Yo conocí a Josephine
Baker.
En
2014 Josephine Baker habría cumplido 108
años.
Una
estrella que brilló por 5 décadas, derribó prejuicios varios y se convirtió en
símbolo de exotismo audaz aclamado por multitudes.
Insólitamente
conocí personalmente a Josephine en su última presentación montevideana que
habrá sido por 1969 cuando yo tenía 17 años.
La
auspiciaba Canal 12 –donde yo trabajaba entonces- en un programa vespertino llamado “Tertulia12” que dirigía el hoy olvidado
Julio Pierrotti., todo un pionero y rupturista en muchas cosas. Y uno de los
hombres más generosos que he conocido.
Josephine
fue a una nota en el canal y como hablaba una mezcla-por momentos
incomprensible- de francés, inglés, italiano y algo de español (en ese orden y
simultáneamente) la dejaron conmigo charlando mientras esperaba para salir al
aire. Hablamos fundamentalmente en inglés y le hizo gracia que la convidara con
CocaCola y le recordara que a fines de los años 20 había estado en Punta del
Este donde tomaba sol desnuda o cubierta por una mínima gasa para escándalo de
mi bisabuela que vivía allí, era maestra y operaba con sus hijos la estación
telegráfica.
Estuvo
varias veces invitada por los Giot que tenían unos vagones de lujo como casa,
en un lugar por entonces desierto.
Fue
deliciosamente encantadora conmigo.
Lucía
ya muy mayor, con unos enormes lentes negros, un turbante azul y una figura
gruesa que tiraba por tierra su fama de “diosa de ébano”.
Igualmente
tenía un “algo” que la hacía especial, tal vez un aura de estrella que nunca he olvidado.
Con
una maravillosa piel color canela mate y unos modos tan amables que conmovían.
Estaba
claro que hacía esa gira porque necesitaba dinero y por momentos parecía
agotada pero en la noche, durante el espectáculo en el Teatro Solís, vestida de
traje de fiesta largo, tocada por un pequeño sombrero con tules y plumas, un
maquillaje recargado y un corset de tormento que afinaba su figura, fue
aclamada por una sala repleta mientras cantó de todo un poco e hizo tres pasos
de charleston mientras cruzaba los ojos y bromeaba sobre su edad…
Fui
a su camarín y descubrí que el vestido era TOTAL, hasta la piel que dejaba al
descubierto estaba revestida con una malla de su mismo color de piel que
ajustaba su figura a niveles asombrosos. Me dio un cariñoso beso y me regaló
una rosa de las que Pierrotti le había enviado.
Nacida
como Freda Carson en Saint Louis
(Missouri, Estados Unidos) el 3 de junio de 1906 creció en un ambiente de
pobreza y miseria del que intentó vanamente escapar a través del canto y el baile
hasta que a los 13 años abandonó su casa para ir armando desde entonces, una carrera que comenzará en el vodevil casi
prostibulario para llegar al estrellato absoluto en Paris.
Nada
fue fácil en su vida.
Ni
los amores, ni la familia, ni el dinero que ganó y gastó en cantidades
industriales, ni su eterna lucha por mantener a un grupo de hijos e hijas
adoptivos que formaron la famosa “tribu del arco iris” en eterna lucha
por evitar el desalojo de su casa, el castillo Les Milandes.
Luchó
junto a los Aliados durante la Segunda Guerra mundial, luchó por los Derechos
civiles en Estados Unidos compartiendo estrado con Martin Luther King Jr.en el
histórico acto de Washington D.C.; le
puso el hombro a Charles De Gaulle en el 68…todo desde la primera línea.
En
1950 fue especialmente a México a visitar a Frida Kahlo de quien fue amiga.
Hay
una anécdota que se conoce poco, de
cuando llegó a Paris por primera vez en 1925.
Según
cuenta el periodista Franklin Morales en su libro “Andrade, el rey negro de
Paris” publicado en 2002, la empresaria norteamericana Carolina Dudley
convocó a José Leandro Andrade, leyenda
del fútbol (y el amor pasional, según consta en el libro) para que “participara en un espectáculo junto con la
sensacional bailarina negra americana llamada Josephine Baker.
Ambos se
complementarían oponiendo sus estilos, le explicó”.
Andrade,
que se suponía bailaría un tango en el posible espectáculo, jamás contestó a la
propuesta, ni sabía quién era ella, según Morales y agrega,
“Él no lo sabía, pero la Baker era su versión
femenina, tenían vidas paralelas. Partieron de la miseria y estaban de antemano
condenados por su piel oscura, pero ambos se encumbraron como las primeras
estrellas negras de la industria del entretenimiento en la capital del mundo
civilizado”.
Josephine
también se casó en algún momento con André Giot de Badet (de larga y
escandalosa estadía montevideana) amigo íntimo de Delmira Agustini y alguna vez
vi tuve una página del suplemento “marrón” de El Día donde se dejaba constancia de la boda con una foto de la
misma en la que el novio-portando un enorme ramo de azucenas- luce más
maquillado que la novia…fue, aparentemente,
por una “cuestión de papeles”, si estaba casada con un francés y se
convertía en ciudadana legal de ese país todo sería más fácil, y lo fue.
Josephine
filmó no muchas películas de las cuales solo figura “ZOU-ZOU” (1934) como
estrenada comercialmente en Montevideo.
No
fue actriz, no fue cantante (con voz de soprano ligera), no fue una bailarina
con escuela, fue una “fuerza de la naturaleza” que no tuvo posibilidad de tener
poco más que una educación elemental pero supo siempre cómo defenderse de los
innumerables desprecios que sufrió (sobre todo en su propio país, EEUU, donde
se la llegó a echar de más de un hotel por su color…). ¡Abominable!
Estaba
muy cansada cuando la conocí, pero aun así, seis años después, en 1975 volvió al escenario del “Bovino”
-con 68 años- para ser nuevamente ovacionada por el tout Paris.
Durante
su último día de vida estaba aprontándose para salir a escena y se sintió mal.
Cayó muerta.
Era
el 12 de abril de 1975 y murió de una hemorragia cerebral fulminante.
A
su funeral acudieron 25.000 de personas, la mayoría de las cuales sólo conoció
su leyenda.
Su
tumba está en Mónaco pues su íntima amiga, Grace Kelly se hizo cargo de los gastos de su
tumba.
De
aquellos hijos adoptivos que formaron la “tribu
del arco iris” nunca más se supo. Ninguno hizo vida pública.
Fue
el/la primer/a ciudadano/a norteamericano/a en recibir honores de Estado como General de Guerra francés, por su lucha durante
la ocupación nazi. Y hasta ahora, la única.
Copyright © EM
c.1927 |
c. 1925
c.1929
Cartel original de ZOUZOU (1934)
La diosa de ébano (1930)
En sus últimas presentaciones 1975
Durante su última visita a Montevideo (1969)
Su féretro para frente al Teatro Bovino de Paris (1975)
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