jueves, 10 de julio de 2014

Las rutas de Eros: Las prostitutas en el Río de la Plata a comienzos del Siglo XX


Las invisibles
Contadas veces el cine de esta parte del mundo se ha ocupado de lo que fue la llamada “trata de blancas” desde fines del siglo XIX hasta los años 30 del siglo XX.
Haciendo una brevísima reseña,  encuentro dos títulos en los que se tocaba,
 -aunque fuera tangencialmente- el tema: “Funes, un gran amor” (1993) dirigida por Raúl de la Torre y “La  maffia” (1972)- sí originalmente con dos F-  dirigida por Leopoldo Torre Nilson.
Por eso es un aporte de enorme valor el libro de la investigadora Yvette Trochon “Las rutas de Eros” La trata de blancas en el Atlántico Sur. Argentina, Brasil y Uruguay (1880-1932), perfecto complemento de “Las mercenarias del amor” Prostitución en el Uruguay (1880-1932) editado en 2003.
Los períodos estudiados son los mismos y la investigación tiene el mismo rigor (y amenidad) en ambos casos.

Historiando la Historia
Entrevisté a la Prof. Trochon en 2003 con motivo de la aparición de “Las mercenarias…” que le llevó –literalmente- años de estudio y el visionado de miles de expedientes referidos a las prostitutas de esos años.
Ese libro se constituyó, con merecido derecho, en uno de los más recomendados de ese año y en un referente ineludible sobre el tema.
Ya por entonces Trochon sabía que vendría el que hoy nos ocupa y su investigación estaba muy avanzada.
Pero tuvieron que pasar tres años para que llegara por fin este volumen que duplica la cantidad de páginas del primero y se lee con la misma pasión.
Es que un tema del que notoriamente no se habla en nuestra sociedad -salvo para casos policiales, relevantes- salta aquí a la luz con una claridad excepcional que descubre en todo su horror y magnitud lo que fue (¿y es?) un verdadero comercio de seres humanos.

18 de Julio y el reparto de papelitos
Basta recorrer 18 de Julio a cualquier hora para que nos llenen de pequeños papelitos en los que anuncian “casas de masajes” que no son otra cosa que la nueva versión de los prostíbulos de antaño. ¿Hay ahora una mafia detrás de ellos como la hubo a fines de 1800 o comienzos de 1900?, probablemente no de la misma forma y es obvio que ahora esas mujeres no son traídas desde Europa como entonces sino más bien llevadas hacia allá, el camino se ha revertido.
Ver “En la puta vida” (2001) o leer el libro “El huevo de la serpiente” de María Urruzola que fue el origen de esa película lo muestran.
Yvette Trochon reconstruye la trama de lo que fue uno de los comercios más infamantes (y lucrativos) de estas tierra por más de 50 años como un relato apasionante.
 Escribe en el comienzo “ Estudiar a los traficantes y proxenetas supone sumergirse en el mundo de los diferentes, y valerse, en consecuencia, de una mirada antropológica que nos ayude a descifrar sus códigos, deshaciéndonos del lastre de los prejuicios, evitando el anatema y buscando la comprensión. ¿Por qué? Porque en este ámbito hay pautas culturales muy  distintas de las del mundo de la gente “normal” y, si siempre el pasado es un país extraño, en este caso la “otredad”  es aún mayor. “

Las mujeres tratantes y las tratadas
Y nos encontraremos con  que los explotadores de mujeres no eran sólo hombres sino también otras mujeres (las figuras de Esther Cohn, alias “Emma la millonaria” o la de Germaine Lorillard, alias “Pepe” son ejemplos notables).
Las fortunas y el poder manejados por organizaciones como la célebre Zwi  Migdal aún hoy, resultan increíbles.
Capaces de construir una “sociedad paralela “con su templo, su cementerio, sus espectáculos,  puede asombrar como un descubrimiento para muchos que jamás hayan escuchado hablar de la misma.

Raquel Liberman
La historia de la “heroína” judía Raquel Liberman  que desafió a toda esa estructura infernal- y ganó- con la mala suerte de morir a los 34 años de una enfermedad irreversible es en si misma un relato casi autónomo.
Las leyes y personajes que trabajaron infatigablemente contra el “trabajo infame” contra  la “mala vida” de esas mujeres de las que quedan pocos nombres o imágenes, o un mero recuerdo de ellas sin caer en el amplio y degradante manto de las “flores del vicio”…
También los dobles discursos, los clubes políticos que escondían en sus locales algo más allá del proselitismo partidario.
Las viejas fotos sacadas de los diarios de la época, los titulares escandalosos que aseguraban ventas de ejemplares por miles.
Y están, como en “Las mercenarias del amor”, las pequeñas historias, esas que no ocupan más que algunas líneas pero que van armando la summa de la investigación.
Si le interesa saber cómo este país (y sus alrededores) comerciaron con seres humanos en  niveles difíciles de imaginar hasta hace pocas décadas, si le interesa la historia de esta sociedad que muchas veces no entendemos en sus contradicciones e hipocresías, si es capaz de leer un texto sin prejuicios asombrándose en cada página: “Las rutas de Eros” es el libro que estaba buscando.
Yvette Trochon logró, otra vez, el perfecto equilibro entre sapiencia investigativa y amenidad en el planteo, algo nada fácil para un tema (o varios temas, en realidad) que requerían de su una mano firme y segura para escribirlo.
Corra ya a la librería más cercana, todavía puede encontrarlo.

Copyright © 2014 Enrique Mrak. El contenido de éste blog se encuentra resguardado bajo los términos del Derecho de Autor Prohibida su reproducción parcial o total sin autorización por escrito de su autor. 


Fotos de prontuarios de prostitutas inglesas de la misma época. La ley uruguaya NO permite bajo ningún concepto publicar fotos de prontuariadas en "defensa de sus descendientes".






viernes, 4 de julio de 2014


Camila  atormentada




Murió con 79 años, sola e internada los últimos 30 de vida en un manicomio.
Para la sociedad, incluyendo su familia,  había muerto mucho antes y le habían puesto el título tan menospreciante como injusto con su talento de “la amante de Rodin
Fue hermosa, talentosa, capaz de crear belleza increíble con sus manos pero víctima de una sociedad que no le permitió ciertas libertades que hoy tendría cualquier jovencita de su edad con total naturalidad.

Nació en la época equivocada.

El cine le puso la cara de Isabelle Adjani en “Camille Claudel” (1988) y en 2013 el director Bruno Dumont le puso la cara de Juliette Binoche, cuando ya estaba internada para el film “Camille Caudel 1915”  alejada de todo y de todos…
Será imposible separar esas dos imágenes desde entonces.
Dos mujeres muy distintas en dos etapas de la vida que nos hacen creer que SON Camille Claudel.

Antes de cumplir los 20 años ya demostraba su talento natural para la escultura y la necesidad imperiosa de entrar en un taller con un maestro que la guiara.

Aparece Rodin, llega el amor y el tormento…
Será su hermano menor (Paul Claudel, escritor católico, famoso por sí mismo) quien convenza a los padres para que la dejen asistir al taller de Auguste Rodin.
La relación fue turbulenta y pasó de alumna a maestro a la de amantes temperamentales, escandalosos y furibundos por una década.

Rodin, quien ya era una figura famosa envidió su talento, la humilló cuantas veces quiso y la enfermiza relación no pudo ser peor para esa joven carente de experiencia humana. Sadismo y masoquismo se pasearon de la mano sin que moviera un dedo para salir de ese círculo perverso que incluía a otras amantes que le mostraba el propio Rodin cara a cara…

Para Rodin fue una víctima de su ira, para ella él fue su dios pagano no importara cuanto la hiciera sufrir.

Abortó a instancias del escultor y la situación la llevó a recluirse a esculpir cabezas de niños por decenas que destruía de inmediato mientras gritaba como un animal herido…

Comienza la caída
Así pasaron semanas hasta que, por orden de su familia,  4 enfermeros entraron el estudio, la enchalecaron y fue llevada a un manicomio con orden judicial de reclusión ilimitada.
El parte médico dice “padece de una sistemática manía persecutoria y es irrecuperable”. Se dice que sobre el final de su vida volvió a la cordura pero ya no había nadie para creerle o escucharle: estaba completamente sola. Además ¿que era la cordura 25 o 30 años después?

¿Una maldita?
Su figura de artista maldita no le atrajo a decenas de admiradores, el ser mujer en esa época, fastidió bastante.
Ella, por su parte no hizo nada por agradar, su único objetivo era Rodin.
Su talento se apagó como una vela barata, nunca creyó en que era grande en lo suyo.
Martilló la mayoría de su obra de la que poco queda para todo lo que hizo en sus momentos de fervor creativo.
Poco le importó.
A Rodin tampoco a quien sólo le importaban sus cosas porque su egoísmo no le permitía otra cosa.
Quiso a su hermano Paul, dedicado a la poesía y al teatro pero pronto le abandonaba si se cruzaba Rodin (se le cruzó también el músico Claude Debussy pero la relación no prosperó)
Se dice que tuvo gran participación (no acreditada oficialmente) en “Los burgueses de Calais” y “Las Puertas del Infierno”, Rodin jamás hubiera aceptado decir públicamente que tuvo “ayuda” de Camille en esas obras…

Las décadas de manicomio: una vida en blanco
Cuentan testigos directos que en los 30 años en que estuvo internada, pasó la mayor parte del tiempo mirando una pared, o el techo o el jardín, ya en muchos de sus últimos tiempos.

La vida y la historia le pasó por al lado sin que fuera consciente de ello: La Primera Guerra Mundial fueron sólo días en blanco, la entre- guerra, años de lentísima recuperación y la Segunda Guerra, con la ocupación a Francia por los nazis, algo que la preocupó aunque nunca tuvo una clara idea de lo que sucedía.
Su hermano Paul fue acusado de colaboracionista pero sin consecuencias graves, algo de lo que ella jamás tuvo idea.
Allí comenzó nuevamente a gritar con su garganta y con su pluma “Reclamo la libertad gritando a pleno pulmón… ¡merecí algo más que esto!”
Era 1943, sus 79 años le pesaban en el cuerpo y en el alma.
Era el año de su muerte y ya no tenía a nadie a quien reclamar nada.
La habían dejado sola o ella misma había decidido que su vida en solitario era mejor que su vida acompañada.
Era tal su estado, que hasta sus  fantasmas la habían abandonado.
Vivía una vida en blanco.
Logró lo imposible, quedar sola sin que a nadie en el mundo le importara.
Iban a pasar unos cuantos años antes de que alguien se interesara por su obra y que su familia (suele ocurrir) al ver los precios increíbles que se conseguían, repentinamente decidiera que la “pobre Camille” necesitaba de alguien que cuidara lo que quedaba.¡Hipócritas!
Se llegó a desatar una verdadera cacería de obras de Camille Claudel unos años después de su muerte provocada por la mera especulación monetaria.
Desde el infierno, a donde seguramente y por voluntad propia está, Camille toma nota, en algún momento cobrará también esas cuentas…NO me cabe duda.
Copyright © EM


Camille Claudel fotografiada en 1884 con 19 años



viernes, 20 de junio de 2014

EL SÓTANO DORADO, una historia real


Pese a ser muy “cinematográfico” en sus relatos, Manuel Mujica Láinez no ha sido llevado –casi- al cine.

Es que, salvo en “De la misteriosa Buenos Aires” (1981), película de tres episodios dirigidos por Alberto Fischerman, Ricardo Wullicher y Oscar Barney Finn, ese gran contador de relatos que fue “Manucho” no fue adaptado a la pantalla pese a que llegó a ser considerado seriamente hasta por Luchino Visconti.

En “El salón dorado” - originalmente publicado en 1950 como uno de los relatos  de “Misteriosa Buenos Aires”- la historia se centra en una mujer que fue enormemente rica y  sigue creyéndolo al no salir de su cuarto, donde todo se mantiene igual pese a que el resto de la casa ya está en ruinas o ha tenido otros destinos…
Una dirección impecable de Barney Finn para un elenco de primer orden con Eva Franco, Julia Von Grolman y Graciela Dufau logró acercar al gran público ese mundo decadentemente atractivo.

El recuerdo viene al caso porque hace unos pocos años estuve inmerso en una historia  real con muchos puntos de contacto.
Por razones laborales he viajado con mucha frecuencia a Buenos Aires en los últimos  años.
Un trabajo de investigación sobre “Evita” me llevaron a entrevistar a varios coleccionistas, testigos directos o memorialistas a quienes de otra forma jamás hubiera conocido.

Era una de esas tardes soleadas y frías del invierno porteño.

La dirección la había conseguido a través de un contacto en la Biblioteca Nacional argentina quien incluso me había agendado el encuentro.

Se trataba de conocer a una señora de más de 80 años que había sido clienta del legendario peluquero Julio Alcaráz, el inventor del célebre peinado que inmortalizara  Evita. Lo había seguido tratando cercanamente por muchos años pese a la oposición de sus amistades.

Cuando llegué al lugar me encontré con un “petit palais” de hermoso aspecto, con una reja muy trabajada al frente de un jardín bastante cuidado.

Por la zona, (cerca de Plaza San Martín) había visto otras construcciones similares pero esta tenía un aire señorial que le había ganado al tiempo.

No sabía a donde tocar timbre porque no lo encontraba en ningún lado de la reja,  hasta que a una distancia absurda del suelo- no mayor a los 20 centímetros de las baldosas- vi un botón de plástico blanco.

Lo presioné sin muchas esperanzas de que fuera esa la manera de conseguir que la gente de la casa supiera que estaba allí,  cuando, de uno de los costados de la escalinata de entrada salió, de una puertita de no más de 1 metro y medio de alto, una mucama mayor de uniforme oscuro con cuello y puños blancos…

Me dijo “la señora lo espera” y me hizo pasar. Pero no por la puerta de entrada sino por la puertita por la que ella había salido. Como ya tenía noticias de la “señora” y presumía conocer sus modales, ni siquiera me extrañó o molestó que me hiciera ingresar por lo que creí era la puerta de servicio.

Me equivoqué.

El sol de exterior me impidió ver al comienzo en su totalidad el enorme ambiente en que me encontré bajando unos escalones. 
Un sótano atiborrado de muebles, cuadros, alfombras y hasta esculturas dispuestos con cierto buen gusto novecentista  lo ocupaba todo.

En una bergère de pana que alguna vez había sido color obispo estaba la dueña de casa, quien con gentileza me extendió la mano. 
Luego de unos breves momentos de presentaciones y explicaciones de por qué quería entrevistarla me invitó a sentarme frente a ella.
A poco de estar así me dijo,
“Mire, hace ya unos años que nos mudamos al sótano. La casa es enorme como podrá ver y tuvimos que hacer unos arreglos, por lo que pedí a mis mucamas que mudáramos todo acá…me gustó tanto el lugar que decidí no moverme más” luego de lo cual, en ese tono impertinente que debieron haber tenido las aristócratas que se enfrentaron a Eva dijo “Olguita, lleve al señor a ver la casa”. Allá fui entonces con “Olguita”  a recorrer una mansión increíble y absolutamente vacía. Ni un mueble, ni un adorno, ni un resto de que eso había estado ocupado alguna vez.

La mucama se limitó a mostrarme cada lugar como quien muestra automáticamente un museo vacío, para volver luego al sótano donde la señora aguardaba mi reacción.

Como en un relato de Mujica Láinez, aquella mujer se había armado su propio “salón dorado” en el sótano.

Arriba, una casa fantasma- impecablemente limpia y vacía- esperaba que alguna vez alguien la volviera a ocupar o la tiraran abajo irremediablemente.
La charla fue encantadora.

Copyright © EM

El Salón dorado del Palacio Ayerza (hoy Legislatura porteña) Buenos Aires, 1931

viernes, 13 de junio de 2014


INTOLERANCIA CASI CENTENARIA




Tiene 98 años de filmada y sigue tan campante.

Es que INTOLERANCIA (1916)  de D. W. Griffith es una obra maestra que perdurará en el tiempo como uno de esos clásicos del arte destinados a la inmortalidad.

Resulta por demás curioso que todo cinéfilo sepa de qué se habla cuando se menciona el título pero -en proporción- sean muy pocos quienes la hayan visto en su totalidad. No es fácil cuando las versiones más completas que se encuentran en diversas cinematecas del mundo están entre los 179 y 197 minutos y hoy, ver una película muda de esa extensión que cuenta 4 historias simultáneas de diversas formas de la intolerancia no es una experiencia pensada- a priori- para público masivo.

No lo fue hace 98 años tampoco.
Griffith venía de su consagración mundial con “El nacimiento de una nación” (1915) que le dio no sólo fama sino una fortuna cuantiosa que lo entronizó como “el director más importante del mundo”, admirado por prácticamente todos los otros realizadores, actores y actrices del momento, tuvo un momento en que se le colocó como símbolo de la grandeza a la que podía llegar el “séptimo arte” en general y Hollywood (naciente) en particular.

Vista hoy, “El nacimiento de una nación” resulta insoportable a nivel ideológico, con una defensa a ultranza del Ku Klux Klan y en la que los blancos solamente son buenos y la población negra norteamericana mala y perversa SALVO aquellos blancos pintados de negro que son buenos y serviles… la mentalidad de la época en Estados Unidos la salvó (y la convirtió en un suceso masivo) pero en el exterior las críticas fueron terribles.

En respuesta a ello es que concibe INTOLERANCIA. Un fracaso de taquilla, fue (y es) de una complejidad narrativa tal que aún hoy resulta increíble entender como fue capaz de concebir semejante epopeya.

Sobre todo pensando que tuvo control de prácticamente todo lo concerniente a la producción de la película, desde el guion ( con algunos subtitulados de Anita Loos) al cuidado de escenografía y vestuario, y hasta la partitura musical que debía acompañar la proyección (aquí con el apoyo del compositor Joseph Carl Breil) y que ahora, en las versiones remasterizadas acompaña desde un órgano (como era al uso en aquellos tiempos en esos cines enormes y de inspiración egipcio/babilónica de Estados Unidos muchos de los cuales aún se conservan).

Son cuatro relatos que se van enlazando en ritmo narrativo creciente: el asesinato de los hugonotes en la “Noche de San Bartolomé” en la Francia de 1572, una huelga y una falsa acusación de asesinato con posible pena de muerte en un relato contemporáneo (para 1916) con “damas defensoras de la moral” incluidas, la caída de Babilonia y del rey Baltasar por parte de un ataque de los persas al mando de Ciro II en el 539 AC y la pasión de Jesús.

Cuando se estrenó, Europa ya estaba siendo arrasada por la Primera guerra mundial y no había tiempo para una película de tres horas, y el mercado norteamericano no se interesó en estas historias.
Pero realizadores de la talla de Eisenstein, Lev Kuleshov, Vertov y Pudovkin la tomaron como una obra maestra a imitar.

Es que Griffith llegó en algunas escenas a una perfección de imagen y composición que pocas veces otro realizador logró.

Sin los efectos digitales de hoy, en las escenas de multitudes llegó a tener más de 16000 figurantes y escenarios que superaron los 75 metros de altura (las murallas de Babilonia). 

Si uno dice que Peter Jackson para la saga de “El señor de los anillos” (2001/2003) se inspiró directamente en los ataques de los persas está en lo cierto aunque ocurriera más de  90 años después…

Vista hoy, lo que más envejeció fue el estilo actoral que denota una perimida escuela de “cine mudo” en la que las pasiones están exageradas hasta la parodia o la simpatía y candidez linda la bobería.
Era lo que gustaba entonces.
Ver a Mae Marsh tratando de imitar a una “prostituta” de 1916 es muy gracioso o mirar como es mostrada la supuesta ingenuidad corajuda de Constance Talmadge como “la muchacha de la Montaña” en el relato de Babilonia sólo causa risa.
Se salvan Robert Harron (que había protagonizado “El nacimiento de una nación” y que luego de un desentendimiento con Griffith cayó en un pozo depresivo que lo llevó muy joven al suicidio) y Lillian Gish como “la mujer que mece la cuna” imagen inolvidable.

El 5 de septiembre de 1916 tuvo lugar su estreno mundial, pocas películas en la historia podrán decir -98 años después- que aún logran conmover.
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Fotograma tomado desde un globo aerostático de la escena más famosa previa a la Caída de Babilonia (1916)




viernes, 6 de junio de 2014

La cantante de las frutas en la cabeza.

El mero enunciado de la frase que da título a esta columna remitía, hasta hace unos años, a una sola persona: Carmen Miranda.

Esa mujer de estatura pequeña (medía 1metro 52 centímetros) trepada a imposibles plataformas y con un vestuario lindante con un escaparate más parecido a un decoradísimo árbol navideño del Caribe que a una tendencia en la moda,  fue sin embargo y  por años,  imitada, copiada, plagiada...pero nunca igualada.

Desde sus movimientos de brazos a sus extravagantes turbantes enjardinados, salieron vestidos “a la Carmen Miranda” desde dibujos animados hasta el que fuera el Brad Pitt de los años 40, aunque cueste hoy creerlo, Mickey Rooney, recientemente fallecido.
Carmen había nacido en Portugal en 1908 pero vino siendo bebé a Río de Janeiro junto a sus padres y hermana mayor.

Su figura, gustó mucho a los hombres desde jovencita y a ello se sumó que por entonces las bajitas de mucho busto se pusieron de moda y ella, que reunía todas esas características, más un enorme encanto personal,  tenía el camino abierto al éxito en el mundo del espectáculo al que supo desde niña, que quería pertenecer.

Hoy sabemos que cuando tenía 21 años ya era una estrella, en la escala que le permitía el Brasil de entonces, que en 1931 debutó con su hermana Aurora        (como las “Hermanas Miranda”) en Buenos Aires y que al año siguiente –ya vestida con bananas y trepada a las plataformas-según se dice de su invención- su fama comenzó a llegar al centro mundial del espectáculo de entonces: Nueva York.
Pero no será hasta 1939 (con 31 años)  en que el legendario empresario teatral Lee Shubert le haga dar el gran salto a Broadway y luego a Hollywood.
La simpática y entradora “brasilera de las frutas” comenzaba su camino a la fama universal. Su primer gran éxito – que se transformaría en su caballito de batalla- fue la canción  “South American Way”.

En 1940, menos de un año después de su llegada a EEUU debutaba en Hollywood con “Aquella noche en Río” acompañada de verdaderas estrellas de entonces como Don Ameche y Alice Faye y ya nadie la pararía en otras producciones como “Al compás de dos corazones” (1941) otra vez con Don Ameche y esta vez Betty Grable, “A la Habana me voy” (1941), con John Payne, Alice Faye y César Romero o “Mi secretaria brasileña” (1942) con Betty Grable y John Payne.

Es muy curioso, pero siguiendo su filmografía,  rodó casi siempre con el mismo circuito de actores y actrices y en papeles secundarios.
Para su biografía oficial se había sacado 4 años y su ritmo de trabajo era tan intenso (entre películas, teatros, night clubs y audiciones de radio) que comenzó a consumir anfetaminas que en esos años no eran consideradas ni una droga malsana ni adictivas.

Tuvo incontables romances pero todo indica que no fue feliz.
Parece ser que su legendaria “fogosa latinidad “fue cierta y alguien llegó a decir- en traducción libre- que “no dejó títere con cabeza”.
A las anfetaminas regulares se van a sumas somníferos para “bajar” las revoluciones, luego una botella whisky diaria y no menos de un paquete de cigarrillos en el mismo período de horas…

Padeció dos o tres abortos espontáneos por su terrible e inhumano trabajo día y noche y eso la sumió en profundísimos estados depresivos de los que creía salir consumiendo más pastillas de todo tipo.

Ganaba verdaderas fortunas pero no era feliz, llegó a ser una de las estrellas mejor pagas de los estudios, pero ese dinero no logró comprarle felicidad ni paz.

En Montevideo se estrenaron 13 de sus películas, siendo la última “Muertos de miedo” (1953) compartiendo cartel con Dean Martin y Jerry Lewis.
Y años después,  tal vez alguien la “descubrió” en uno de sus más exóticos números cinematográficos (el de las bananas gigantes) en la recopilación “Érase una vez en Hollywood” (1998).

Yo nunca vi un film completo con Carmen Miranda pero todo me indica que siempre hizo el mismo papel, terriblemente criticado por los sectores intelectuales sudamericanos que la consideraron el ejemplo paradigmático de “la perfecta representante de las repúblicas bananeras al gusto de la política norteamericana del buen vecino”. Hoy, su talento está fuera de ese dictamen que fue casi un dogma,

Pero desde que  vi el documental “Bananas is my Business” (1994) dirigido por Helena Solberg  no pude sacar de mi cabeza la última imagen filmada de Carmen con vida.
Luego de una participación- parodiándose a sí misma- en el Show televisivo de Jimmy Durante el 4 de agosto de 1955 sale riendo- en realidad con una mueca forzada- por una puerta de decorado al paso de un baile.

Al llegar al camarín a  pocos metros, sufrió un ataque cardíaco del que no fueron consientes ni ella,  ni su entorno. Se cambió de ropa y  el chofer la llevó  a su casa donde tendrá un segundo ataque en su dormitorio de la planta alta de su casa, mientras abajo, en el gran salón junto a la piscina, se celebraba una de sus -casi -diarias fiestas.

Murió sola y se dieron cuenta horas después cuando los invitados ya se retiraban y la buscaron para saludarla.

Ya estaba cayendo en la autoparodia, su humor y sus canciones ya habían pasado de moda, resultaba poco graciosa y hasta ridícula para las generaciones de entonces.
Uno de sus biógrafos escribió, “Mejor así, Carmen murió sola pero sin tener conciencia de que ya había muerto hacía tiempo en el gusto del gran público…”

A su entierro en Río de Janeiro,  asistieron medio millón de personas.
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Carmen Miranda en su esplendor " Ente la rubia y la morena"(The Gang´s all Here) dirigida por Busby Berkeley, 1943



viernes, 23 de mayo de 2014

¿Qué pasó con Billy Elliot?



La cinematografía británica ha retratado, históricamente como pocas, a sus clases populares a través del tiempo con tal realismo, sinceridad y excelencia que la hace casi única entre otras industrias similares del mundo occidental.

Basta recordar algunos títulos tomados al azar para comprobarlo: “Secretos y mentiras” (1996); “Vera Drake” (2004); “Todo o nada” (1997); “Las cenizas de Ángela” (1999), todo nombrado en forma no pensada especialmente y simplemente recurriendo a la memoria inmediata.

Cuando en 2000 irrumpió en el mundo “Billy Elliot”, la historia de aquel niño de 11 años hijo y hermano de mineros que prefería estudiar ballet a aprender a boxear en la pobrísima academia del pueblo,  verdaderas multitudes cayeron presa de su encanto y su oda a la tolerancia para hacer lo que uno quiere por sobre lo que una comunidad, o una familia esperan del otro.

El debutante -como director cinematográfico- Stephen Daldry había descubierto en un casting de más de 2000 postulantes, al jovencísimo Jamie Bell quien unido a la veterana Julie Walters (que hasta fue candidata al Oscar por este trabajo) y el resto del elenco, donde brillaban Gary Lewis (el padre), Jamie Draven (el hermano Tony) y Jean Hewywood (la abuela) conformaban un grupo ejemplar que recibió los más merecidos honores a nivel internacional.

Resulta curioso que nadie de ese elenco destacara después en forma especial.
Jamie Bell (sigue siendo muy joven) muere (o no,  porque no queda claro) en “King Kong” (2005) en un papel absolutamente de reparto y luego actuó  de “base” para “Las aventuras de Tintín” en forma de dibujo animado dirigido por Steven Spielberg, en una nada destacable versión de la que se esperaba algo más…

El director Stephen Daldry volvió con gloria en “Las horas” (2002) con elenco de estrellas encabezado por Nicole Kidman (ganó el Oscar), Meryl Streep
(mereció ganarlo) y Julianne Moore (lo mereció aún más) y ese genial actor, siempre postergado a la hora de las premiaciones, que es Ed Harris.

Billy Eliot” tuvo una continuación – que nadie vio- en forma de cuasi documental, en la que se relataba la historia del bailarín Adam Cooper quien fuera “Billy” sobre el final de película original cuando el personaje tiene ya 25 años.

Insólitamente, la versión de “El lago de los cisnes” de Matthew Bourne ( en la que los cisnes son hombres y es la que se ve brevísimamente en el final de “Billy Elliot”) se exhibió en forma integral por Canal 12 de Montevideo en 2001 y esta coreografía notable, que mereció las mejores críticas de los especialistas a nivel mundial logró dos o tres cartas furibundas de lectores del diario uruguayo porque “cómo se le ocurre a alguien cambiar cisnes blancos de tutú por viriles cisnes de fuertes piernas semejantes a las de los sátiros…” (sólo en una aldea pacata e ignorante  ocurren cosas así.)
EL bailarín Adam Cooper, primera figura del Covent Garden y el ballet Real de Copenhague debió cargar por años la “fama” de haber sido “Billy Elliot” por unos minutos en una película de monumental éxito mundial aunque en ningún momento utilizó esa efímera fama en su favor.
Su carrera era (y es) el ballet.
Los enfrentamientos de los mineros en el norte de Gran Bretaña por 1984 cuando Margareth Thatcher decidió, dentro de su política general hacia esos trabajadores, terminar con una tradición de siglos (literalmente) le hizo ganar la batalla (que incluso tuvo muertes por huelga de hambre hasta el final)  y seguramente será inolvidable para las miles y miles de personas que se vieron afectadas por la misma.
Cuando el padre de Billy rompe con un hacha un viejo piano en el misérrimo patio de su casa para hacer leña para la cena de Navidad, los ensordecedores acordes de la “maquina” del instrumento se transforman en gritos desgarradores de quienes resistieron una huelga perdida de antemano. Cuando Billy le cuenta al jurado (antithatcher) de la Royal Ballet School que cuando escucha la música siente que su cuerpo se le escapa por el aire y va por otros lados es también una respuesta de un niño a quien la vida le deparaba ser un alcohólico jugador que nunca iba a salir de su pueblo y no se iba a enterar que el mundo era algo más que una mina de carbón o un montón de casas exactamente iguales para quienes los nombres de Tchaikovski o Petipa nunca significarían nada.
La escena en que la familia entera de Billy espera la llegada del cartero con una posible respuesta que le cambiará la vida para siempre,  es casi imposible verla sin que se nos mojen los ojos porque muestra que los sueños, aún los más descabellados, pueden convertirse en realidad…

No es fácil de encontrar pero está editada en DVD y en la televisión por cable cada tanto la pasan. Si no la vieron, NO pueden dejar de hacerlo.
Copyright © EM

Fotograma de "Billy Elliot" 2000

viernes, 16 de mayo de 2014

Anita Delgado, la maharaní de Kapurthala


Penélope Cruz se ha vuelto  más interesante e  inteligente con el tiempo. En estas pasadas semanas  cumplió 40 años y está más bella que nunca.
Además de no importarle nada las críticas en su propio país (España) que poco menos la han “condenado” por irse a trabajar a Hollywood (¡y triunfar!) sigue filmando todo el tiempo y en los más diversos idiomas, español, inglés, francés e italiano.

Ahora, a su carrera de actriz sumará otra faceta, la de productora de sus propias películas,  por lo que se ha comprado los derechos de “Pasión india” la novela de Javier Moro sobre Anita Delgado la “bailaora” española que en 1908 se casó con el maharajá de Kapurthala.
Pocas historias de la vida real tienen el atractivo para el cine en paisajes, exotismo, lujos, belleza y joyas por toneladas como esta que en su momento causó furor y luego, con el correr de las décadas se fue olvidando.

Penélope, luego de  su trabajo imponente en “Volver” (2006) de su amigo Almodóvar en la que literalmente se “robó” la película con una actuación deslumbrante con su enorme trasero postizo y un busto que iguala al de los mejores años de la Loren y algo tiene de ella y de-nada menos- la Magnani, aunque a muchos les suene a sacrilegio.

Anita Delgado bailaba con su hermana en el  “Café Kursaal” en el Madrid de 1906 conformando el dúo “Las Camelias” cuando, para la boda de rey Alfonso XIII,   la ciudad se llenó de testas coronadas, algunas de las cuales visitaron el lugar. Allí fue a parar el maharajá de Kapurthala que en ese momento era sinónimo de riqueza, exotismo y pasión. Por supuesto se enamoró perdidamente de Anita (que tenía 17 años) y lo que pudo haber sido una conquista más del maharajá- que tenía un harén cuantioso- terminó para sorpresa de todos en matrimonio.

Javier Moro, famoso por haber escrito con su tío Dominique Lapierre el best seller “Era medianoche en Bophal” sobre la tragedia de la ciudad india que provocó la muerte casi inmediata de 8000 personas y  de unas 12000 más en meses posteriores…
Alejado de la tragedia, se interesó por Anita Delgado durante su trabajo de campo en Bophal al entrevistar a una señora de 95 años -prima segunda del legendario maharajá - que no paró de hablarle de “una española muy bonita que se convirtió en princesa de Kapurthala”.
Moro se apasionó con la historia que  transformó en  novela de la que llegaron muy pocos ejemplares a Montevideo y pasó desapercibida sin una sola reseña crítica. En España vendió más de 350.000 ejemplares.

Escribe sobre  Anita,  “Fue una mujer adelantada a tu tiempo.  Cuando a los 18 años se metió en un barco y se fue a la India sola, se casó en una ceremonia de cinco días con fastos increíbles, la subieron a un elefante enjoyado y se enteró recién que su marido seguía conviviendo con otras cuatro esposas anteriores y no le había dicho nada,  tuvo que ser muy especial para no huir despavorida”.

Y así lo entendió Penélope Cruz a quien -a priori- el personaje le viene como anillo al dedo. Además le permitirá el contacto directo con “Bollywood”, la mayor industria cinematográfica del mundo, ya que casi la totalidad del elenco será de estrellas del cine indio (lo que le asegurará un potencial de espectadores de cientos de millones de personas…).

Es interesante anotar  que en 1925 el maharajá de Kapurthala junto a Anita,  estuvieron en Buenos Aires invitados por Marcelo T. de Alvear  y según una crónica aparecida en La Nación de Buenos Aires de entonces “… el maharajá y la maharaní de Kapurthala llegaron a Buenos Aires en un barco proveniente de Montevideo…”. Por más que he buscado no he encontrado registros en la prensa uruguaya de la época de su presencia en Montevideo que bien pudo pasar desapercibida. Siempre fuimos de bajo perfil…

A fines de ese año se separaron en buenos términos y Anita se fue a vivir a Paris a un lujoso apartamento de la Av. Victor Hugo con una pensión mensual que le otorgó el maharajá a condición de que no volviera a casarse. Esto le permitió seguir viviendo con grandes lujos, luego se mudará a Madrid en los mismos términos , más una cocinera, un cocinero, dos mucamas, una doncella personal , un chofer y un “secretario” -que en realidad era su amante- de nombre  Ginés Rodríguez Fernández de Segura.
Se cuidó mucho de que la relación amorosa no trascendiera por temor a que el maharajá le retirara la pensión y los privilegios que mantuvo hasta su muerte el 7 de julio de 1962 en brazos del único hijo que tuvo con el maharajá y que llegó a Madrid el mismo día de la muerte de su madre.

Pero al morir, la Iglesia Católica quiso impedir que fuera sepultada en el camposanto con el pretexto de que pasó muchos años en un país donde no se practicaba la fe católica…Ginés logró el permiso -mediante una cuantiosa donación- asegurándose de paso un lugar eterno al lado de Anita donde ahora reposa…

Pocas historias más cinematográficas que la de Anita Delgado. Es curioso que a nadie se le haya ocurrido- hasta ahora- revivirla en la pantalla. Vaticino éxito seguro, tiene todos los ingredientes para hacerla apasionante. Como fue Anita, naturalmente.
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Anita delgado en su esplendor de Kapurthala, c.1915


Anita en Kapurthala, c. 1915


Anita en una gira europea c. 1925

 Anita y su "secretario" Gines Rodríguez Fernández caminando por Madrid c. 1952


Manto donado por Anita bordado en piedras preciosas para la Virgen y nunca aceptado por la iglesia.