viernes, 29 de noviembre de 2013

Tita, la bataclana rea que se convirtió en leyenda

Por estos días estoy trabajando sobre una serie de películas argentinas de temática social,  realizadas entre 1935 y 1954,  que me han asombrado por su realismo, buena factura y actuaciones sorprendentes, aún hoy,  cuando creemos que se ha visto todo y no queda mucho por descubrir.
La primera constatación es ¡que buen cine se hacía entonces en Argentina!
Y que gran cantidad de actores, actrices, directores y técnicos de primera línea se han perdido en el olvido.
Ya nadie recuerda ni sus nombres ni la fama que tuvieron en tiempos de producción frenética  luchándole el mercado latinoamericano nada menos que a Hollywood. Y ganándole en mercados como México y Cuba.

Salvados con tecnología
Por suerte, parece que alguien se dio cuenta de que tienen un tesoro a descubrir en los archivos de Artistas Argentinos Asociados, Argentina Sono Film, Lumiton y otras grandes productoras de esos años. Y que existen aún los negativos en buen estado,  por lo que han comenzado -muy lentamente- a transferirlas a formato DVD, que en otras partes ya está quedando obsoleto,  pero tener todo digitalizado ya es un paso grandioso para apoyar este trabajo de recuperación de la memoria fílmica de una industria que supo conquistar un mercado tan inmenso que hoy sería impensable conseguir.

Este trabajo provee además,  al investigador,  la posibilidad de ver- en la mayoría absoluta de los títulos- por vez primera,  algunas obras que nunca más se volvieron a presentar ni en cines ni por televisión, salvo algún caso aislado.

Algunos títulos
El grupo seleccionado, como en toda selección en forma absolutamente subjetiva, incluye: “Puente Alsina” (1935) con José Gola y Delia Durruty;
Mujeres que trabajan” (1938) con Mecha Ortiz, Tito Lusiardo y Niní Marshall;
Kilómetro 111(1938) con Pepe Arias, Ángel Magaña y Delia Garcés; “Muchachas que estudian” (1939) con Enrique Serrano, Sofía Bozán y Alicia Vignoli; “Elvira Fernández, vendedora de tienda” (1942) con Paulina Singerman, Juan Carlos Thorry y Tito Lusiardo; “Almafuerte” (1949) con Narciso Ibáñez Menta, Pola Alonso y Eca Caselli; “Las aguas bajan turbias” (1952) con Hugo del Carril, Adriana Benetti y Raúl del Valle; “Deshonra”(1952) con Fanny Navarro, Mecha Ortiz y Tita Merello; “Barrio gris” (1954) con Carlos Rivas, Alberto de Mendoza y Mirtha Torres cerrando con “Mercado de Abasto” (1954) con Tita Merello, Pepe Arias y Juan José Míguez.
Surgen allí los nombres de directores impecables como  Manuel Romero, Mario Sóffici, Luis César Amadori,  Hugo del Carril, Daniel Tinayre, y Lucas Demare entre otros, que sabían hacer perfectamente su trabajo. Y como filmar en glorioso blanco y negro los melodramas más apasionantes.
A los espectadores de hoy,  esta lista de nombres de películas,  actores y directores no les dice nada. ¡Pero fueron grandes!


El star system criollo
Surge claramente un star system argentino que tuvo sus divas y divos al mejor estilo Hollywood, quienes sin ganar las mismas fortunas,  tuvieron los mismos caprichos y prebendas…
El cine de “teléfonos blancos” o decorados con escalinatas fastuosas tuvo más de un cuarto de hora y el vestuario de las actrices marcó tendencia en todo el continente. Las que vestían de fiesta eran casi siempre las mismas y las otras, las que destacaron en personajes populares, también sabían rodearse de diseñadores, maquilladores y peluqueros que conocían perfectamente las técnicas para favorecerlas o crearles un estilo intransferiblemente personal (de este grupo surgió Julio Alcaráz, el peluquero de Evita y creador de su mítico moño).
Todo esto viene a cuento por la personalidad de una actriz fenomenal que aún hoy,  en películas como “Mercado de Abasto”,  literalmente se come la pantalla: Tita Merello.

Da bataclana rea estrella
Tita fue un portento de naturalidad pese a sus no tan amplios recursos actorales como podemos creer,  viéndola por primera vez.
Normalmente hacía de ella misma, pero lo hacía maravillosamente bien.
Fue una  “bataclana rea” -como alguien de su época la calificó- ya fuera una vendedora de pollos o la encargada de un bar, ya se agarrara de los pelos con su cuñada por un engaño amoroso de esta “descocada” o la crispación furiosa por haber sido traicionada y abandonada al poco tiempo de tener su primer hijo….
Cuando Tita filmó “Mercado de Abasto” ya tenía 50 años y se le nota en los primeros planos.
Es poco creíble su embarazo – que nunca se ve- o que el hijo,  “Rabanito”,  crezca con tal celeridad, pero hay que ver a Tita sufriendo cuando el nene es picado por una tarántula o cuando se da cuenta de que el sabandija que la engañó,  en el fondo “algo la quería…”.
Sólo una grande es capaz de resistir el imposible diálogo de la noche de bodas,  cuando declara “ahora comprendo lo que dice el catecismo…que la mujer está hecha para servir al marido”.
Seguro que ella no creía una palabra de esa frase,  pero la dice con tal convicción que se convierte mágicamente en una cruzada de la causa machista.
Además,  es en esta película que canta su célebre “Se dice de mí” en medio de un picnic de trabajadores del mercado.
Hay una exaltación hacia las clases populares (pobres pero con “dignidad peronista”, claro) que nunca más se vio.
El niño Rabanito es tratado en un hospital que parece la Clínica Mayo y en las salas se muestran al pasar decenas de “pulmotores” que eran la avanzada de la tecnología médica de esos años,  amén de que todo el personal hospitalario es de una dedicación absoluta y todo brilla que hasta encandila.
Son los logros del primer peronismo mostrados con una exaltación casi reverencial.
Seguramente la mano del terrible y legendario Raúl Alejandro Apold puso su granito de arena en estas secuencias.
Tita siguió filmando hasta  1985 (“Las barras bravas”), tenía ya 81 años.
Desde que comenzó su carrera en el cine en 1933,  con la legendaria “Tango “
 -considerada la primera película sonora argentina - protagonizó 31 películas y participó en papeles muy pequeños en otras 7.
Nacida en 1904 tuvo una infancia de miseria, hambre y calle, ya de jovencita se hizo cantora (decidora sería lo más exacto, nunca fue una gran cantante) de tangos y milongas con un estilo arrabalero que la distinguiría de las demás. Luego trabajó en circos, cabarets, revistas, radios, televisión y teatros.
Los últimos años los pasó alojada en la Clínica Favaloro de Buenos Aires donde murió en 2002 cuando ya tenía 98 años.
Le faltaron dos para llegar a centenaria.
Igualmente se  puede decir que “vivió el siglo”.
Nunca se calló-casi- nada.
Y hasta conoció la humillación de ser relegada a trabajar en carpas de feria -después de haber sido una estrella absoluta- luego de la caída de Perón.
La “Libertadora” no le perdonó su filiación peronista. Las listas negras de antes cambiaron los nombres  en una  Argentina en la que esto sigue siendo moneda corriente de forma más o menos velada.
A Tita le impidieron trabajar en cine, radio y teatro. Cantar en ferias,  podía.
Locura perversa de la censura.

El amor: Luis Sandrini
Su amor por Luis Sandrini la marcó para siempre, y  cuando el actor la dejó para casarse con Malvina Pastorino su dolor ya no tuvo cura.
Es curioso este amor ciego.
Dos personalidades aparentemente opuestas, Sandrini con su personaje de Felipe (un pobre infeliz de GRAN corazón) era lo que el público quería de él. 
Tita, una hembra bravía e indomable, parecía que no se enamoraría de un hombre así.
Pero ya sabemos que el amor es ciego y los opuestos se atraen…
Con Sandrini se habían conocido a fines de los años 30 y convivieron hasta 1949, aceptando Tita pasar a un segundo plano durante toda esa década,  ante el verdadero estrellato de Sandrini quien era primerísima figura del cine y del teatro argentinos y continental.
En esos años tuvieron-ambos- breves aventuras con otras/os,  pero no fue hasta que a Sandrini le salió una película en España y Tita no quiso viajar junto a él que se desencadenó el final.
Era diciembre del 49 y Tita tenla la posibilidad de protagonizar en teatro "Filomena Marturano",  papel a su medida que primó por sobre el  viaje como "acompañante" de Sandrini,  quien  partió  solo. 
Luego vendría Malvina Pastorino, su casamiento con ella y la marca a fuego en el corazón de Tita quien debió elegir entre el amor y su carrera. 
Tal vez luego  se arrepintió de haber elegido la carrera de actriz por sobre el hombre que más amó, pese a que fue uno de los mayores éxitos de su vida profesional.
Todo indica que no fue una mujer feliz ni en sus años de mayor esplendor.
Júver Salcedo me contó que fue a verla al camarín luego de una función de su ya  legendaria “Filomena Marturano” y ella, frente a un espejo rodeado de luces como buena estrella que era,  lo recorrió con la mirada de arriba abajo como hacía con todos los hombres que la visitaban. De una forma que hoy consideraríamos casi abusiva. Era así, estuvo hecha para no bajar la cabeza ni hacerse la mosquita muerta, nada más lejano a una personalidad que podía molestar por su lenguaje arrabalero y su impostura hostil que ella manejaba  perfectamente.
La amargura la fue tomando poco a poco como una incurable enfermedad y la actitud desfachatada de sus años de esplendor fue dando paso al capricho, la religiosidad exacerbada, la soledad, el perrito Corbata y el aislamiento casi total.
Murió sola… con una soledad que duele.
Sus últimas imágenes,  en silla de ruedas,  mostraron a una ancianita que había quedado reducida a unos huesitos con unos ojos como cuencas vacías,  sin el menor atisbo del fuego con el que podía fulminar a quien fuera años antes. 
La muerte de su hermano Pascual - cuatro años menor que ella- fue el último golpe antes de abandonar su lucha por vivir.
Fue producto de su tiempo, la modernidad no entró en sus parámetros de vida.
Ella, que miraba a los hombres desfachatadamente en la vida real,  hoy se horrorizaría ante las vedettongas carentes del más mínimo talento  que pululan  por la televisión argentina vistiendo sólo un conchero de lentejuelas.
Tal vez,  poca gente la recuerde dentro de algunos años, pero es importante saber que dentro de sus frases célebres,  hay una que merecería figurar en cualquier antología,  ya que es adaptable a la cultura y al mundo en general: “Hay que cuidar la flauta porque la serenata es larga
Alguien que dijo eso, merece ser recordado por siempre!

Copyright © EM

Tita en su esplendor c.1950

viernes, 22 de noviembre de 2013

Momento de decisión



Durante años quise volver a verla.
Era imposible de encontrar en formato DVD hasta que una amiga que volvía de España me mandó un correo diciendo que en “El Corte Inglés” de un lugar periférico había una copia bajo el nombre de “Paso decisivo” y que había sido “descatalogada por la productora”.
Es que “Momento de decisión” (1977) nombre con el cual la conocí es una película que he amado y amo profundamente.
No es una obra maestra, es simplemente una historia hermosa bien contada y mejor actuada y fotografiada.
Hace unos días la volví a ver en la soledad de mi casa.

¿Envejeció?
No ha perdido vigencia, no luce envejecida,  pero es asombroso comprobar cómo hace tan solo 36 años la sociedad era otra, pero tan diferente a la actual que parece otro mundo…
No hay aquí ni computadoras ni celulares, ni mensajes de texto, hay grandes teléfonos con cables de “rulo” y hasta las llamadas telefónicas  entre Oklahoma y Nueva York parecen extrañas y poco usuales.
Y es, fundamentalmente, una película que celebra al ballet, al más clásico, y a la amistad de dos mujeres que supieron competir por un papel en un ballet ficticio (Ana Karénina).

Dos estrellas brillantes
Esas mujeres en la ficción son Anne Bancroft (como Emma Jacklin) y Shirley MacLaine (como Deedee Rodgers).
Se conocen desde niñas, bailaron juntas desde muy jóvenes, luego la vida las separó.
Emma se volcó a su carrera de bailarina estrella sin formar familia, Deedee se casó (con un bailarín) tuvo tres hijos y ahora tiene una pequeña academia en Oklahoma.
La visita de la gran compañía (evidentemente el American Ballet Theatre, aunque nunca es nombrado así) a la ciudad de Deedee es el pretexto del reencuentro.
Saldrán a  la luz viejos rencores, una situación de celos nunca resuelta y, por sobre todo, el talento de la hija mayor de Deedee (la bailarina Leslie Browne) de nombre Emilia quien se va a integrar a la Compañía con todo lo que ello implica.
Claro que estará por allí un ruso “disidente estrella” de nombre Yuri (Mikhail Baryshnikov)  que pretextará varios números de ballets famosos con otras tantas estrellas (reales)  invitadas a una supuesta gala benéfica.

¿Cómo filmar ballet?
En su momento fueron aplaudidas las escenas de baile, en las que el director Herbert Ross (largamente vinculado a la danza como bailarín) en las que nunca se ve al público pero uno lo imagina en la oscuridad,  detrás de las luces… o lo que son las escenas frente a una pared de espejos en las que no se ve la cámara reflejada.
Como guiños para balletómanos aparece por allí la legendaria  Alexandra Danilova como Madame Dahkarova  y es importante saber que  Danilova fue una estrella de los ballets de Diaghilev… Murió en 1997, exactamente 20 años después de filmar esta película.
Momento de decisión” llegó en un momento brillante para el ballet en Nueva York (y en Estados Unidos en general), la revista Dance Magazine agotaba miles y miles de ejemplares, las tiendas que vendían desde mallas a zapatillas como CAPEZIO nunca conocieron mayor esplendor. Hoy,  lo que queda de esta tienda,  no es más que una pálida sombra de lo que fue…Broadway y la 50, primer piso...

Yo vivía allí entonces.
En la ciudad en la que me gustaría volver a vivir hasta el final… Una ciudad que puede agobiar, fascinar, hacer sentirnos los más felices o solitarios del mundo en una mezcla extraña que no encontré en otro lugar.
Recuerdo haber ido a una gala en el Lincoln Center -no muy diferente a la que muestra la película-  y en la que participaron desde Baryshnikov a Carla Fracci, Peter Martin, Antoinette Sibley y Marcia Haydée entre otras figuras  y fue tal el estallido final de que nos quedaron las manos rojas de aplaudir manifestando nuestra admiración.

Con las manos vacías…
La película tuvo once nominaciones al premio Oscar, desde las memorables protagonistas (Bancroft y MacLaine) hasta Baryshnikov y Leslie Browne como actores secundarios, también mejor dirección artística, fotografía, película, director, sonido, montaje y guion original.
No ganó ninguno.
Pasó a integrar la amarga lista de películas multicandidatas al Oscar que se fue con las manos vacías,  igual que  “El color púrpura” (1985) con la misma cantidad de nominaciones y cero premio.
Es que en ese momento no nos dábamos cuenta de que el mundo estaba cambiando para siempre. Uno no percibe los cambios sociales gigantes en el momento en que los vive, es necesario que pase el tiempo para notarlo.
Ese mismo año se estrenó “Fiebre de sábado a la noche” (1977) y fue el éxito que  marcó tendencia global en moda, música y costumbres.
Luego vendría el SIDA,  que hizo estragos en sus primeros años en el mundo del ballet, y TODO, desde una muy establecida  “cultura de la danza”, fuera bailarín o espectador,  se fue desmoronando… irremediablemente.
Al punto que ahora es irreconocible para nosotros.

Hoy
Shirley MacLaine tiene 79 años, Anne Bancroft murió hace 8 años, Baryshnikov -el pasado enero- cumplió  65 y Leslie Browne ,  55 años.
¡Qué lejos estábamos de pensar que todo iba a cambiar tanto y tan rápido!
 Igualmente,  volver a ver esta película hace que se me “piante un lagrimón”.
 Por los tiempos que se fueron, por los que no están,  por los que vendrán,  por la maravilla del cuerpo humano bailando y acercándonos a formas de la belleza que seguirán estremeciendo a los sensibles a estas manifestaciones del arte.
No nos dimos cuenta entonces, pero la pasamos bien, tanto que se añora ese año en particular, sabiendo que nunca más se reiterarán esas sensaciones que-naturalmente- el tiempo también se encargó de pulir y hacer resplandecer y tal vez no fueron tan maravillosas en realidad.
Si fue así, tampoco lo notamos.
De lo que estoy seguro es que es bueno haberlo vivido,  para poderlo contar…
Copyright © EM


Anne Bancroft (Emma Jaklin) en la barra "Momento de decisión" (1977)




viernes, 15 de noviembre de 2013

Marcel Proust,  en una tarde gris…


Hace un año que se cumplieron 100 años desde que el primer tomo de “Du côté de chez Swann” -comienzo de “Á la recherche du temps perdu”- estuviera impreso y listo para su venta.
Edición a cargo de su autor (que gastó- en cifras de hoy- el equivalente a unos 9.000 euros de su bolsillo) luego del acuerdo con Bernard Grasset (editor)  dado que no consiguió que ninguna de las muchas editoriales a las que acudió con el manuscrito se interesaran por esta novela. 
Con los tomos siguientes llegaría a más de 3000 páginas sumadas. 
Luego de este comienzo, las editoriales se dieron cuenta del error de juicio ante una obra que se convertiría, con el paso de los años,  en fundamental  para la literatura universal.
Para mucha gente fue la que marcó el verdadero comienzo del siglo XX. 
Era el 14 de Noviembre de 1913.

Descubrí a Marcel Proust tardíamente en mi vida. 

Creo igualmente, que llegó en el momento adecuado.  Hace ya unos años cuando comencé a asomarme a la “Recherche…” descubrí asombrado lo que seguramente miles o millones habían descubierto antes, que el mundo fascinante que nos propone hasta en sus más mínimos detalles puede seducirnos- o agobiarnos-  pero siempre como una experiencia de vida que ya nunca podremos quitar de nosotros.

Proust, y el cine. Visconti y Greta Garbo

Curiosamente, el personaje de Proust y su obra han sido llevados en contadísimas ocasiones al cine.
Haciendo una lista rápida encontramos: Celeste(1981) de Percy Adlon- naturalmente sobre Celeste Albaret la legendaria empleada/ cuidadora/ imprescindible de Marcel- que no fue estrenada comercialmente en Montevideo ( si la encuentran en la Web NO perderla, es un gran film!) ; El amor de Swan(1983) de Volker Schlondorff que sí se estrenó; “El tiempo recobrado (1999) de Raoul Ruiz que también se estrenó – y por cierto la que mejor retrata el mundo proustiano si uno leyó antes al autor- ; y La cautiva (2000) de Chantal Akerman sobre “La prisionera” trasladada al tiempo presente,  que tampoco se vio por nuestras salas.
Muy poco para semejante autor y personaje.
Son parte de la leyenda los proyectos que quedaron en el camino. Tal vez el más esperado por años y años fue el de Luchino Visconti (que había leído la adaptación de René Clement) y que el maestro italiano pensaba centrar en “Sodoma y Gomorra”.

 Incluso se llegó a mencionar allí el regreso al cine de Greta Garbo como la duquesa de Guermantes. No pudo ser. Garbo siguió recluida, pese a testimonios que dicen que estaba encantada con la idea..

Se habló entonces de otro posible elenco que manejaba Visconti: Alain Delon (Marcel), Silvana Mangano (duquesa de Guermantes), Marlon Brando o Laurence Olivier (Charlus), Annie Girardot o Delphine Seyrig (madame Verdurin), Charlotte Rampling (Albertine) y hasta Brigitte Bardot (Odette).  Era Julio de 1971 y coincidiría con el centenario del nacimiento de Proust.
Nunca se hizo.
Pero hay más, Joseph Losey trabajó bastante en un proyecto que llegó a anunciarse en 1975 con otro elenco grandioso que incluía también a Silvana Mangano como la duquesa de Guermantes, y a Dirk Bogarde (Swan), Helmut Berger (Morel), María Callas (reina de Nápoles) y Jeanne Moreau como madame Verdurin . Tampoco se filmó.
La traslación al cine de la “Recherche…” es una tarea titánica que necesita de verdaderos talentos, de allí la valentía del chileno Raúl Ruiz (autobautizado Raoul) con su película de 1999 de la que sale más que airoso. Pero Raoul murió en 2011 y todos sus proyectos proustianos (que los tenía) obviamente, quedaron truncos.

Las biografías

Me he dedicado también en estos años a leer cuanta biografía sobre Proust  ha caído en mis manos.
Comencé con la de George Painter,  que pese a su fama no me apasionó, seguí con mi preferida,  la de Ghislein de Diesbach que a muchos horrorizó, continué con la breve e interesante de Edmund White  y por último llegué a la de André Maurois que denota el paso del tiempo.
Me queda en el debe la que es considerada como la mejor escrita hasta el momento- la de Jean Yves Tadié- que nunca encontré.
Cada vez me apasiona más la persona  Proust.
Con sus luces y- sobre todo- sus sombras.
Y desde hace tiempo me pregunto qué hubiera pasado si en su época-tan cercana a nosotros en términos históricos- lo hubiesen medicado con la parafernalia farmacéutica que hoy tenemos. ¿Su obra sería la misma? Sin duda no.
En 1917, escribió Colette- que no lo quería nada- “Marcel estaba muy enfermo, pesaba poco más de 45 kilos y rara vez salía de su habitación tapizada de corcho. Se había convertido en un mártir del arte. Lo vi durante la Gran Guerra en el Hotel Ritz junto a algunos amigos. No paraba de hablar, se esforzaba en mostrarse alegre. A causa del frío, y tras disculparse, se calaba su sombrero de copa inclinado hacia atrás y el flequillo, semejante a un abanico, le cubría las cejas: Vestía uniforme de gala, pero desarreglado por el viento. Su cara parecía espolvoreada de ceniza gris, las cuencas oculares y su boca denotaban que ya había sido reclutado por la muerte…”.

Una tarde en Paris

En diciembre de 2001 visité,   en el Museo Carnavalet  de Paris,  la exposición Au temps de  Marcel Proust: La collection de Francois-Gérard Seligmann  que recibía a los visitantes con el célebre retrato de Proust pintado por Jacques Émil Blanche en 1892 y que incluía nada menos que el dormitorio completo del escritor donado al Museo por Odile Gévaudan,  hija de Celeste Albaret.
Mi compañera,  Alejandra Casablanca se había ido al Museo Picasso a pocas cuadras del Carnavalet,  porque quiso que mi experiencia proustiana la hiciera en soledad.
Una llovizna tenue caía sobre París esa tarde que muy lentamente se iba haciendo noche.
Había poca gente visitando la exposición por lo que tuve la posibilidad de estar algún momento solo mirándolo todo. Respirando el aire de aquellas salas donde había desde manuscritos a cuadros que habían estado en las paredes de Marcel, alguna ropa, sus plumas con restos de tinta o su propia cama…
En ese momento creo que comprendí realmente aquello de la magdalena en una taza de té y me sentí irremediablemente feliz en la nostalgia como pocas veces antes y como nunca después…
Copyright © EM

Curiosa foto de Marcel Prout sonriendo ,  c.1891 en Paris.


Proust escuchando con audífonos  c.1907
Proust joven c.1906

El famoso retrato de Blanche


Marcel con dos amigos en una foto que su madre detestaba por "evidente" c1898
Proust trabajando en su legendaria cama c. 1912
Foto tomada el 20 de Noviembre de 1922 en su lecho de muerte
Tumba de marcel Proust en el Ce,enterio de Pére Lachaisse 1972

María Elena Walsh publicó en La Nación de Buenos Aires el 4/6/1997 la siguiente crónica que fue luego integrada por su autora a sus memorias “Fantasmas en el parque” (2008), libro- inexplicablemente- NO editado en Montevideo. Por su valor testimonial y los personajes en ella involucrados,  es un honor poder compartirla en su totalidad.

La guardiana de Proust



En esta deliciosa y divertida crónica de una visita al museo Ravel en Montfort l`Amaury, se evoca a una figura legendaria en el mundo literario, la de Céleste Albaret, famosa ama de llaves del autor de En busca del tiempo perdido y cuidadora, años más tarde, en la casita del compositor de Bolero.
En París, hace ¿cuántos años? Los recuerdos animan un museo fantasmal, las fechas se desvalorizan. Sólo queda la sonrisa pendiente cuando el gato de Chesire se esfumó, un cambiante decorado onírico. Por eso nos hechiza la reconstrucción, la imaginación tan tramposa como verosímil de Marcel Proust. Y le agradecemos que no nos abrume con la fórmula: "Corría el año de l9...."
A propósito de una carta publicada en el Correo de Lectores de este diario, que suscitó una avalancha de respuestas, supimos que había entre nosotros muchos adherentes a Proust, que no figuran en ninguna estadística. Ese descubrimiento estimula a contar para este auditorio (o "lectorio") dominical uno de esos recuerdos que la abuela suponía que no interesaban a nadie.
Como les decía, una vez, en París, con mis amigos María H. y Pepe F., decidimos emprender una excursión a Montfort l`Amaury, para visitar la casa de Maurice Ravel. La cuidadora era una tal Céleste, personaje real y literario de Marcel Proust.
Confieso sin vergüenza que Proust nos importaba poco. Leído en la adolescencia, sólo llegamos a curiosear Por el Camino de Swann en la muy castiza versión de Pedro Salinas, y tanta minucia nos había agobiado. Sin duda es lectura para la madurez, y algunos adquirimos tarde la adicción de internarnos periódicamente en esa crónica del Tiempo Perdido.
Aquel día iríamos tras las huellas del venerado Ravel, tras los ecos de su música frecuentada con fervor en unos famosos conciertos matinales en el Teatro Colón. Y en humildes "wincos" adquiridos con sacrificio, como fuimos adquiriendo más tarde el conocimiento de la lengua francesa.
El día señalado, muy temprano, sonó el teléfono en el hotelito de Saint Germain. ¿Quién podía ser sino el ubicuo Angel R.? Era inútil rastrearlo por el mundo, las cartas lo desencontraban, pero cada vez que uno llegaba a alguna ciudad del planeta, el pensador uruguayo aparecía por arte de magia.
Angel Rama, sí, el crítico literario de izquierda, profesor en cuanta Universidad existiera, animador de congresos y tertulias, inolvidable roedor de escrituras y cultivador de amistades.
Esta es la modesta reseña de ese día, según la preserva mi desvaída "memoria involuntaria": se desvaneció el gato y sólo queda su sonrisa.
-Angel ¿querés ir a Montfort l`Amaury?
-¡Ta, vamos!
En el tren, Angel acomodó sobre el respaldo del asiento delantero sus descomunales zapatones, hechos a escalar casas sin ascensor y cuestas de bohemia parisiense. Atrás de esas suelas, la mirada loca, la sonrisa enorme y los rulos rubiones que emergían de las solapas levantadas.
La charla nos hizo olvidar por una hora el motivo del viaje. Entre carcajadas más jóvenes que nosotros, llegamos a uno de esos tristes pueblos franceses de pura piedra, entonces ajenos a la industria del turismo cholulo. En la estación, una flecha indicaba un kilómetro de marcha, bajo la llovizna, por un sendero ¿de espinos? Fue entonces cuando Angel pronunció su célebre pregunta: -Pero ¿dónde vamos a almorzar?
-En cualquier parte, más tarde. No sabemos.
-¿Cómo que no saben? ¿No me invitaron a "morfar a Lamorisse"?
Aclaramos el malentendido telefónico, que nos dio la oportunidad de tratar al profesor Rama de bruto, materialista y hortera, según el tono festivo del grupo. Empapándonos alegremente, Pepe le informó que conoceríamos la casa de Ravel, y a su cuidadora Céleste...
_ ¿Qué Céleste?- preguntó Angel, desorbitado.
Pepe F. pronunció Al-ba-ret y aclaró que debíamos ser discretos, porque sabía de buena fuente que Mme. Céleste no toleraba que le hicieran preguntas sobre Proust.
Llamamos a la puerta del chalecito, y nos abrió una severa dama de lentes, con un vestido azul generosamente escotado sobre una piel de blancura extraterrestre. Era la imagen de la dignidad, de mirada sagaz, un cutis de extraña transparencia, la sonrisa hasta ahí nomás.
-¡Zas! Esta parece Arletty preparándose para Fedra- murmuró María H., atenta, profesional y humanamente, a las sagradas formas de la representación.
Apenas traspuesto el umbral y pronunciados los saludos, la dama nos estaba contando, en un francés exquisito, algunas peculiaridades del Sr. Proust.
-El me aceptó porque yo de entrada lo traté en tercera persona, y así lo hice toda la vida. No soportaba la incorrección en el lenguaje ni la excesiva familiaridad en el trato.
Tardamos bastante en encontrar una pausa que permitiera a María H. preguntar, con aires de marquesa: -¿Podríamos ver el piano del señor Ravel, Madame?
Céleste disimuló un gesto de resignación y nos escoltó a la salita de trabajo, con el piano de media cola y algunas partituras. Era todo austero y en pequeña escala. La ventana daba a un jardín pobretón que la dama señaló con estas palabras: -Al señor Ravel le gustaba el campo...
-¿A este potrero le llaman campo los franceses?- murmuró Rama, con el desdén de un Verdurin gauchesco.
Céleste, con ademanes de oficiante, nos guió al comedor, describió las sillas talladas por Ravel con motivos inspirados en las ánforas griegas. Después al dormitorio, con la camita exigua, sus fotos, figurines y libros. Las visitas estaban conmovidas por el modesto santuario silencioso, el fantasma de su habitante y la solemne guía.
Sólo Angel se atrevía a escrutar a Céleste. Ella, que no tenía la menor gana de referirse a Ravel, quizás porque Proust (según creo) no menciona su música, o porque a ella le parecía un asteroide, respondió a esa curiosidad volviendo a evocar a Monsieur Marcel, sus gustos, sus manías, su encanto, su estatura imponente, (Ravel era petiso), su distinción, sus enfermedades, su exquisitez, sus bromas.
-¡Pues naturalmente, el señor Proust amaba la música!- se indignó ante la pregunta. -Tanto, que algunas noches, después de un concierto, invitaba a los músicos a tocar en su casa, para él solo. Parecía caer en trance ¿entienden?
Cuenta un músico que una vez Proust invitó al conjunto Gastón Poulet a interpretar en su casa el Cuarteto en Re Mayor de César Franck... inmediatamente después de haberlo escuchado en un concierto. Los ejecutantes se acomodaron como pudieron en el salón mal iluminado, que apestaba a pebeteros y sahumerios, y lo tocaron. El señor pidió bis... del cuarteto entero. Los músicos, rendidos y casi al amanecer, aceptaron una colación que ofrecía su servidora. Céleste, según el violista Massis, era una bella muchacha rubia, alta, vestida de negro, con cuello y puños de abundante puntilla blanca, verdadera aparición del tiempo de Carlos IX.
En la época de nuestra irrupción en Montfort l`Amaury, la mítica dama estaba guardada, y sin duda era fuerte su necesidad de relatar el tema obsesivo. Más tarde, en 1973, publicó un libro, (Monsieur Proust, recuerdos recogidos por George Belmont), y la televisión la descubrió como reliquia viviente.
No éramos gente de andar con grabadores ni cámaras, no fuimos ladrones fetichistas. Por otra parte, salvo Angel, ignorábamos la importancia de la ex ama de llaves. Y su largo monólogo y su imagen se suspendieron, como si hubiera sido uno más entre los tantos seres anteriores a la reproducción mecánica.
Después, al reencontrarla en las descripciones de Proust, pensamos que el tiempo había perdonado la extraña belleza de la servidora, ángel de su guarda y de su muerte: "El agua corría tras la transparencia opalina de su piel azulada. Sonreía al sol y se tornaba todavía más azul. En esos momentos era verdaderamente Céleste". (Sodoma y Gomorra).
Su condición de iletrada no le impidió dialogar con él, al contrario, le resultó una fuente enriquecedora por su parla extravagante y, por qué no, por su capacidad de adular al genio con una retórica barroca. Usaba el nombre ¡Moliere! (¿payaso?) sin saber de quién se trataba sino como un epíteto para desalentar lo que le parecía exagerada modestia de su amo.
La persona de servicio se convirtió en actriz principal de la comedia proustiana, fue una sombra permanente y vivaz, accedió con sobrado mérito a la condición de personaje inmortal de la literatura.
A punto de despedirnos, hubo un secreteo entre los visitantes: ¿Le damos propina? ¿Se ofenderá? ¿Cuánto le damos? Ofenderse, no creo... Mejor le damos. ¿Y quién se ocupa? A mí me da calor...
Reunimos discretamente los billetes, mientras Céleste se distraía en la contemplación de un bibelot. El designado por mayoría para entregar el óbolo fue Pepe:-Pero ¿y cómo le digo? -No sé, pensá.- No se me ocurre. -Vamos, coraje.
Entonces Pepe, después de hacer un ademán tan amplio hacia la ventana, que abarcaba jardines, campos, elíseos y de los otros, montes y serranías, tiempos perdidos y recobrados, posó los francos dobladitos en la palma de Céleste, diciendo, en lo que resultó en francés un perfecto verso alejandrino:
-Acepte usted, señora, para los pajaritos...
Por María Elena Walsh © La Nación ( Buenos Aires, Argentina)



viernes, 8 de noviembre de 2013

JULIO SOSA, un macho oriental con olor a limpio y con gusto a muerte...


Julio María Sosa Venturini nació en Las Piedras, el 2 de febrero de 1926, en el seno de un hogar muy pobre y humilde, donde faltaban muchas cosas menos cariño y amor. Gente honrada y trabajadora. Don Luciano Sosa, el padre, era peón de campo y su madre, Doña Ana María Venturini, lavandera.

En Las Piedras hizo la escuela primaria con ciertas intermitencias, ya que la precariedad económica de la familia lo obligó a trabajar desde niño, realizando distintas actividades, fue: lustrabotas, repartidor de farmacia, vendedor de rifas, canillita, podador municipal de árboles, lavador de vagones, guarda y cobrador. Llegando en su adolescencia a ser marinero de segunda en la Aviación Naval, carrera en la que duró muy poco al no resistir su espíritu libre y la severidad requerida.
Todo lo realizado para ganarse la vida no le impidió a Julio Sosa dedicar cada momento libre a su verdadera vocación: el tango.

En 1942, comenzó a recorrer cafés y boliches cantando como aficionado, entre ellos: "Luces del Canelón Chico", de Montevideo.
Tras ganar un concurso se inicia como vocalista en la orquesta de Carlos Gilardoni, pero formara también parte de las agrupaciones de Epifanio Chiarín, Hugo Di Carlo, Edelmiro "Toto" da Mario y Luis Carusso entre otros.

Buenos Aires, el comienzo del triunfo
El paso siguiente era ir a la “reina del plata”; cruzar el charco y llegar a Buenos Aires.
Y así fue, el 15 de junio de 1949, con 23 años, Julio Sosa llegó a Buenos Aires en el vapor de la carrera.
Tomó un taxi con un papel en la mano, con una dirección que traía desde Montevideo como único contacto.
El taxista, dice la leyenda, conmovido por las historias del joven que venía a triunfar, lo llevó, sin cobrarle el viaje, a distintos lugares de tango donde eventualmente le podía salir algún trabajito.
Años más tarde, cuando Julio ya era una estrella, hizo una llamada por la televisión pidiendo que aquel taximetrista se presentara, quería volver a verlo y agradecerle. Nunca se presentó nadie.
Como es leyenda, tal vez fue su ángel de la guarda.

En Buenos Aires el éxito no tardó en llegar. Integró distintas orquestas, recorriendo radios, fiestas, bailes. Cantó inicialmente en el café Los Andes, en la Chacarita, y al poco tiempo se integró a la orquesta de Enrique Mario Franzini y Armando Pontier, realizando con ellos su primera presentación oficial el 1° de abril de 1949, en la boite Picadilly de la Avenida Corrientes.
Desde ese momento se va a ir consolidando su situación económica y comenzó a grabar; había nacido una estrella.

En 1953 lo encontramos integrando la orquesta de Francisco Rotundo.
Realizaba con ellos versiones memorables para audiciones radiales y presentaciones en vivo por toda Buenos Aires.

Cambalache lo corona rey
En 1955, el año de la autoproclamada “Revolución Libertadora” que sacó a Perón del poder, se incorporó a la orquesta de Pontier, ya alejado de Franzini, con quien va a grabar un clásico: "Cambalache". Se ha dicho que es la mejor versión de este clásico existente.
En 1958 se independiza, y bajo la dirección y los arreglos del bandoneonista Leopoldo Federico, forma su propia agrupación con la cual se luce día a día y con la que desde 1961 se convertirá en la gran estrella tanguera del sello Columbia. El tango venía en baja para la multinacional discográfica  y Sosa lo reactivó de manera espectacular. Este dato no pasó desapercibido a sus directivos.

Julio versus El Club del Clan
Tiene, del otro lado, enfrentados,  a un grupo que era un éxito fenomenal entre los jóvenes ya no sólo de Argentina sino de media América del Sur en ese momento, El Club del Clan, sin embargo él se impone.
Producto absolutamente comercial y exitoso si los hubo, el grupo de jóvenes liderado por Palito Ortega, Violeta Rivas y Johnny Tedesco no quiso dejar de lado al tango y le puso como “competencia” a un pibe de nombre Néstor Fabián.
Julio Sosa se lo comió crudo, era imposible competirle en ese tiempo.
Su popularidad era transversal a todas las edades. Y el apoyo de la Columbia,  que lo protegía como su estrella más vendedora,  también hizo lo suyo al darle, como a pocos del ambiente del tango, un destaque promocional de niveles superiores.

Es por esos años que el periodista argentino Ricardo Gaspari lo bautizó como "el varón del tango", apodo con el cual se le conocerá desde entonces.
Será así el último cantor a la vieja usanza, de carácter extrovertido, fuerte temperamento, registros graves y gran capacidad de adaptarse al humor o al drama, desarrollando un estilo inconfundible que va a cosechar multitud de seguidores.
Julio Sosa contó con muchas de las canciones del repertorio de Carlos Gardel, pero las adaptó notablemente a su estilo, rescatando el típico personaje de tango, el macho de los suburbios que sufre y se aguanta con melancolía, con honor y por qué no en el caso de Julio, con mucha poesía.
En 1960 edita su único libro de poemas: Dos horas antes del alba que mucho tiempo después (2009) se convertiría en un CD grabado por el actor Luis Brandoni.

En el 64 saltó al cine con una película de Hugo Del Carril, Buenas noches, Buenos Aires, donde interpreta "El Firulete" mientras  baila con la legendaria Beba Bidart. Fue su única participación en este medio. No era actor, era cantor.

De lo que no se habla
En su vida privada, de la que jamás se habla entre sus seguidores, se  casó muy joven (a los 16 años)  con Aída Acosta,  de quien se separaría en 1940. En 1948 se volvió a casar, esta vez con Edith Ulfed naciendo de esta unión su única hija, Ana María, nacida el 14 de agosto de 1952.
Se volvió a separar,  para unirse en junio de 1959 a Beba (Susana)  Merighi quien le acompañará hasta el fin de su vida y de quien dijo “es la compañera de mis éxitos y de mis amarguras”.
Sus relaciones amorosas fueron tormentosas, temperamentales , tal vez... y hoy serían calificadas como violentas, pero su personalidad de "macho recio" a la usanza de esos años,  se imponía también fuera del escenario. 
Así lo aceptaron sus seguidores en tiempos en que la farándula no se interesaba por la vida personal de los artistas, como hoy.

La muerte, esa implacable,  y el comienzo de la leyenda
Fanático con locura de los automóviles y la velocidad, Julio Sosa sufrió accidentes con resultados variados, hasta que llegamos a la madrugada del 25 de noviembre de 1964, a la esquina de Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla, en el porteño barrio de Palermo, donde con su auto DKW rojo embiste una baliza de señalización. Fue internado con un cuadro irreversible.
Falleció el 26 de noviembre a las 9:30 de la mañana. Julio tenía entonces 38 años y estaba en la cumbre de su fama.

La masiva concurrencia al velatorio del varón del tango forzó que la despedida terminara en el Luna Park, lugar legendario por el que también pasaron los restos de Carlos Gardel. Para el anecdotario y la leyenda, apenas 2 días antes de su muerte, en una radio bonaerense había interpretado ‘La Gayola’, que en una parte de la letra dice: “pa' que no me falten flores cuando esté ya en el cajón".

Fue llorado por dos pueblos: el argentino y el uruguayo. Siendo una verdadera insignia de la historia del tango, su voz; esa voz que permanece perfecta, presente y vital en las grabaciones y los corazones de los que lo conocieron en su esplendor ó quienes lo están descubriendo con asombro, porque Julio, 49 años después de su partida de este mundo,  como a "El Mago" se le pueda decir sin temor que “cada día canta mejor”.


El poeta
Su libro de poemas DOS HORAS ANTES DEL ALBA se agotó en los días siguientes a su muerte y no ha sido reeditado en papel. Hoy se encuentra fácilmente en formato digital en varias páginas web desde donde puede descargarse gratuitamente en su totalidad.
Aquí uno de sus poemas más conocidos:

SOLEDAD

Hoy el sol ha golpeado con sus cálidos dedos
los cristales opacos de mi vieja ventana.
Dos gotas temblorosas del nocturno rocío
desde el vidrio me miran en la tibia mañana.

Todo es luz y alegría, y color y sonido,
todo es vida en el campo. Precursora de estío
primavera ha llegado con dorados pinceles
decorando las flores, alegrando los nidos.
Derraman los panales el amor de sus mieles
que acechan cautelosos zagales escondidos.

Vuela rauda una alondra transportando en el pico
la razón de su vida hacia el verde follaje
y vibrando hacia el cielo su invisible cordaje
se oye grave y sonora la garganta del río.

Dos cachorros lebreles se disputan la presa
matizando la lucha con viriles gruñidos
todo es luz y alegría y color y sonido,
Primavera ha llegado y al entrar en mi pieza
se detuvo indecisa; la ahuyentó mi tristeza.

Más allá de mi puerta ya no hay más flores mustias.
Primavera ha llegado pero entrar no ha querido
porque ha visto, en mi angustia, que tú ya te habías ido...


Copyright © EM

viernes, 1 de noviembre de 2013

Dandys eran los de antes



Hace unos meses compré en Buenos Aires “Del dandismo y de George Brummell” de B. D´Aurevilly editado por Amadeo Mandarino Editorial, un libro publicado originalmente en 1845.
A.Mandarino es una editorial pequeña de hermosos libros de difícil o imposible acceso en tiempos presentes y esta no es una excepción. Curiosamente,  el nombre remite a un cantor de tango con quien no tiene relación alguna.
Pensé entonces escribir sobre Brummell quien es protagonista de  por lo menos dos películas que lo tienen en su título: “El hermoso Brummell” (1951) dirigida por Julio Saraceni con Fidel Pintos y Delfy de Ortega y la célebre “Beau Brummell” (1954)dirigida por Curtis Bernhardt con un elenco que incluye a Stewart Granger, Elizabeth Taylor, Peter Ustinov y Robert Morley,  pero no vi ninguna de las dos... por lo que busqué material sobre el dandismo y me encontré con una catarata de libros y artículos que, para mi sorpresa, tenían personajes apasionantes.
Hace pocos días el argentino Alan Pauls publicó el La Nación un artículo sobre la reciente aparición, por parte de la editorial Mardulce,  de “El gran libro del Dandismo” que recopila tres libros debidos a Honoré de Balzac, Charles Baudelaire y el ya mencionado de  Jules Barbey d'Aurevilly  en un solo tomo y con prólogo del propio Pauls. 
¿Están de moda estos escritos olvidados por más de un siglo? ¿Por qué?

La aparición de Boniface
Es así que Brummell me interesó menos que Boniface de Castellane un personaje sobre el que increíblemente no se ha filmado nada y del que poco o nada sabemos.
Hoy no podría existir una persona así. 
Y si existen,  llevarían otro apelativo,  por cierto nada agradable.
Que nadie venga con lo de metrosexual porque es MUY distinto a ser un “Dandy” y a no confundirlo con alguien que cuida su estética hasta niveles sorprendentes o de una elegancia que marca tendencia,  porque ser un Dandy requería, aparte de todo eso, no hacer absolutamente nada en la vida,  más que gastar fortunas en su propio acicalamiento o estilo de vida, ser irracional en la razón, bastante atrevido e individualista en extremo, todos atributos (?) que hoy son políticamente incorrectos al máximo.

Dandys eran los de antes
Los dandys se terminaron hace tiempo,  aunque conozcamos a hombres que han pasado sus vidas sin trabajar y viviendo de fortunas familiares pasadas o de señoras (o señores) en tempo presente,  que son sus protectoras/es.
No resisto en transcribir un párrafo del libro de D´Aurevilly “¿Qué hace el Dandy cuando se levanta temprano por la tarde? ¿Se complace en su belleza y contempla las verdades eternas? ¿Liderará las barricadas para protestar por nuestra vulgar, burguesa, consumista sociedad? ¿Suspira por los días en que los hombres vestían bombachos y medias de seda? NO, el verdadero Dandy no hace ninguna de esas cosas.”.
“El Dandy se dirige a su cuarto de baño y se asea, afeita, cepilla sus dientes  y coloca en su lugar cualquier pelo despeinado. Entonces se adorna examinando cualquier detalle en el espejo- el nudo de la corbata, el brillo de sus zapatos, el efecto de su pañuelo del bolsillo, la precisión de la caída de sus pantalones, la flor de su boutonniere, la armonía y el equilibrio de todos los componentes de su aspecto-hasta que decide que está bien. Cuando finalmente sale de su casa horas después, no es un habitual de los salones, la ópera, el teatro, los museos, las salas de conciertos, los casinos, los restaurantes o los clubes a los que puede o no legar, sino de su sastre o zapatero”.

Boni
Marie Ernest Paul Boniface, conde de Castellane-Novejean fue un Dandy que vivió entre 1867 y 1932.
En momentos en que su lustroso linaje ya no le daba rédito alguno se casó con la norteamericana Anna Gould muy poco agraciada hija del multimillonario Jay Gould, apodado “el rey del ferrocarril”, tuvo tres hijos con ella, la engañó hasta el cansancio, despreció a la mismísima Bella Otero ( a quien incluso llegó a sacarle dinero...) y dedicó su tiempo a vivir lo mejor que pudo.

Del estrellato a la caída
Entre otras cosas convenció a Anna de construir el mítico “Palacio Rosa” de la Avenida Foch inspirado en el Grand Trianon de Versailles y que costó la inimaginable suma de 50 millones de francos de entonces (que papá Gould pagó por  pedido de su hija…).
Se compró un yate con una tripulación de 90 hombres, el "Walhalla". 
También  el castillo du Marais y el castillo de Grignan en la Provenza.
Todo pagaba el rey de los ferrocarriles y suegro de Boni.
Pero un día  de 1906 Anna, cansada hasta el hartazgo de su marido,  lo dejó. 
Fue de golpe MUY duro y Boni quedó  sin un franco, dado que papá Gould,  junto a sus mejores abogados,  logró el divorcio de su hija rápidamente dejando  sin dinero alguno por el tiempo juntos para el celebre dandy,  quien no tenla un solo franco para contraatacar legalmente.
Ella se casó entonces con un primo de Boni, el duque de Talleyrand- Périgord. 
Los títulos se cotizaban muy bien entonces entre las norteamericanas multimillonarias…
Luego del divorcio, escribió dos libros de memorias: “Como descubrí América” y “El Arte de ser pobre”.
Una maravilla de título el segundo.
Y como el Dandy no se amilana, con 39 años cumplidos,  debió aprender a trabajar…
Primero fue cronista mundano de  diarios, luego devino anticuario,  y vaya si sabía de antigüedades caras (!) 
Siempre con elegancia y espíritu jovial, aunque su vestuario fue mermando de manera notoria al poco tiempo. Con la ropa gastada, seguía fingiendo una elegancia que lo abandonaba a pasos agigantados.
A estas alturas, ya era insostenible que Boni siguiera siendo considerado el “hombre más hermoso del mundo” como lo calificaron -años antes- varios cronistas sociales. Los gustos estéticos cambian de modo radical en cuestión de pocos años…
Murió pobre,  en 1932,  pero con elegancia, al menos eso dicen las crónicas…
Copyright © EM




Boni de Castellane en su esplendor, Paris c. 1900
Postal coloreada a mano y autografiada por el propio Boni.