viernes, 29 de noviembre de 2013

Tita, la bataclana rea que se convirtió en leyenda

Por estos días estoy trabajando sobre una serie de películas argentinas de temática social,  realizadas entre 1935 y 1954,  que me han asombrado por su realismo, buena factura y actuaciones sorprendentes, aún hoy,  cuando creemos que se ha visto todo y no queda mucho por descubrir.
La primera constatación es ¡que buen cine se hacía entonces en Argentina!
Y que gran cantidad de actores, actrices, directores y técnicos de primera línea se han perdido en el olvido.
Ya nadie recuerda ni sus nombres ni la fama que tuvieron en tiempos de producción frenética  luchándole el mercado latinoamericano nada menos que a Hollywood. Y ganándole en mercados como México y Cuba.

Salvados con tecnología
Por suerte, parece que alguien se dio cuenta de que tienen un tesoro a descubrir en los archivos de Artistas Argentinos Asociados, Argentina Sono Film, Lumiton y otras grandes productoras de esos años. Y que existen aún los negativos en buen estado,  por lo que han comenzado -muy lentamente- a transferirlas a formato DVD, que en otras partes ya está quedando obsoleto,  pero tener todo digitalizado ya es un paso grandioso para apoyar este trabajo de recuperación de la memoria fílmica de una industria que supo conquistar un mercado tan inmenso que hoy sería impensable conseguir.

Este trabajo provee además,  al investigador,  la posibilidad de ver- en la mayoría absoluta de los títulos- por vez primera,  algunas obras que nunca más se volvieron a presentar ni en cines ni por televisión, salvo algún caso aislado.

Algunos títulos
El grupo seleccionado, como en toda selección en forma absolutamente subjetiva, incluye: “Puente Alsina” (1935) con José Gola y Delia Durruty;
Mujeres que trabajan” (1938) con Mecha Ortiz, Tito Lusiardo y Niní Marshall;
Kilómetro 111(1938) con Pepe Arias, Ángel Magaña y Delia Garcés; “Muchachas que estudian” (1939) con Enrique Serrano, Sofía Bozán y Alicia Vignoli; “Elvira Fernández, vendedora de tienda” (1942) con Paulina Singerman, Juan Carlos Thorry y Tito Lusiardo; “Almafuerte” (1949) con Narciso Ibáñez Menta, Pola Alonso y Eca Caselli; “Las aguas bajan turbias” (1952) con Hugo del Carril, Adriana Benetti y Raúl del Valle; “Deshonra”(1952) con Fanny Navarro, Mecha Ortiz y Tita Merello; “Barrio gris” (1954) con Carlos Rivas, Alberto de Mendoza y Mirtha Torres cerrando con “Mercado de Abasto” (1954) con Tita Merello, Pepe Arias y Juan José Míguez.
Surgen allí los nombres de directores impecables como  Manuel Romero, Mario Sóffici, Luis César Amadori,  Hugo del Carril, Daniel Tinayre, y Lucas Demare entre otros, que sabían hacer perfectamente su trabajo. Y como filmar en glorioso blanco y negro los melodramas más apasionantes.
A los espectadores de hoy,  esta lista de nombres de películas,  actores y directores no les dice nada. ¡Pero fueron grandes!


El star system criollo
Surge claramente un star system argentino que tuvo sus divas y divos al mejor estilo Hollywood, quienes sin ganar las mismas fortunas,  tuvieron los mismos caprichos y prebendas…
El cine de “teléfonos blancos” o decorados con escalinatas fastuosas tuvo más de un cuarto de hora y el vestuario de las actrices marcó tendencia en todo el continente. Las que vestían de fiesta eran casi siempre las mismas y las otras, las que destacaron en personajes populares, también sabían rodearse de diseñadores, maquilladores y peluqueros que conocían perfectamente las técnicas para favorecerlas o crearles un estilo intransferiblemente personal (de este grupo surgió Julio Alcaráz, el peluquero de Evita y creador de su mítico moño).
Todo esto viene a cuento por la personalidad de una actriz fenomenal que aún hoy,  en películas como “Mercado de Abasto”,  literalmente se come la pantalla: Tita Merello.

Da bataclana rea estrella
Tita fue un portento de naturalidad pese a sus no tan amplios recursos actorales como podemos creer,  viéndola por primera vez.
Normalmente hacía de ella misma, pero lo hacía maravillosamente bien.
Fue una  “bataclana rea” -como alguien de su época la calificó- ya fuera una vendedora de pollos o la encargada de un bar, ya se agarrara de los pelos con su cuñada por un engaño amoroso de esta “descocada” o la crispación furiosa por haber sido traicionada y abandonada al poco tiempo de tener su primer hijo….
Cuando Tita filmó “Mercado de Abasto” ya tenía 50 años y se le nota en los primeros planos.
Es poco creíble su embarazo – que nunca se ve- o que el hijo,  “Rabanito”,  crezca con tal celeridad, pero hay que ver a Tita sufriendo cuando el nene es picado por una tarántula o cuando se da cuenta de que el sabandija que la engañó,  en el fondo “algo la quería…”.
Sólo una grande es capaz de resistir el imposible diálogo de la noche de bodas,  cuando declara “ahora comprendo lo que dice el catecismo…que la mujer está hecha para servir al marido”.
Seguro que ella no creía una palabra de esa frase,  pero la dice con tal convicción que se convierte mágicamente en una cruzada de la causa machista.
Además,  es en esta película que canta su célebre “Se dice de mí” en medio de un picnic de trabajadores del mercado.
Hay una exaltación hacia las clases populares (pobres pero con “dignidad peronista”, claro) que nunca más se vio.
El niño Rabanito es tratado en un hospital que parece la Clínica Mayo y en las salas se muestran al pasar decenas de “pulmotores” que eran la avanzada de la tecnología médica de esos años,  amén de que todo el personal hospitalario es de una dedicación absoluta y todo brilla que hasta encandila.
Son los logros del primer peronismo mostrados con una exaltación casi reverencial.
Seguramente la mano del terrible y legendario Raúl Alejandro Apold puso su granito de arena en estas secuencias.
Tita siguió filmando hasta  1985 (“Las barras bravas”), tenía ya 81 años.
Desde que comenzó su carrera en el cine en 1933,  con la legendaria “Tango “
 -considerada la primera película sonora argentina - protagonizó 31 películas y participó en papeles muy pequeños en otras 7.
Nacida en 1904 tuvo una infancia de miseria, hambre y calle, ya de jovencita se hizo cantora (decidora sería lo más exacto, nunca fue una gran cantante) de tangos y milongas con un estilo arrabalero que la distinguiría de las demás. Luego trabajó en circos, cabarets, revistas, radios, televisión y teatros.
Los últimos años los pasó alojada en la Clínica Favaloro de Buenos Aires donde murió en 2002 cuando ya tenía 98 años.
Le faltaron dos para llegar a centenaria.
Igualmente se  puede decir que “vivió el siglo”.
Nunca se calló-casi- nada.
Y hasta conoció la humillación de ser relegada a trabajar en carpas de feria -después de haber sido una estrella absoluta- luego de la caída de Perón.
La “Libertadora” no le perdonó su filiación peronista. Las listas negras de antes cambiaron los nombres  en una  Argentina en la que esto sigue siendo moneda corriente de forma más o menos velada.
A Tita le impidieron trabajar en cine, radio y teatro. Cantar en ferias,  podía.
Locura perversa de la censura.

El amor: Luis Sandrini
Su amor por Luis Sandrini la marcó para siempre, y  cuando el actor la dejó para casarse con Malvina Pastorino su dolor ya no tuvo cura.
Es curioso este amor ciego.
Dos personalidades aparentemente opuestas, Sandrini con su personaje de Felipe (un pobre infeliz de GRAN corazón) era lo que el público quería de él. 
Tita, una hembra bravía e indomable, parecía que no se enamoraría de un hombre así.
Pero ya sabemos que el amor es ciego y los opuestos se atraen…
Con Sandrini se habían conocido a fines de los años 30 y convivieron hasta 1949, aceptando Tita pasar a un segundo plano durante toda esa década,  ante el verdadero estrellato de Sandrini quien era primerísima figura del cine y del teatro argentinos y continental.
En esos años tuvieron-ambos- breves aventuras con otras/os,  pero no fue hasta que a Sandrini le salió una película en España y Tita no quiso viajar junto a él que se desencadenó el final.
Era diciembre del 49 y Tita tenla la posibilidad de protagonizar en teatro "Filomena Marturano",  papel a su medida que primó por sobre el  viaje como "acompañante" de Sandrini,  quien  partió  solo. 
Luego vendría Malvina Pastorino, su casamiento con ella y la marca a fuego en el corazón de Tita quien debió elegir entre el amor y su carrera. 
Tal vez luego  se arrepintió de haber elegido la carrera de actriz por sobre el hombre que más amó, pese a que fue uno de los mayores éxitos de su vida profesional.
Todo indica que no fue una mujer feliz ni en sus años de mayor esplendor.
Júver Salcedo me contó que fue a verla al camarín luego de una función de su ya  legendaria “Filomena Marturano” y ella, frente a un espejo rodeado de luces como buena estrella que era,  lo recorrió con la mirada de arriba abajo como hacía con todos los hombres que la visitaban. De una forma que hoy consideraríamos casi abusiva. Era así, estuvo hecha para no bajar la cabeza ni hacerse la mosquita muerta, nada más lejano a una personalidad que podía molestar por su lenguaje arrabalero y su impostura hostil que ella manejaba  perfectamente.
La amargura la fue tomando poco a poco como una incurable enfermedad y la actitud desfachatada de sus años de esplendor fue dando paso al capricho, la religiosidad exacerbada, la soledad, el perrito Corbata y el aislamiento casi total.
Murió sola… con una soledad que duele.
Sus últimas imágenes,  en silla de ruedas,  mostraron a una ancianita que había quedado reducida a unos huesitos con unos ojos como cuencas vacías,  sin el menor atisbo del fuego con el que podía fulminar a quien fuera años antes. 
La muerte de su hermano Pascual - cuatro años menor que ella- fue el último golpe antes de abandonar su lucha por vivir.
Fue producto de su tiempo, la modernidad no entró en sus parámetros de vida.
Ella, que miraba a los hombres desfachatadamente en la vida real,  hoy se horrorizaría ante las vedettongas carentes del más mínimo talento  que pululan  por la televisión argentina vistiendo sólo un conchero de lentejuelas.
Tal vez,  poca gente la recuerde dentro de algunos años, pero es importante saber que dentro de sus frases célebres,  hay una que merecería figurar en cualquier antología,  ya que es adaptable a la cultura y al mundo en general: “Hay que cuidar la flauta porque la serenata es larga
Alguien que dijo eso, merece ser recordado por siempre!

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Tita en su esplendor c.1950

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