viernes, 8 de noviembre de 2013

JULIO SOSA, un macho oriental con olor a limpio y con gusto a muerte...


Julio María Sosa Venturini nació en Las Piedras, el 2 de febrero de 1926, en el seno de un hogar muy pobre y humilde, donde faltaban muchas cosas menos cariño y amor. Gente honrada y trabajadora. Don Luciano Sosa, el padre, era peón de campo y su madre, Doña Ana María Venturini, lavandera.

En Las Piedras hizo la escuela primaria con ciertas intermitencias, ya que la precariedad económica de la familia lo obligó a trabajar desde niño, realizando distintas actividades, fue: lustrabotas, repartidor de farmacia, vendedor de rifas, canillita, podador municipal de árboles, lavador de vagones, guarda y cobrador. Llegando en su adolescencia a ser marinero de segunda en la Aviación Naval, carrera en la que duró muy poco al no resistir su espíritu libre y la severidad requerida.
Todo lo realizado para ganarse la vida no le impidió a Julio Sosa dedicar cada momento libre a su verdadera vocación: el tango.

En 1942, comenzó a recorrer cafés y boliches cantando como aficionado, entre ellos: "Luces del Canelón Chico", de Montevideo.
Tras ganar un concurso se inicia como vocalista en la orquesta de Carlos Gilardoni, pero formara también parte de las agrupaciones de Epifanio Chiarín, Hugo Di Carlo, Edelmiro "Toto" da Mario y Luis Carusso entre otros.

Buenos Aires, el comienzo del triunfo
El paso siguiente era ir a la “reina del plata”; cruzar el charco y llegar a Buenos Aires.
Y así fue, el 15 de junio de 1949, con 23 años, Julio Sosa llegó a Buenos Aires en el vapor de la carrera.
Tomó un taxi con un papel en la mano, con una dirección que traía desde Montevideo como único contacto.
El taxista, dice la leyenda, conmovido por las historias del joven que venía a triunfar, lo llevó, sin cobrarle el viaje, a distintos lugares de tango donde eventualmente le podía salir algún trabajito.
Años más tarde, cuando Julio ya era una estrella, hizo una llamada por la televisión pidiendo que aquel taximetrista se presentara, quería volver a verlo y agradecerle. Nunca se presentó nadie.
Como es leyenda, tal vez fue su ángel de la guarda.

En Buenos Aires el éxito no tardó en llegar. Integró distintas orquestas, recorriendo radios, fiestas, bailes. Cantó inicialmente en el café Los Andes, en la Chacarita, y al poco tiempo se integró a la orquesta de Enrique Mario Franzini y Armando Pontier, realizando con ellos su primera presentación oficial el 1° de abril de 1949, en la boite Picadilly de la Avenida Corrientes.
Desde ese momento se va a ir consolidando su situación económica y comenzó a grabar; había nacido una estrella.

En 1953 lo encontramos integrando la orquesta de Francisco Rotundo.
Realizaba con ellos versiones memorables para audiciones radiales y presentaciones en vivo por toda Buenos Aires.

Cambalache lo corona rey
En 1955, el año de la autoproclamada “Revolución Libertadora” que sacó a Perón del poder, se incorporó a la orquesta de Pontier, ya alejado de Franzini, con quien va a grabar un clásico: "Cambalache". Se ha dicho que es la mejor versión de este clásico existente.
En 1958 se independiza, y bajo la dirección y los arreglos del bandoneonista Leopoldo Federico, forma su propia agrupación con la cual se luce día a día y con la que desde 1961 se convertirá en la gran estrella tanguera del sello Columbia. El tango venía en baja para la multinacional discográfica  y Sosa lo reactivó de manera espectacular. Este dato no pasó desapercibido a sus directivos.

Julio versus El Club del Clan
Tiene, del otro lado, enfrentados,  a un grupo que era un éxito fenomenal entre los jóvenes ya no sólo de Argentina sino de media América del Sur en ese momento, El Club del Clan, sin embargo él se impone.
Producto absolutamente comercial y exitoso si los hubo, el grupo de jóvenes liderado por Palito Ortega, Violeta Rivas y Johnny Tedesco no quiso dejar de lado al tango y le puso como “competencia” a un pibe de nombre Néstor Fabián.
Julio Sosa se lo comió crudo, era imposible competirle en ese tiempo.
Su popularidad era transversal a todas las edades. Y el apoyo de la Columbia,  que lo protegía como su estrella más vendedora,  también hizo lo suyo al darle, como a pocos del ambiente del tango, un destaque promocional de niveles superiores.

Es por esos años que el periodista argentino Ricardo Gaspari lo bautizó como "el varón del tango", apodo con el cual se le conocerá desde entonces.
Será así el último cantor a la vieja usanza, de carácter extrovertido, fuerte temperamento, registros graves y gran capacidad de adaptarse al humor o al drama, desarrollando un estilo inconfundible que va a cosechar multitud de seguidores.
Julio Sosa contó con muchas de las canciones del repertorio de Carlos Gardel, pero las adaptó notablemente a su estilo, rescatando el típico personaje de tango, el macho de los suburbios que sufre y se aguanta con melancolía, con honor y por qué no en el caso de Julio, con mucha poesía.
En 1960 edita su único libro de poemas: Dos horas antes del alba que mucho tiempo después (2009) se convertiría en un CD grabado por el actor Luis Brandoni.

En el 64 saltó al cine con una película de Hugo Del Carril, Buenas noches, Buenos Aires, donde interpreta "El Firulete" mientras  baila con la legendaria Beba Bidart. Fue su única participación en este medio. No era actor, era cantor.

De lo que no se habla
En su vida privada, de la que jamás se habla entre sus seguidores, se  casó muy joven (a los 16 años)  con Aída Acosta,  de quien se separaría en 1940. En 1948 se volvió a casar, esta vez con Edith Ulfed naciendo de esta unión su única hija, Ana María, nacida el 14 de agosto de 1952.
Se volvió a separar,  para unirse en junio de 1959 a Beba (Susana)  Merighi quien le acompañará hasta el fin de su vida y de quien dijo “es la compañera de mis éxitos y de mis amarguras”.
Sus relaciones amorosas fueron tormentosas, temperamentales , tal vez... y hoy serían calificadas como violentas, pero su personalidad de "macho recio" a la usanza de esos años,  se imponía también fuera del escenario. 
Así lo aceptaron sus seguidores en tiempos en que la farándula no se interesaba por la vida personal de los artistas, como hoy.

La muerte, esa implacable,  y el comienzo de la leyenda
Fanático con locura de los automóviles y la velocidad, Julio Sosa sufrió accidentes con resultados variados, hasta que llegamos a la madrugada del 25 de noviembre de 1964, a la esquina de Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla, en el porteño barrio de Palermo, donde con su auto DKW rojo embiste una baliza de señalización. Fue internado con un cuadro irreversible.
Falleció el 26 de noviembre a las 9:30 de la mañana. Julio tenía entonces 38 años y estaba en la cumbre de su fama.

La masiva concurrencia al velatorio del varón del tango forzó que la despedida terminara en el Luna Park, lugar legendario por el que también pasaron los restos de Carlos Gardel. Para el anecdotario y la leyenda, apenas 2 días antes de su muerte, en una radio bonaerense había interpretado ‘La Gayola’, que en una parte de la letra dice: “pa' que no me falten flores cuando esté ya en el cajón".

Fue llorado por dos pueblos: el argentino y el uruguayo. Siendo una verdadera insignia de la historia del tango, su voz; esa voz que permanece perfecta, presente y vital en las grabaciones y los corazones de los que lo conocieron en su esplendor ó quienes lo están descubriendo con asombro, porque Julio, 49 años después de su partida de este mundo,  como a "El Mago" se le pueda decir sin temor que “cada día canta mejor”.


El poeta
Su libro de poemas DOS HORAS ANTES DEL ALBA se agotó en los días siguientes a su muerte y no ha sido reeditado en papel. Hoy se encuentra fácilmente en formato digital en varias páginas web desde donde puede descargarse gratuitamente en su totalidad.
Aquí uno de sus poemas más conocidos:

SOLEDAD

Hoy el sol ha golpeado con sus cálidos dedos
los cristales opacos de mi vieja ventana.
Dos gotas temblorosas del nocturno rocío
desde el vidrio me miran en la tibia mañana.

Todo es luz y alegría, y color y sonido,
todo es vida en el campo. Precursora de estío
primavera ha llegado con dorados pinceles
decorando las flores, alegrando los nidos.
Derraman los panales el amor de sus mieles
que acechan cautelosos zagales escondidos.

Vuela rauda una alondra transportando en el pico
la razón de su vida hacia el verde follaje
y vibrando hacia el cielo su invisible cordaje
se oye grave y sonora la garganta del río.

Dos cachorros lebreles se disputan la presa
matizando la lucha con viriles gruñidos
todo es luz y alegría y color y sonido,
Primavera ha llegado y al entrar en mi pieza
se detuvo indecisa; la ahuyentó mi tristeza.

Más allá de mi puerta ya no hay más flores mustias.
Primavera ha llegado pero entrar no ha querido
porque ha visto, en mi angustia, que tú ya te habías ido...


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