco se hundió y todos: pasajeros y tripulación perecieron,  menos el capitán y un marinero “pese a haberse mandado un salvamento de urgencia desde Montevideo”.
Triste y cinematográfico final-  en nuestras costas- para aquellos que, como Babette- a través de la comida, el buen trato y la firme determinación de hacer que sus clientes estuvieran bien, alegraron la vida de unos cuantos hace más de 180 años. 
Vale la pena recordarlos.
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Litografía coloreada de C.E.Pellegrini c.1828 representando un salón porteño,  que bien puede parecerse a una estancia del hotel de Faunch


viernes, 29 de noviembre de 2013

Tita, la bataclana rea que se convirtió en leyenda

Por estos días estoy trabajando sobre una serie de películas argentinas de temática social,  realizadas entre 1935 y 1954,  que me han asombrado por su realismo, buena factura y actuaciones sorprendentes, aún hoy,  cuando creemos que se ha visto todo y no queda mucho por descubrir.
La primera constatación es ¡que buen cine se hacía entonces en Argentina!
Y que gran cantidad de actores, actrices, directores y técnicos de primera línea se han perdido en el olvido.
Ya nadie recuerda ni sus nombres ni la fama que tuvieron en tiempos de producción frenética  luchándole el mercado latinoamericano nada menos que a Hollywood. Y ganándole en mercados como México y Cuba.

Salvados con tecnología
Por suerte, parece que alguien se dio cuenta de que tienen un tesoro a descubrir en los archivos de Artistas Argentinos Asociados, Argentina Sono Film, Lumiton y otras grandes productoras de esos años. Y que existen aún los negativos en buen estado,  por lo que han comenzado -muy lentamente- a transferirlas a formato DVD, que en otras partes ya está quedando obsoleto,  pero tener todo digitalizado ya es un paso grandioso para apoyar este trabajo de recuperación de la memoria fílmica de una industria que supo conquistar un mercado tan inmenso que hoy sería impensable conseguir.

Este trabajo provee además,  al investigador,  la posibilidad de ver- en la mayoría absoluta de los títulos- por vez primera,  algunas obras que nunca más se volvieron a presentar ni en cines ni por televisión, salvo algún caso aislado.

Algunos títulos
El grupo seleccionado, como en toda selección en forma absolutamente subjetiva, incluye: “Puente Alsina” (1935) con José Gola y Delia Durruty;
Mujeres que trabajan” (1938) con Mecha Ortiz, Tito Lusiardo y Niní Marshall;
Kilómetro 111(1938) con Pepe Arias, Ángel Magaña y Delia Garcés; “Muchachas que estudian” (1939) con Enrique Serrano, Sofía Bozán y Alicia Vignoli; “Elvira Fernández, vendedora de tienda” (1942) con Paulina Singerman, Juan Carlos Thorry y Tito Lusiardo; “Almafuerte” (1949) con Narciso Ibáñez Menta, Pola Alonso y Eca Caselli; “Las aguas bajan turbias” (1952) con Hugo del Carril, Adriana Benetti y Raúl del Valle; “Deshonra”(1952) con Fanny Navarro, Mecha Ortiz y Tita Merello; “Barrio gris” (1954) con Carlos Rivas, Alberto de Mendoza y Mirtha Torres cerrando con “Mercado de Abasto” (1954) con Tita Merello, Pepe Arias y Juan José Míguez.
Surgen allí los nombres de directores impecables como  Manuel Romero, Mario Sóffici, Luis César Amadori,  Hugo del Carril, Daniel Tinayre, y Lucas Demare entre otros, que sabían hacer perfectamente su trabajo. Y como filmar en glorioso blanco y negro los melodramas más apasionantes.
A los espectadores de hoy,  esta lista de nombres de películas,  actores y directores no les dice nada. ¡Pero fueron grandes!


El star system criollo
Surge claramente un star system argentino que tuvo sus divas y divos al mejor estilo Hollywood, quienes sin ganar las mismas fortunas,  tuvieron los mismos caprichos y prebendas…
El cine de “teléfonos blancos” o decorados con escalinatas fastuosas tuvo más de un cuarto de hora y el vestuario de las actrices marcó tendencia en todo el continente. Las que vestían de fiesta eran casi siempre las mismas y las otras, las que destacaron en personajes populares, también sabían rodearse de diseñadores, maquilladores y peluqueros que conocían perfectamente las técnicas para favorecerlas o crearles un estilo intransferiblemente personal (de este grupo surgió Julio Alcaráz, el peluquero de Evita y creador de su mítico moño).
Todo esto viene a cuento por la personalidad de una actriz fenomenal que aún hoy,  en películas como “Mercado de Abasto”,  literalmente se come la pantalla: Tita Merello.

Da bataclana rea estrella
Tita fue un portento de naturalidad pese a sus no tan amplios recursos actorales como podemos creer,  viéndola por primera vez.
Normalmente hacía de ella misma, pero lo hacía maravillosamente bien.
Fue una  “bataclana rea” -como alguien de su época la calificó- ya fuera una vendedora de pollos o la encargada de un bar, ya se agarrara de los pelos con su cuñada por un engaño amoroso de esta “descocada” o la crispación furiosa por haber sido traicionada y abandonada al poco tiempo de tener su primer hijo….
Cuando Tita filmó “Mercado de Abasto” ya tenía 50 años y se le nota en los primeros planos.
Es poco creíble su embarazo – que nunca se ve- o que el hijo,  “Rabanito”,  crezca con tal celeridad, pero hay que ver a Tita sufriendo cuando el nene es picado por una tarántula o cuando se da cuenta de que el sabandija que la engañó,  en el fondo “algo la quería…”.
Sólo una grande es capaz de resistir el imposible diálogo de la noche de bodas,  cuando declara “ahora comprendo lo que dice el catecismo…que la mujer está hecha para servir al marido”.
Seguro que ella no creía una palabra de esa frase,  pero la dice con tal convicción que se convierte mágicamente en una cruzada de la causa machista.
Además,  es en esta película que canta su célebre “Se dice de mí” en medio de un picnic de trabajadores del mercado.
Hay una exaltación hacia las clases populares (pobres pero con “dignidad peronista”, claro) que nunca más se vio.
El niño Rabanito es tratado en un hospital que parece la Clínica Mayo y en las salas se muestran al pasar decenas de “pulmotores” que eran la avanzada de la tecnología médica de esos años,  amén de que todo el personal hospitalario es de una dedicación absoluta y todo brilla que hasta encandila.
Son los logros del primer peronismo mostrados con una exaltación casi reverencial.
Seguramente la mano del terrible y legendario Raúl Alejandro Apold puso su granito de arena en estas secuencias.
Tita siguió filmando hasta  1985 (“Las barras bravas”), tenía ya 81 años.
Desde que comenzó su carrera en el cine en 1933,  con la legendaria “Tango “
 -considerada la primera película sonora argentina - protagonizó 31 películas y participó en papeles muy pequeños en otras 7.
Nacida en 1904 tuvo una infancia de miseria, hambre y calle, ya de jovencita se hizo cantora (decidora sería lo más exacto, nunca fue una gran cantante) de tangos y milongas con un estilo arrabalero que la distinguiría de las demás. Luego trabajó en circos, cabarets, revistas, radios, televisión y teatros.
Los últimos años los pasó alojada en la Clínica Favaloro de Buenos Aires donde murió en 2002 cuando ya tenía 98 años.
Le faltaron dos para llegar a centenaria.
Igualmente se  puede decir que “vivió el siglo”.
Nunca se calló-casi- nada.
Y hasta conoció la humillación de ser relegada a trabajar en carpas de feria -después de haber sido una estrella absoluta- luego de la caída de Perón.
La “Libertadora” no le perdonó su filiación peronista. Las listas negras de antes cambiaron los nombres  en una  Argentina en la que esto sigue siendo moneda corriente de forma más o menos velada.
A Tita le impidieron trabajar en cine, radio y teatro. Cantar en ferias,  podía.
Locura perversa de la censura.

El amor: Luis Sandrini
Su amor por Luis Sandrini la marcó para siempre, y  cuando el actor la dejó para casarse con Malvina Pastorino su dolor ya no tuvo cura.
Es curioso este amor ciego.
Dos personalidades aparentemente opuestas, Sandrini con su personaje de Felipe (un pobre infeliz de GRAN corazón) era lo que el público quería de él. 
Tita, una hembra bravía e indomable, parecía que no se enamoraría de un hombre así.
Pero ya sabemos que el amor es ciego y los opuestos se atraen…
Con Sandrini se habían conocido a fines de los años 30 y convivieron hasta 1949, aceptando Tita pasar a un segundo plano durante toda esa década,  ante el verdadero estrellato de Sandrini quien era primerísima figura del cine y del teatro argentinos y continental.
En esos años tuvieron-ambos- breves aventuras con otras/os,  pero no fue hasta que a Sandrini le salió una película en España y Tita no quiso viajar junto a él que se desencadenó el final.
Era diciembre del 49 y Tita tenla la posibilidad de protagonizar en teatro "Filomena Marturano",  papel a su medida que primó por sobre el  viaje como "acompañante" de Sandrini,  quien  partió  solo. 
Luego vendría Malvina Pastorino, su casamiento con ella y la marca a fuego en el corazón de Tita quien debió elegir entre el amor y su carrera. 
Tal vez luego  se arrepintió de haber elegido la carrera de actriz por sobre el hombre que más amó, pese a que fue uno de los mayores éxitos de su vida profesional.
Todo indica que no fue una mujer feliz ni en sus años de mayor esplendor.
Júver Salcedo me contó que fue a verla al camarín luego de una función de su ya  legendaria “Filomena Marturano” y ella, frente a un espejo rodeado de luces como buena estrella que era,  lo recorrió con la mirada de arriba abajo como hacía con todos los hombres que la visitaban. De una forma que hoy consideraríamos casi abusiva. Era así, estuvo hecha para no bajar la cabeza ni hacerse la mosquita muerta, nada más lejano a una personalidad que podía molestar por su lenguaje arrabalero y su impostura hostil que ella manejaba  perfectamente.
La amargura la fue tomando poco a poco como una incurable enfermedad y la actitud desfachatada de sus años de esplendor fue dando paso al capricho, la religiosidad exacerbada, la soledad, el perrito Corbata y el aislamiento casi total.
Murió sola… con una soledad que duele.
Sus últimas imágenes,  en silla de ruedas,  mostraron a una ancianita que había quedado reducida a unos huesitos con unos ojos como cuencas vacías,  sin el menor atisbo del fuego con el que podía fulminar a quien fuera años antes. 
La muerte de su hermano Pascual - cuatro años menor que ella- fue el último golpe antes de abandonar su lucha por vivir.
Fue producto de su tiempo, la modernidad no entró en sus parámetros de vida.
Ella, que miraba a los hombres desfachatadamente en la vida real,  hoy se horrorizaría ante las vedettongas carentes del más mínimo talento  que pululan  por la televisión argentina vistiendo sólo un conchero de lentejuelas.
Tal vez,  poca gente la recuerde dentro de algunos años, pero es importante saber que dentro de sus frases célebres,  hay una que merecería figurar en cualquier antología,  ya que es adaptable a la cultura y al mundo en general: “Hay que cuidar la flauta porque la serenata es larga
Alguien que dijo eso, merece ser recordado por siempre!

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Tita en su esplendor c.1950

viernes, 22 de noviembre de 2013

Momento de decisión



Durante años quise volver a verla.
Era imposible de encontrar en formato DVD hasta que una amiga que volvía de España me mandó un correo diciendo que en “El Corte Inglés” de un lugar periférico había una copia bajo el nombre de “Paso decisivo” y que había sido “descatalogada por la productora”.
Es que “Momento de decisión” (1977) nombre con el cual la conocí es una película que he amado y amo profundamente.
No es una obra maestra, es simplemente una historia hermosa bien contada y mejor actuada y fotografiada.
Hace unos días la volví a ver en la soledad de mi casa.

¿Envejeció?
No ha perdido vigencia, no luce envejecida,  pero es asombroso comprobar cómo hace tan solo 36 años la sociedad era otra, pero tan diferente a la actual que parece otro mundo…
No hay aquí ni computadoras ni celulares, ni mensajes de texto, hay grandes teléfonos con cables de “rulo” y hasta las llamadas telefónicas  entre Oklahoma y Nueva York parecen extrañas y poco usuales.
Y es, fundamentalmente, una película que celebra al ballet, al más clásico, y a la amistad de dos mujeres que supieron competir por un papel en un ballet ficticio (Ana Karénina).

Dos estrellas brillantes
Esas mujeres en la ficción son Anne Bancroft (como Emma Jacklin) y Shirley MacLaine (como Deedee Rodgers).
Se conocen desde niñas, bailaron juntas desde muy jóvenes, luego la vida las separó.
Emma se volcó a su carrera de bailarina estrella sin formar familia, Deedee se casó (con un bailarín) tuvo tres hijos y ahora tiene una pequeña academia en Oklahoma.
La visita de la gran compañía (evidentemente el American Ballet Theatre, aunque nunca es nombrado así) a la ciudad de Deedee es el pretexto del reencuentro.
Saldrán a  la luz viejos rencores, una situación de celos nunca resuelta y, por sobre todo, el talento de la hija mayor de Deedee (la bailarina Leslie Browne) de nombre Emilia quien se va a integrar a la Compañía con todo lo que ello implica.
Claro que estará por allí un ruso “disidente estrella” de nombre Yuri (Mikhail Baryshnikov)  que pretextará varios números de ballets famosos con otras tantas estrellas (reales)  invitadas a una supuesta gala benéfica.

¿Cómo filmar ballet?
En su momento fueron aplaudidas las escenas de baile, en las que el director Herbert Ross (largamente vinculado a la danza como bailarín) en las que nunca se ve al público pero uno lo imagina en la oscuridad,  detrás de las luces… o lo que son las escenas frente a una pared de espejos en las que no se ve la cámara reflejada.
Como guiños para balletómanos aparece por allí la legendaria  Alexandra Danilova como Madame Dahkarova  y es importante saber que  Danilova fue una estrella de los ballets de Diaghilev… Murió en 1997, exactamente 20 años después de filmar esta película.
Momento de decisión” llegó en un momento brillante para el ballet en Nueva York (y en Estados Unidos en general), la revista Dance Magazine agotaba miles y miles de ejemplares, las tiendas que vendían desde mallas a zapatillas como CAPEZIO nunca conocieron mayor esplendor. Hoy,  lo que queda de esta tienda,  no es más que una pálida sombra de lo que fue…Broadway y la 50, primer piso...

Yo vivía allí entonces.
En la ciudad en la que me gustaría volver a vivir hasta el final… Una ciudad que puede agobiar, fascinar, hacer sentirnos los más felices o solitarios del mundo en una mezcla extraña que no encontré en otro lugar.
Recuerdo haber ido a una gala en el Lincoln Center -no muy diferente a la que muestra la película-  y en la que participaron desde Baryshnikov a Carla Fracci, Peter Martin, Antoinette Sibley y Marcia Haydée entre otras figuras  y fue tal el estallido final de que nos quedaron las manos rojas de aplaudir manifestando nuestra admiración.

Con las manos vacías…
La película tuvo once nominaciones al premio Oscar, desde las memorables protagonistas (Bancroft y MacLaine) hasta Baryshnikov y Leslie Browne como actores secundarios, también mejor dirección artística, fotografía, película, director, sonido, montaje y guion original.
No ganó ninguno.
Pasó a integrar la amarga lista de películas multicandidatas al Oscar que se fue con las manos vacías,  igual que  “El color púrpura” (1985) con la misma cantidad de nominaciones y cero premio.
Es que en ese momento no nos dábamos cuenta de que el mundo estaba cambiando para siempre. Uno no percibe los cambios sociales gigantes en el momento en que los vive, es necesario que pase el tiempo para notarlo.
Ese mismo año se estrenó “Fiebre de sábado a la noche” (1977) y fue el éxito que  marcó tendencia global en moda, música y costumbres.
Luego vendría el SIDA,  que hizo estragos en sus primeros años en el mundo del ballet, y TODO, desde una muy establecida  “cultura de la danza”, fuera bailarín o espectador,  se fue desmoronando… irremediablemente.
Al punto que ahora es irreconocible para nosotros.

Hoy
Shirley MacLaine tiene 79 años, Anne Bancroft murió hace 8 años, Baryshnikov -el pasado enero- cumplió  65 y Leslie Browne ,  55 años.
¡Qué lejos estábamos de pensar que todo iba a cambiar tanto y tan rápido!
 Igualmente,  volver a ver esta película hace que se me “piante un lagrimón”.
 Por los tiempos que se fueron, por los que no están,  por los que vendrán,  por la maravilla del cuerpo humano bailando y acercándonos a formas de la belleza que seguirán estremeciendo a los sensibles a estas manifestaciones del arte.
No nos dimos cuenta entonces, pero la pasamos bien, tanto que se añora ese año en particular, sabiendo que nunca más se reiterarán esas sensaciones que-naturalmente- el tiempo también se encargó de pulir y hacer resplandecer y tal vez no fueron tan maravillosas en realidad.
Si fue así, tampoco lo notamos.
De lo que estoy seguro es que es bueno haberlo vivido,  para poderlo contar…
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Anne Bancroft (Emma Jaklin) en la barra "Momento de decisión" (1977)




viernes, 15 de noviembre de 2013

Marcel Proust,  en una tarde gris…


Hace un año que se cumplieron 100 años desde que el primer tomo de “Du côté de chez Swann” -comienzo de “Á la recherche du temps perdu”- estuviera impreso y listo para su venta.
Edición a cargo de su autor (que gastó- en cifras de hoy- el equivalente a unos 9.000 euros de su bolsillo) luego del acuerdo con Bernard Grasset (editor)  dado que no consiguió que ninguna de las muchas editoriales a las que acudió con el manuscrito se interesaran por esta novela. 
Con los tomos siguientes llegaría a más de 3000 páginas sumadas. 
Luego de este comienzo, las editoriales se dieron cuenta del error de juicio ante una obra que se convertiría, con el paso de los años,  en fundamental  para la literatura universal.
Para mucha gente fue la que marcó el verdadero comienzo del siglo XX. 
Era el 14 de Noviembre de 1913.

Descubrí a Marcel Proust tardíamente en mi vida. 

Creo igualmente, que llegó en el momento adecuado.  Hace ya unos años cuando comencé a asomarme a la “Recherche…” descubrí asombrado lo que seguramente miles o millones habían descubierto antes, que el mundo fascinante que nos propone hasta en sus más mínimos detalles puede seducirnos- o agobiarnos-  pero siempre como una experiencia de vida que ya nunca podremos quitar de nosotros.

Proust, y el cine. Visconti y Greta Garbo

Curiosamente, el personaje de Proust y su obra han sido llevados en contadísimas ocasiones al cine.
Haciendo una lista rápida encontramos: Celeste(1981) de Percy Adlon- naturalmente sobre Celeste Albaret la legendaria empleada/ cuidadora/ imprescindible de Marcel- que no fue estrenada comercialmente en Montevideo ( si la encuentran en la Web NO perderla, es un gran film!) ; El amor de Swan(1983) de Volker Schlondorff que sí se estrenó; “El tiempo recobrado (1999) de Raoul Ruiz que también se estrenó – y por cierto la que mejor retrata el mundo proustiano si uno leyó antes al autor- ; y La cautiva (2000) de Chantal Akerman sobre “La prisionera” trasladada al tiempo presente,  que tampoco se vio por nuestras salas.
Muy poco para semejante autor y personaje.
Son parte de la leyenda los proyectos que quedaron en el camino. Tal vez el más esperado por años y años fue el de Luchino Visconti (que había leído la adaptación de René Clement) y que el maestro italiano pensaba centrar en “Sodoma y Gomorra”.

 Incluso se llegó a mencionar allí el regreso al cine de Greta Garbo como la duquesa de Guermantes. No pudo ser. Garbo siguió recluida, pese a testimonios que dicen que estaba encantada con la idea..

Se habló entonces de otro posible elenco que manejaba Visconti: Alain Delon (Marcel), Silvana Mangano (duquesa de Guermantes), Marlon Brando o Laurence Olivier (Charlus), Annie Girardot o Delphine Seyrig (madame Verdurin), Charlotte Rampling (Albertine) y hasta Brigitte Bardot (Odette).  Era Julio de 1971 y coincidiría con el centenario del nacimiento de Proust.
Nunca se hizo.
Pero hay más, Joseph Losey trabajó bastante en un proyecto que llegó a anunciarse en 1975 con otro elenco grandioso que incluía también a Silvana Mangano como la duquesa de Guermantes, y a Dirk Bogarde (Swan), Helmut Berger (Morel), María Callas (reina de Nápoles) y Jeanne Moreau como madame Verdurin . Tampoco se filmó.
La traslación al cine de la “Recherche…” es una tarea titánica que necesita de verdaderos talentos, de allí la valentía del chileno Raúl Ruiz (autobautizado Raoul) con su película de 1999 de la que sale más que airoso. Pero Raoul murió en 2011 y todos sus proyectos proustianos (que los tenía) obviamente, quedaron truncos.

Las biografías

Me he dedicado también en estos años a leer cuanta biografía sobre Proust  ha caído en mis manos.
Comencé con la de George Painter,  que pese a su fama no me apasionó, seguí con mi preferida,  la de Ghislein de Diesbach que a muchos horrorizó, continué con la breve e interesante de Edmund White  y por último llegué a la de André Maurois que denota el paso del tiempo.
Me queda en el debe la que es considerada como la mejor escrita hasta el momento- la de Jean Yves Tadié- que nunca encontré.
Cada vez me apasiona más la persona  Proust.
Con sus luces y- sobre todo- sus sombras.
Y desde hace tiempo me pregunto qué hubiera pasado si en su época-tan cercana a nosotros en términos históricos- lo hubiesen medicado con la parafernalia farmacéutica que hoy tenemos. ¿Su obra sería la misma? Sin duda no.
En 1917, escribió Colette- que no lo quería nada- “Marcel estaba muy enfermo, pesaba poco más de 45 kilos y rara vez salía de su habitación tapizada de corcho. Se había convertido en un mártir del arte. Lo vi durante la Gran Guerra en el Hotel Ritz junto a algunos amigos. No paraba de hablar, se esforzaba en mostrarse alegre. A causa del frío, y tras disculparse, se calaba su sombrero de copa inclinado hacia atrás y el flequillo, semejante a un abanico, le cubría las cejas: Vestía uniforme de gala, pero desarreglado por el viento. Su cara parecía espolvoreada de ceniza gris, las cuencas oculares y su boca denotaban que ya había sido reclutado por la muerte…”.

Una tarde en Paris

En diciembre de 2001 visité,   en el Museo Carnavalet  de Paris,  la exposición Au temps de  Marcel Proust: La collection de Francois-Gérard Seligmann  que recibía a los visitantes con el célebre retrato de Proust pintado por Jacques Émil Blanche en 1892 y que incluía nada menos que el dormitorio completo del escritor donado al Museo por Odile Gévaudan,  hija de Celeste Albaret.
Mi compañera,  Alejandra Casablanca se había ido al Museo Picasso a pocas cuadras del Carnavalet,  porque quiso que mi experiencia proustiana la hiciera en soledad.
Una llovizna tenue caía sobre París esa tarde que muy lentamente se iba haciendo noche.
Había poca gente visitando la exposición por lo que tuve la posibilidad de estar algún momento solo mirándolo todo. Respirando el aire de aquellas salas donde había desde manuscritos a cuadros que habían estado en las paredes de Marcel, alguna ropa, sus plumas con restos de tinta o su propia cama…
En ese momento creo que comprendí realmente aquello de la magdalena en una taza de té y me sentí irremediablemente feliz en la nostalgia como pocas veces antes y como nunca después…
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Curiosa foto de Marcel Prout sonriendo ,  c.1891 en Paris.


Proust escuchando con audífonos  c.1907
Proust joven c.1906

El famoso retrato de Blanche


Marcel con dos amigos en una foto que su madre detestaba por "evidente" c1898
Proust trabajando en su legendaria cama c. 1912
Foto tomada el 20 de Noviembre de 1922 en su lecho de muerte
Tumba de marcel Proust en el Ce,enterio de Pére Lachaisse 1972

María Elena Walsh publicó en La Nación de Buenos Aires el 4/6/1997 la siguiente crónica que fue luego integrada por su autora a sus memorias “Fantasmas en el parque” (2008), libro- inexplicablemente- NO editado en Montevideo. Por su valor testimonial y los personajes en ella involucrados,  es un honor poder compartirla en su totalidad.

La guardiana de Proust



En esta deliciosa y divertida crónica de una visita al museo Ravel en Montfort l`Amaury, se evoca a una figura legendaria en el mundo literario, la de Céleste Albaret, famosa ama de llaves del autor de En busca del tiempo perdido y cuidadora, años más tarde, en la casita del compositor de Bolero.
En París, hace ¿cuántos años? Los recuerdos animan un museo fantasmal, las fechas se desvalorizan. Sólo queda la sonrisa pendiente cuando el gato de Chesire se esfumó, un cambiante decorado onírico. Por eso nos hechiza la reconstrucción, la imaginación tan tramposa como verosímil de Marcel Proust. Y le agradecemos que no nos abrume con la fórmula: "Corría el año de l9...."
A propósito de una carta publicada en el Correo de Lectores de este diario, que suscitó una avalancha de respuestas, supimos que había entre nosotros muchos adherentes a Proust, que no figuran en ninguna estadística. Ese descubrimiento estimula a contar para este auditorio (o "lectorio") dominical uno de esos recuerdos que la abuela suponía que no interesaban a nadie.
Como les decía, una vez, en París, con mis amigos María H. y Pepe F., decidimos emprender una excursión a Montfort l`Amaury, para visitar la casa de Maurice Ravel. La cuidadora era una tal Céleste, personaje real y literario de Marcel Proust.
Confieso sin vergüenza que Proust nos importaba poco. Leído en la adolescencia, sólo llegamos a curiosear Por el Camino de Swann en la muy castiza versión de Pedro Salinas, y tanta minucia nos había agobiado. Sin duda es lectura para la madurez, y algunos adquirimos tarde la adicción de internarnos periódicamente en esa crónica del Tiempo Perdido.
Aquel día iríamos tras las huellas del venerado Ravel, tras los ecos de su música frecuentada con fervor en unos famosos conciertos matinales en el Teatro Colón. Y en humildes "wincos" adquiridos con sacrificio, como fuimos adquiriendo más tarde el conocimiento de la lengua francesa.
El día señalado, muy temprano, sonó el teléfono en el hotelito de Saint Germain. ¿Quién podía ser sino el ubicuo Angel R.? Era inútil rastrearlo por el mundo, las cartas lo desencontraban, pero cada vez que uno llegaba a alguna ciudad del planeta, el pensador uruguayo aparecía por arte de magia.
Angel Rama, sí, el crítico literario de izquierda, profesor en cuanta Universidad existiera, animador de congresos y tertulias, inolvidable roedor de escrituras y cultivador de amistades.
Esta es la modesta reseña de ese día, según la preserva mi desvaída "memoria involuntaria": se desvaneció el gato y sólo queda su sonrisa.
-Angel ¿querés ir a Montfort l`Amaury?
-¡Ta, vamos!
En el tren, Angel acomodó sobre el respaldo del asiento delantero sus descomunales zapatones, hechos a escalar casas sin ascensor y cuestas de bohemia parisiense. Atrás de esas suelas, la mirada loca, la sonrisa enorme y los rulos rubiones que emergían de las solapas levantadas.
La charla nos hizo olvidar por una hora el motivo del viaje. Entre carcajadas más jóvenes que nosotros, llegamos a uno de esos tristes pueblos franceses de pura piedra, entonces ajenos a la industria del turismo cholulo. En la estación, una flecha indicaba un kilómetro de marcha, bajo la llovizna, por un sendero ¿de espinos? Fue entonces cuando Angel pronunció su célebre pregunta: -Pero ¿dónde vamos a almorzar?
-En cualquier parte, más tarde. No sabemos.
-¿Cómo que no saben? ¿No me invitaron a "morfar a Lamorisse"?
Aclaramos el malentendido telefónico, que nos dio la oportunidad de tratar al profesor Rama de bruto, materialista y hortera, según el tono festivo del grupo. Empapándonos alegremente, Pepe le informó que conoceríamos la casa de Ravel, y a su cuidadora Céleste...
_ ¿Qué Céleste?- preguntó Angel, desorbitado.
Pepe F. pronunció Al-ba-ret y aclaró que debíamos ser discretos, porque sabía de buena fuente que Mme. Céleste no toleraba que le hicieran preguntas sobre Proust.
Llamamos a la puerta del chalecito, y nos abrió una severa dama de lentes, con un vestido azul generosamente escotado sobre una piel de blancura extraterrestre. Era la imagen de la dignidad, de mirada sagaz, un cutis de extraña transparencia, la sonrisa hasta ahí nomás.
-¡Zas! Esta parece Arletty preparándose para Fedra- murmuró María H., atenta, profesional y humanamente, a las sagradas formas de la representación.
Apenas traspuesto el umbral y pronunciados los saludos, la dama nos estaba contando, en un francés exquisito, algunas peculiaridades del Sr. Proust.
-El me aceptó porque yo de entrada lo traté en tercera persona, y así lo hice toda la vida. No soportaba la incorrección en el lenguaje ni la excesiva familiaridad en el trato.
Tardamos bastante en encontrar una pausa que permitiera a María H. preguntar, con aires de marquesa: -¿Podríamos ver el piano del señor Ravel, Madame?
Céleste disimuló un gesto de resignación y nos escoltó a la salita de trabajo, con el piano de media cola y algunas partituras. Era todo austero y en pequeña escala. La ventana daba a un jardín pobretón que la dama señaló con estas palabras: -Al señor Ravel le gustaba el campo...
-¿A este potrero le llaman campo los franceses?- murmuró Rama, con el desdén de un Verdurin gauchesco.
Céleste, con ademanes de oficiante, nos guió al comedor, describió las sillas talladas por Ravel con motivos inspirados en las ánforas griegas. Después al dormitorio, con la camita exigua, sus fotos, figurines y libros. Las visitas estaban conmovidas por el modesto santuario silencioso, el fantasma de su habitante y la solemne guía.
Sólo Angel se atrevía a escrutar a Céleste. Ella, que no tenía la menor gana de referirse a Ravel, quizás porque Proust (según creo) no menciona su música, o porque a ella le parecía un asteroide, respondió a esa curiosidad volviendo a evocar a Monsieur Marcel, sus gustos, sus manías, su encanto, su estatura imponente, (Ravel era petiso), su distinción, sus enfermedades, su exquisitez, sus bromas.
-¡Pues naturalmente, el señor Proust amaba la música!- se indignó ante la pregunta. -Tanto, que algunas noches, después de un concierto, invitaba a los músicos a tocar en su casa, para él solo. Parecía caer en trance ¿entienden?
Cuenta un músico que una vez Proust invitó al conjunto Gastón Poulet a interpretar en su casa el Cuarteto en Re Mayor de César Franck... inmediatamente después de haberlo escuchado en un concierto. Los ejecutantes se acomodaron como pudieron en el salón mal iluminado, que apestaba a pebeteros y sahumerios, y lo tocaron. El señor pidió bis... del cuarteto entero. Los músicos, rendidos y casi al amanecer, aceptaron una colación que ofrecía su servidora. Céleste, según el violista Massis, era una bella muchacha rubia, alta, vestida de negro, con cuello y puños de abundante puntilla blanca, verdadera aparición del tiempo de Carlos IX.
En la época de nuestra irrupción en Montfort l`Amaury, la mítica dama estaba guardada, y sin duda era fuerte su necesidad de relatar el tema obsesivo. Más tarde, en 1973, publicó un libro, (Monsieur Proust, recuerdos recogidos por George Belmont), y la televisión la descubrió como reliquia viviente.
No éramos gente de andar con grabadores ni cámaras, no fuimos ladrones fetichistas. Por otra parte, salvo Angel, ignorábamos la importancia de la ex ama de llaves. Y su largo monólogo y su imagen se suspendieron, como si hubiera sido uno más entre los tantos seres anteriores a la reproducción mecánica.
Después, al reencontrarla en las descripciones de Proust, pensamos que el tiempo había perdonado la extraña belleza de la servidora, ángel de su guarda y de su muerte: "El agua corría tras la transparencia opalina de su piel azulada. Sonreía al sol y se tornaba todavía más azul. En esos momentos era verdaderamente Céleste". (Sodoma y Gomorra).
Su condición de iletrada no le impidió dialogar con él, al contrario, le resultó una fuente enriquecedora por su parla extravagante y, por qué no, por su capacidad de adular al genio con una retórica barroca. Usaba el nombre ¡Moliere! (¿payaso?) sin saber de quién se trataba sino como un epíteto para desalentar lo que le parecía exagerada modestia de su amo.
La persona de servicio se convirtió en actriz principal de la comedia proustiana, fue una sombra permanente y vivaz, accedió con sobrado mérito a la condición de personaje inmortal de la literatura.
A punto de despedirnos, hubo un secreteo entre los visitantes: ¿Le damos propina? ¿Se ofenderá? ¿Cuánto le damos? Ofenderse, no creo... Mejor le damos. ¿Y quién se ocupa? A mí me da calor...
Reunimos discretamente los billetes, mientras Céleste se distraía en la contemplación de un bibelot. El designado por mayoría para entregar el óbolo fue Pepe:-Pero ¿y cómo le digo? -No sé, pensá.- No se me ocurre. -Vamos, coraje.
Entonces Pepe, después de hacer un ademán tan amplio hacia la ventana, que abarcaba jardines, campos, elíseos y de los otros, montes y serranías, tiempos perdidos y recobrados, posó los francos dobladitos en la palma de Céleste, diciendo, en lo que resultó en francés un perfecto verso alejandrino:
-Acepte usted, señora, para los pajaritos...
Por María Elena Walsh © La Nación ( Buenos Aires, Argentina)