viernes, 15 de noviembre de 2013

Marcel Proust,  en una tarde gris…


Hace un año que se cumplieron 100 años desde que el primer tomo de “Du côté de chez Swann” -comienzo de “Á la recherche du temps perdu”- estuviera impreso y listo para su venta.
Edición a cargo de su autor (que gastó- en cifras de hoy- el equivalente a unos 9.000 euros de su bolsillo) luego del acuerdo con Bernard Grasset (editor)  dado que no consiguió que ninguna de las muchas editoriales a las que acudió con el manuscrito se interesaran por esta novela. 
Con los tomos siguientes llegaría a más de 3000 páginas sumadas. 
Luego de este comienzo, las editoriales se dieron cuenta del error de juicio ante una obra que se convertiría, con el paso de los años,  en fundamental  para la literatura universal.
Para mucha gente fue la que marcó el verdadero comienzo del siglo XX. 
Era el 14 de Noviembre de 1913.

Descubrí a Marcel Proust tardíamente en mi vida. 

Creo igualmente, que llegó en el momento adecuado.  Hace ya unos años cuando comencé a asomarme a la “Recherche…” descubrí asombrado lo que seguramente miles o millones habían descubierto antes, que el mundo fascinante que nos propone hasta en sus más mínimos detalles puede seducirnos- o agobiarnos-  pero siempre como una experiencia de vida que ya nunca podremos quitar de nosotros.

Proust, y el cine. Visconti y Greta Garbo

Curiosamente, el personaje de Proust y su obra han sido llevados en contadísimas ocasiones al cine.
Haciendo una lista rápida encontramos: Celeste(1981) de Percy Adlon- naturalmente sobre Celeste Albaret la legendaria empleada/ cuidadora/ imprescindible de Marcel- que no fue estrenada comercialmente en Montevideo ( si la encuentran en la Web NO perderla, es un gran film!) ; El amor de Swan(1983) de Volker Schlondorff que sí se estrenó; “El tiempo recobrado (1999) de Raoul Ruiz que también se estrenó – y por cierto la que mejor retrata el mundo proustiano si uno leyó antes al autor- ; y La cautiva (2000) de Chantal Akerman sobre “La prisionera” trasladada al tiempo presente,  que tampoco se vio por nuestras salas.
Muy poco para semejante autor y personaje.
Son parte de la leyenda los proyectos que quedaron en el camino. Tal vez el más esperado por años y años fue el de Luchino Visconti (que había leído la adaptación de René Clement) y que el maestro italiano pensaba centrar en “Sodoma y Gomorra”.

 Incluso se llegó a mencionar allí el regreso al cine de Greta Garbo como la duquesa de Guermantes. No pudo ser. Garbo siguió recluida, pese a testimonios que dicen que estaba encantada con la idea..

Se habló entonces de otro posible elenco que manejaba Visconti: Alain Delon (Marcel), Silvana Mangano (duquesa de Guermantes), Marlon Brando o Laurence Olivier (Charlus), Annie Girardot o Delphine Seyrig (madame Verdurin), Charlotte Rampling (Albertine) y hasta Brigitte Bardot (Odette).  Era Julio de 1971 y coincidiría con el centenario del nacimiento de Proust.
Nunca se hizo.
Pero hay más, Joseph Losey trabajó bastante en un proyecto que llegó a anunciarse en 1975 con otro elenco grandioso que incluía también a Silvana Mangano como la duquesa de Guermantes, y a Dirk Bogarde (Swan), Helmut Berger (Morel), María Callas (reina de Nápoles) y Jeanne Moreau como madame Verdurin . Tampoco se filmó.
La traslación al cine de la “Recherche…” es una tarea titánica que necesita de verdaderos talentos, de allí la valentía del chileno Raúl Ruiz (autobautizado Raoul) con su película de 1999 de la que sale más que airoso. Pero Raoul murió en 2011 y todos sus proyectos proustianos (que los tenía) obviamente, quedaron truncos.

Las biografías

Me he dedicado también en estos años a leer cuanta biografía sobre Proust  ha caído en mis manos.
Comencé con la de George Painter,  que pese a su fama no me apasionó, seguí con mi preferida,  la de Ghislein de Diesbach que a muchos horrorizó, continué con la breve e interesante de Edmund White  y por último llegué a la de André Maurois que denota el paso del tiempo.
Me queda en el debe la que es considerada como la mejor escrita hasta el momento- la de Jean Yves Tadié- que nunca encontré.
Cada vez me apasiona más la persona  Proust.
Con sus luces y- sobre todo- sus sombras.
Y desde hace tiempo me pregunto qué hubiera pasado si en su época-tan cercana a nosotros en términos históricos- lo hubiesen medicado con la parafernalia farmacéutica que hoy tenemos. ¿Su obra sería la misma? Sin duda no.
En 1917, escribió Colette- que no lo quería nada- “Marcel estaba muy enfermo, pesaba poco más de 45 kilos y rara vez salía de su habitación tapizada de corcho. Se había convertido en un mártir del arte. Lo vi durante la Gran Guerra en el Hotel Ritz junto a algunos amigos. No paraba de hablar, se esforzaba en mostrarse alegre. A causa del frío, y tras disculparse, se calaba su sombrero de copa inclinado hacia atrás y el flequillo, semejante a un abanico, le cubría las cejas: Vestía uniforme de gala, pero desarreglado por el viento. Su cara parecía espolvoreada de ceniza gris, las cuencas oculares y su boca denotaban que ya había sido reclutado por la muerte…”.

Una tarde en Paris

En diciembre de 2001 visité,   en el Museo Carnavalet  de Paris,  la exposición Au temps de  Marcel Proust: La collection de Francois-Gérard Seligmann  que recibía a los visitantes con el célebre retrato de Proust pintado por Jacques Émil Blanche en 1892 y que incluía nada menos que el dormitorio completo del escritor donado al Museo por Odile Gévaudan,  hija de Celeste Albaret.
Mi compañera,  Alejandra Casablanca se había ido al Museo Picasso a pocas cuadras del Carnavalet,  porque quiso que mi experiencia proustiana la hiciera en soledad.
Una llovizna tenue caía sobre París esa tarde que muy lentamente se iba haciendo noche.
Había poca gente visitando la exposición por lo que tuve la posibilidad de estar algún momento solo mirándolo todo. Respirando el aire de aquellas salas donde había desde manuscritos a cuadros que habían estado en las paredes de Marcel, alguna ropa, sus plumas con restos de tinta o su propia cama…
En ese momento creo que comprendí realmente aquello de la magdalena en una taza de té y me sentí irremediablemente feliz en la nostalgia como pocas veces antes y como nunca después…
Copyright © EM

Curiosa foto de Marcel Prout sonriendo ,  c.1891 en Paris.


Proust escuchando con audífonos  c.1907
Proust joven c.1906

El famoso retrato de Blanche


Marcel con dos amigos en una foto que su madre detestaba por "evidente" c1898
Proust trabajando en su legendaria cama c. 1912
Foto tomada el 20 de Noviembre de 1922 en su lecho de muerte
Tumba de marcel Proust en el Ce,enterio de Pére Lachaisse 1972

María Elena Walsh publicó en La Nación de Buenos Aires el 4/6/1997 la siguiente crónica que fue luego integrada por su autora a sus memorias “Fantasmas en el parque” (2008), libro- inexplicablemente- NO editado en Montevideo. Por su valor testimonial y los personajes en ella involucrados,  es un honor poder compartirla en su totalidad.

La guardiana de Proust



En esta deliciosa y divertida crónica de una visita al museo Ravel en Montfort l`Amaury, se evoca a una figura legendaria en el mundo literario, la de Céleste Albaret, famosa ama de llaves del autor de En busca del tiempo perdido y cuidadora, años más tarde, en la casita del compositor de Bolero.
En París, hace ¿cuántos años? Los recuerdos animan un museo fantasmal, las fechas se desvalorizan. Sólo queda la sonrisa pendiente cuando el gato de Chesire se esfumó, un cambiante decorado onírico. Por eso nos hechiza la reconstrucción, la imaginación tan tramposa como verosímil de Marcel Proust. Y le agradecemos que no nos abrume con la fórmula: "Corría el año de l9...."
A propósito de una carta publicada en el Correo de Lectores de este diario, que suscitó una avalancha de respuestas, supimos que había entre nosotros muchos adherentes a Proust, que no figuran en ninguna estadística. Ese descubrimiento estimula a contar para este auditorio (o "lectorio") dominical uno de esos recuerdos que la abuela suponía que no interesaban a nadie.
Como les decía, una vez, en París, con mis amigos María H. y Pepe F., decidimos emprender una excursión a Montfort l`Amaury, para visitar la casa de Maurice Ravel. La cuidadora era una tal Céleste, personaje real y literario de Marcel Proust.
Confieso sin vergüenza que Proust nos importaba poco. Leído en la adolescencia, sólo llegamos a curiosear Por el Camino de Swann en la muy castiza versión de Pedro Salinas, y tanta minucia nos había agobiado. Sin duda es lectura para la madurez, y algunos adquirimos tarde la adicción de internarnos periódicamente en esa crónica del Tiempo Perdido.
Aquel día iríamos tras las huellas del venerado Ravel, tras los ecos de su música frecuentada con fervor en unos famosos conciertos matinales en el Teatro Colón. Y en humildes "wincos" adquiridos con sacrificio, como fuimos adquiriendo más tarde el conocimiento de la lengua francesa.
El día señalado, muy temprano, sonó el teléfono en el hotelito de Saint Germain. ¿Quién podía ser sino el ubicuo Angel R.? Era inútil rastrearlo por el mundo, las cartas lo desencontraban, pero cada vez que uno llegaba a alguna ciudad del planeta, el pensador uruguayo aparecía por arte de magia.
Angel Rama, sí, el crítico literario de izquierda, profesor en cuanta Universidad existiera, animador de congresos y tertulias, inolvidable roedor de escrituras y cultivador de amistades.
Esta es la modesta reseña de ese día, según la preserva mi desvaída "memoria involuntaria": se desvaneció el gato y sólo queda su sonrisa.
-Angel ¿querés ir a Montfort l`Amaury?
-¡Ta, vamos!
En el tren, Angel acomodó sobre el respaldo del asiento delantero sus descomunales zapatones, hechos a escalar casas sin ascensor y cuestas de bohemia parisiense. Atrás de esas suelas, la mirada loca, la sonrisa enorme y los rulos rubiones que emergían de las solapas levantadas.
La charla nos hizo olvidar por una hora el motivo del viaje. Entre carcajadas más jóvenes que nosotros, llegamos a uno de esos tristes pueblos franceses de pura piedra, entonces ajenos a la industria del turismo cholulo. En la estación, una flecha indicaba un kilómetro de marcha, bajo la llovizna, por un sendero ¿de espinos? Fue entonces cuando Angel pronunció su célebre pregunta: -Pero ¿dónde vamos a almorzar?
-En cualquier parte, más tarde. No sabemos.
-¿Cómo que no saben? ¿No me invitaron a "morfar a Lamorisse"?
Aclaramos el malentendido telefónico, que nos dio la oportunidad de tratar al profesor Rama de bruto, materialista y hortera, según el tono festivo del grupo. Empapándonos alegremente, Pepe le informó que conoceríamos la casa de Ravel, y a su cuidadora Céleste...
_ ¿Qué Céleste?- preguntó Angel, desorbitado.
Pepe F. pronunció Al-ba-ret y aclaró que debíamos ser discretos, porque sabía de buena fuente que Mme. Céleste no toleraba que le hicieran preguntas sobre Proust.
Llamamos a la puerta del chalecito, y nos abrió una severa dama de lentes, con un vestido azul generosamente escotado sobre una piel de blancura extraterrestre. Era la imagen de la dignidad, de mirada sagaz, un cutis de extraña transparencia, la sonrisa hasta ahí nomás.
-¡Zas! Esta parece Arletty preparándose para Fedra- murmuró María H., atenta, profesional y humanamente, a las sagradas formas de la representación.
Apenas traspuesto el umbral y pronunciados los saludos, la dama nos estaba contando, en un francés exquisito, algunas peculiaridades del Sr. Proust.
-El me aceptó porque yo de entrada lo traté en tercera persona, y así lo hice toda la vida. No soportaba la incorrección en el lenguaje ni la excesiva familiaridad en el trato.
Tardamos bastante en encontrar una pausa que permitiera a María H. preguntar, con aires de marquesa: -¿Podríamos ver el piano del señor Ravel, Madame?
Céleste disimuló un gesto de resignación y nos escoltó a la salita de trabajo, con el piano de media cola y algunas partituras. Era todo austero y en pequeña escala. La ventana daba a un jardín pobretón que la dama señaló con estas palabras: -Al señor Ravel le gustaba el campo...
-¿A este potrero le llaman campo los franceses?- murmuró Rama, con el desdén de un Verdurin gauchesco.
Céleste, con ademanes de oficiante, nos guió al comedor, describió las sillas talladas por Ravel con motivos inspirados en las ánforas griegas. Después al dormitorio, con la camita exigua, sus fotos, figurines y libros. Las visitas estaban conmovidas por el modesto santuario silencioso, el fantasma de su habitante y la solemne guía.
Sólo Angel se atrevía a escrutar a Céleste. Ella, que no tenía la menor gana de referirse a Ravel, quizás porque Proust (según creo) no menciona su música, o porque a ella le parecía un asteroide, respondió a esa curiosidad volviendo a evocar a Monsieur Marcel, sus gustos, sus manías, su encanto, su estatura imponente, (Ravel era petiso), su distinción, sus enfermedades, su exquisitez, sus bromas.
-¡Pues naturalmente, el señor Proust amaba la música!- se indignó ante la pregunta. -Tanto, que algunas noches, después de un concierto, invitaba a los músicos a tocar en su casa, para él solo. Parecía caer en trance ¿entienden?
Cuenta un músico que una vez Proust invitó al conjunto Gastón Poulet a interpretar en su casa el Cuarteto en Re Mayor de César Franck... inmediatamente después de haberlo escuchado en un concierto. Los ejecutantes se acomodaron como pudieron en el salón mal iluminado, que apestaba a pebeteros y sahumerios, y lo tocaron. El señor pidió bis... del cuarteto entero. Los músicos, rendidos y casi al amanecer, aceptaron una colación que ofrecía su servidora. Céleste, según el violista Massis, era una bella muchacha rubia, alta, vestida de negro, con cuello y puños de abundante puntilla blanca, verdadera aparición del tiempo de Carlos IX.
En la época de nuestra irrupción en Montfort l`Amaury, la mítica dama estaba guardada, y sin duda era fuerte su necesidad de relatar el tema obsesivo. Más tarde, en 1973, publicó un libro, (Monsieur Proust, recuerdos recogidos por George Belmont), y la televisión la descubrió como reliquia viviente.
No éramos gente de andar con grabadores ni cámaras, no fuimos ladrones fetichistas. Por otra parte, salvo Angel, ignorábamos la importancia de la ex ama de llaves. Y su largo monólogo y su imagen se suspendieron, como si hubiera sido uno más entre los tantos seres anteriores a la reproducción mecánica.
Después, al reencontrarla en las descripciones de Proust, pensamos que el tiempo había perdonado la extraña belleza de la servidora, ángel de su guarda y de su muerte: "El agua corría tras la transparencia opalina de su piel azulada. Sonreía al sol y se tornaba todavía más azul. En esos momentos era verdaderamente Céleste". (Sodoma y Gomorra).
Su condición de iletrada no le impidió dialogar con él, al contrario, le resultó una fuente enriquecedora por su parla extravagante y, por qué no, por su capacidad de adular al genio con una retórica barroca. Usaba el nombre ¡Moliere! (¿payaso?) sin saber de quién se trataba sino como un epíteto para desalentar lo que le parecía exagerada modestia de su amo.
La persona de servicio se convirtió en actriz principal de la comedia proustiana, fue una sombra permanente y vivaz, accedió con sobrado mérito a la condición de personaje inmortal de la literatura.
A punto de despedirnos, hubo un secreteo entre los visitantes: ¿Le damos propina? ¿Se ofenderá? ¿Cuánto le damos? Ofenderse, no creo... Mejor le damos. ¿Y quién se ocupa? A mí me da calor...
Reunimos discretamente los billetes, mientras Céleste se distraía en la contemplación de un bibelot. El designado por mayoría para entregar el óbolo fue Pepe:-Pero ¿y cómo le digo? -No sé, pensá.- No se me ocurre. -Vamos, coraje.
Entonces Pepe, después de hacer un ademán tan amplio hacia la ventana, que abarcaba jardines, campos, elíseos y de los otros, montes y serranías, tiempos perdidos y recobrados, posó los francos dobladitos en la palma de Céleste, diciendo, en lo que resultó en francés un perfecto verso alejandrino:
-Acepte usted, señora, para los pajaritos...
Por María Elena Walsh © La Nación ( Buenos Aires, Argentina)



viernes, 8 de noviembre de 2013

JULIO SOSA, un macho oriental con olor a limpio y con gusto a muerte...


Julio María Sosa Venturini nació en Las Piedras, el 2 de febrero de 1926, en el seno de un hogar muy pobre y humilde, donde faltaban muchas cosas menos cariño y amor. Gente honrada y trabajadora. Don Luciano Sosa, el padre, era peón de campo y su madre, Doña Ana María Venturini, lavandera.

En Las Piedras hizo la escuela primaria con ciertas intermitencias, ya que la precariedad económica de la familia lo obligó a trabajar desde niño, realizando distintas actividades, fue: lustrabotas, repartidor de farmacia, vendedor de rifas, canillita, podador municipal de árboles, lavador de vagones, guarda y cobrador. Llegando en su adolescencia a ser marinero de segunda en la Aviación Naval, carrera en la que duró muy poco al no resistir su espíritu libre y la severidad requerida.
Todo lo realizado para ganarse la vida no le impidió a Julio Sosa dedicar cada momento libre a su verdadera vocación: el tango.

En 1942, comenzó a recorrer cafés y boliches cantando como aficionado, entre ellos: "Luces del Canelón Chico", de Montevideo.
Tras ganar un concurso se inicia como vocalista en la orquesta de Carlos Gilardoni, pero formara también parte de las agrupaciones de Epifanio Chiarín, Hugo Di Carlo, Edelmiro "Toto" da Mario y Luis Carusso entre otros.

Buenos Aires, el comienzo del triunfo
El paso siguiente era ir a la “reina del plata”; cruzar el charco y llegar a Buenos Aires.
Y así fue, el 15 de junio de 1949, con 23 años, Julio Sosa llegó a Buenos Aires en el vapor de la carrera.
Tomó un taxi con un papel en la mano, con una dirección que traía desde Montevideo como único contacto.
El taxista, dice la leyenda, conmovido por las historias del joven que venía a triunfar, lo llevó, sin cobrarle el viaje, a distintos lugares de tango donde eventualmente le podía salir algún trabajito.
Años más tarde, cuando Julio ya era una estrella, hizo una llamada por la televisión pidiendo que aquel taximetrista se presentara, quería volver a verlo y agradecerle. Nunca se presentó nadie.
Como es leyenda, tal vez fue su ángel de la guarda.

En Buenos Aires el éxito no tardó en llegar. Integró distintas orquestas, recorriendo radios, fiestas, bailes. Cantó inicialmente en el café Los Andes, en la Chacarita, y al poco tiempo se integró a la orquesta de Enrique Mario Franzini y Armando Pontier, realizando con ellos su primera presentación oficial el 1° de abril de 1949, en la boite Picadilly de la Avenida Corrientes.
Desde ese momento se va a ir consolidando su situación económica y comenzó a grabar; había nacido una estrella.

En 1953 lo encontramos integrando la orquesta de Francisco Rotundo.
Realizaba con ellos versiones memorables para audiciones radiales y presentaciones en vivo por toda Buenos Aires.

Cambalache lo corona rey
En 1955, el año de la autoproclamada “Revolución Libertadora” que sacó a Perón del poder, se incorporó a la orquesta de Pontier, ya alejado de Franzini, con quien va a grabar un clásico: "Cambalache". Se ha dicho que es la mejor versión de este clásico existente.
En 1958 se independiza, y bajo la dirección y los arreglos del bandoneonista Leopoldo Federico, forma su propia agrupación con la cual se luce día a día y con la que desde 1961 se convertirá en la gran estrella tanguera del sello Columbia. El tango venía en baja para la multinacional discográfica  y Sosa lo reactivó de manera espectacular. Este dato no pasó desapercibido a sus directivos.

Julio versus El Club del Clan
Tiene, del otro lado, enfrentados,  a un grupo que era un éxito fenomenal entre los jóvenes ya no sólo de Argentina sino de media América del Sur en ese momento, El Club del Clan, sin embargo él se impone.
Producto absolutamente comercial y exitoso si los hubo, el grupo de jóvenes liderado por Palito Ortega, Violeta Rivas y Johnny Tedesco no quiso dejar de lado al tango y le puso como “competencia” a un pibe de nombre Néstor Fabián.
Julio Sosa se lo comió crudo, era imposible competirle en ese tiempo.
Su popularidad era transversal a todas las edades. Y el apoyo de la Columbia,  que lo protegía como su estrella más vendedora,  también hizo lo suyo al darle, como a pocos del ambiente del tango, un destaque promocional de niveles superiores.

Es por esos años que el periodista argentino Ricardo Gaspari lo bautizó como "el varón del tango", apodo con el cual se le conocerá desde entonces.
Será así el último cantor a la vieja usanza, de carácter extrovertido, fuerte temperamento, registros graves y gran capacidad de adaptarse al humor o al drama, desarrollando un estilo inconfundible que va a cosechar multitud de seguidores.
Julio Sosa contó con muchas de las canciones del repertorio de Carlos Gardel, pero las adaptó notablemente a su estilo, rescatando el típico personaje de tango, el macho de los suburbios que sufre y se aguanta con melancolía, con honor y por qué no en el caso de Julio, con mucha poesía.
En 1960 edita su único libro de poemas: Dos horas antes del alba que mucho tiempo después (2009) se convertiría en un CD grabado por el actor Luis Brandoni.

En el 64 saltó al cine con una película de Hugo Del Carril, Buenas noches, Buenos Aires, donde interpreta "El Firulete" mientras  baila con la legendaria Beba Bidart. Fue su única participación en este medio. No era actor, era cantor.

De lo que no se habla
En su vida privada, de la que jamás se habla entre sus seguidores, se  casó muy joven (a los 16 años)  con Aída Acosta,  de quien se separaría en 1940. En 1948 se volvió a casar, esta vez con Edith Ulfed naciendo de esta unión su única hija, Ana María, nacida el 14 de agosto de 1952.
Se volvió a separar,  para unirse en junio de 1959 a Beba (Susana)  Merighi quien le acompañará hasta el fin de su vida y de quien dijo “es la compañera de mis éxitos y de mis amarguras”.
Sus relaciones amorosas fueron tormentosas, temperamentales , tal vez... y hoy serían calificadas como violentas, pero su personalidad de "macho recio" a la usanza de esos años,  se imponía también fuera del escenario. 
Así lo aceptaron sus seguidores en tiempos en que la farándula no se interesaba por la vida personal de los artistas, como hoy.

La muerte, esa implacable,  y el comienzo de la leyenda
Fanático con locura de los automóviles y la velocidad, Julio Sosa sufrió accidentes con resultados variados, hasta que llegamos a la madrugada del 25 de noviembre de 1964, a la esquina de Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla, en el porteño barrio de Palermo, donde con su auto DKW rojo embiste una baliza de señalización. Fue internado con un cuadro irreversible.
Falleció el 26 de noviembre a las 9:30 de la mañana. Julio tenía entonces 38 años y estaba en la cumbre de su fama.

La masiva concurrencia al velatorio del varón del tango forzó que la despedida terminara en el Luna Park, lugar legendario por el que también pasaron los restos de Carlos Gardel. Para el anecdotario y la leyenda, apenas 2 días antes de su muerte, en una radio bonaerense había interpretado ‘La Gayola’, que en una parte de la letra dice: “pa' que no me falten flores cuando esté ya en el cajón".

Fue llorado por dos pueblos: el argentino y el uruguayo. Siendo una verdadera insignia de la historia del tango, su voz; esa voz que permanece perfecta, presente y vital en las grabaciones y los corazones de los que lo conocieron en su esplendor ó quienes lo están descubriendo con asombro, porque Julio, 49 años después de su partida de este mundo,  como a "El Mago" se le pueda decir sin temor que “cada día canta mejor”.


El poeta
Su libro de poemas DOS HORAS ANTES DEL ALBA se agotó en los días siguientes a su muerte y no ha sido reeditado en papel. Hoy se encuentra fácilmente en formato digital en varias páginas web desde donde puede descargarse gratuitamente en su totalidad.
Aquí uno de sus poemas más conocidos:

SOLEDAD

Hoy el sol ha golpeado con sus cálidos dedos
los cristales opacos de mi vieja ventana.
Dos gotas temblorosas del nocturno rocío
desde el vidrio me miran en la tibia mañana.

Todo es luz y alegría, y color y sonido,
todo es vida en el campo. Precursora de estío
primavera ha llegado con dorados pinceles
decorando las flores, alegrando los nidos.
Derraman los panales el amor de sus mieles
que acechan cautelosos zagales escondidos.

Vuela rauda una alondra transportando en el pico
la razón de su vida hacia el verde follaje
y vibrando hacia el cielo su invisible cordaje
se oye grave y sonora la garganta del río.

Dos cachorros lebreles se disputan la presa
matizando la lucha con viriles gruñidos
todo es luz y alegría y color y sonido,
Primavera ha llegado y al entrar en mi pieza
se detuvo indecisa; la ahuyentó mi tristeza.

Más allá de mi puerta ya no hay más flores mustias.
Primavera ha llegado pero entrar no ha querido
porque ha visto, en mi angustia, que tú ya te habías ido...


Copyright © EM

viernes, 1 de noviembre de 2013

Dandys eran los de antes



Hace unos meses compré en Buenos Aires “Del dandismo y de George Brummell” de B. D´Aurevilly editado por Amadeo Mandarino Editorial, un libro publicado originalmente en 1845.
A.Mandarino es una editorial pequeña de hermosos libros de difícil o imposible acceso en tiempos presentes y esta no es una excepción. Curiosamente,  el nombre remite a un cantor de tango con quien no tiene relación alguna.
Pensé entonces escribir sobre Brummell quien es protagonista de  por lo menos dos películas que lo tienen en su título: “El hermoso Brummell” (1951) dirigida por Julio Saraceni con Fidel Pintos y Delfy de Ortega y la célebre “Beau Brummell” (1954)dirigida por Curtis Bernhardt con un elenco que incluye a Stewart Granger, Elizabeth Taylor, Peter Ustinov y Robert Morley,  pero no vi ninguna de las dos... por lo que busqué material sobre el dandismo y me encontré con una catarata de libros y artículos que, para mi sorpresa, tenían personajes apasionantes.
Hace pocos días el argentino Alan Pauls publicó el La Nación un artículo sobre la reciente aparición, por parte de la editorial Mardulce,  de “El gran libro del Dandismo” que recopila tres libros debidos a Honoré de Balzac, Charles Baudelaire y el ya mencionado de  Jules Barbey d'Aurevilly  en un solo tomo y con prólogo del propio Pauls. 
¿Están de moda estos escritos olvidados por más de un siglo? ¿Por qué?

La aparición de Boniface
Es así que Brummell me interesó menos que Boniface de Castellane un personaje sobre el que increíblemente no se ha filmado nada y del que poco o nada sabemos.
Hoy no podría existir una persona así. 
Y si existen,  llevarían otro apelativo,  por cierto nada agradable.
Que nadie venga con lo de metrosexual porque es MUY distinto a ser un “Dandy” y a no confundirlo con alguien que cuida su estética hasta niveles sorprendentes o de una elegancia que marca tendencia,  porque ser un Dandy requería, aparte de todo eso, no hacer absolutamente nada en la vida,  más que gastar fortunas en su propio acicalamiento o estilo de vida, ser irracional en la razón, bastante atrevido e individualista en extremo, todos atributos (?) que hoy son políticamente incorrectos al máximo.

Dandys eran los de antes
Los dandys se terminaron hace tiempo,  aunque conozcamos a hombres que han pasado sus vidas sin trabajar y viviendo de fortunas familiares pasadas o de señoras (o señores) en tempo presente,  que son sus protectoras/es.
No resisto en transcribir un párrafo del libro de D´Aurevilly “¿Qué hace el Dandy cuando se levanta temprano por la tarde? ¿Se complace en su belleza y contempla las verdades eternas? ¿Liderará las barricadas para protestar por nuestra vulgar, burguesa, consumista sociedad? ¿Suspira por los días en que los hombres vestían bombachos y medias de seda? NO, el verdadero Dandy no hace ninguna de esas cosas.”.
“El Dandy se dirige a su cuarto de baño y se asea, afeita, cepilla sus dientes  y coloca en su lugar cualquier pelo despeinado. Entonces se adorna examinando cualquier detalle en el espejo- el nudo de la corbata, el brillo de sus zapatos, el efecto de su pañuelo del bolsillo, la precisión de la caída de sus pantalones, la flor de su boutonniere, la armonía y el equilibrio de todos los componentes de su aspecto-hasta que decide que está bien. Cuando finalmente sale de su casa horas después, no es un habitual de los salones, la ópera, el teatro, los museos, las salas de conciertos, los casinos, los restaurantes o los clubes a los que puede o no legar, sino de su sastre o zapatero”.

Boni
Marie Ernest Paul Boniface, conde de Castellane-Novejean fue un Dandy que vivió entre 1867 y 1932.
En momentos en que su lustroso linaje ya no le daba rédito alguno se casó con la norteamericana Anna Gould muy poco agraciada hija del multimillonario Jay Gould, apodado “el rey del ferrocarril”, tuvo tres hijos con ella, la engañó hasta el cansancio, despreció a la mismísima Bella Otero ( a quien incluso llegó a sacarle dinero...) y dedicó su tiempo a vivir lo mejor que pudo.

Del estrellato a la caída
Entre otras cosas convenció a Anna de construir el mítico “Palacio Rosa” de la Avenida Foch inspirado en el Grand Trianon de Versailles y que costó la inimaginable suma de 50 millones de francos de entonces (que papá Gould pagó por  pedido de su hija…).
Se compró un yate con una tripulación de 90 hombres, el "Walhalla". 
También  el castillo du Marais y el castillo de Grignan en la Provenza.
Todo pagaba el rey de los ferrocarriles y suegro de Boni.
Pero un día  de 1906 Anna, cansada hasta el hartazgo de su marido,  lo dejó. 
Fue de golpe MUY duro y Boni quedó  sin un franco, dado que papá Gould,  junto a sus mejores abogados,  logró el divorcio de su hija rápidamente dejando  sin dinero alguno por el tiempo juntos para el celebre dandy,  quien no tenla un solo franco para contraatacar legalmente.
Ella se casó entonces con un primo de Boni, el duque de Talleyrand- Périgord. 
Los títulos se cotizaban muy bien entonces entre las norteamericanas multimillonarias…
Luego del divorcio, escribió dos libros de memorias: “Como descubrí América” y “El Arte de ser pobre”.
Una maravilla de título el segundo.
Y como el Dandy no se amilana, con 39 años cumplidos,  debió aprender a trabajar…
Primero fue cronista mundano de  diarios, luego devino anticuario,  y vaya si sabía de antigüedades caras (!) 
Siempre con elegancia y espíritu jovial, aunque su vestuario fue mermando de manera notoria al poco tiempo. Con la ropa gastada, seguía fingiendo una elegancia que lo abandonaba a pasos agigantados.
A estas alturas, ya era insostenible que Boni siguiera siendo considerado el “hombre más hermoso del mundo” como lo calificaron -años antes- varios cronistas sociales. Los gustos estéticos cambian de modo radical en cuestión de pocos años…
Murió pobre,  en 1932,  pero con elegancia, al menos eso dicen las crónicas…
Copyright © EM




Boni de Castellane en su esplendor, Paris c. 1900
Postal coloreada a mano y autografiada por el propio Boni.


viernes, 25 de octubre de 2013


Mi encuentro con Sinatra


Las anécdotas inolvidables hay que contarlas en todos sus detalles “a la Proust”, digamos.
El 28 de enero de 1994 no fue un día más para mí ni lo sería el sábado 29.
Mi jefa de entonces, de nombre Lou Curles, vino hasta mi oficina y me dijo desde la puerta: “Ni Ted ni Jane pueden ir al recital,  así que nos regalaron sus entradas. Tenemos que ir…”
Ted era Turner, Jane era Fonda, y las entradas eran para el recital que daba Frank Sinatra en el Omni Arena de Atlanta, al lado del cuartel central de CNN.

Un sueño hecho realidad
Desde hacía semanas no quedaba un solo lugar para  ver y escuchar a “La voz” en lo que se suponía iba a ser su última presentación en la ciudad, por su edad y porque así lo había anunciado. Lo fue.
Debo confesar que no era un fanático especialmente fuerte de Sinatra pero tener la posibilidad de verlo allí era una oportunidad de oro que no podía dejar pasar. ¡Era ver a la leyenda en vivo!  Y ya sabemos que cada día quedan menos leyendas vivas…
Fui con todas las prevenciones posibles porque Lou (que lo había visto en cada presentación en Atlanta desde los años 60) me había advertido que ya no cantaba igual, que le costaba “calentar la voz”, que jamás hacía un bis y que no saludaba al final.
Todo fue así.
Estábamos en la primera fila de lo que normalmente era un gran estadio de basketball. Un enorme cuadrado muy parecido a un ring de box en el medio y sobre un costado la gran orquesta (dirigida por F. Sinatra Jr.).
Cuatro televisores gigantes, uno en cada ángulo,  iban a pasar en caracteres descomunales la letra de las canciones y cada texto que Frank decía en escena.

El show, el miedo y después…
El recital comenzó puntualmente con aquella orquesta – que teníamos al lado- sonando con tutti, estremecedor efecto.
Se hizo la oscuridad  y cuando se encendieron fulgurantes luces, ya estaba él en el centro del escenario.
En uno de los costados una mesa alta y de diámetro pequeño, tenía una botella de whisky, una hielera y un vaso de cristal.
Cuando Sinatra comenzó a cantar, me dije a mi mismo “¿para qué vine a destruir un mito?”
Lou, leyó mi pensamiento, me dijo, “sólo espera a que baje un poco el whisky de la botella” y en efecto, en orden perfectamente proporcional al consumo, mejoraba la voz. Era estar asistiendo a un milagro en vivo y a pocos metros…
Al decir “estoy muy contento de estar en….” Las pantallas que le daban “letra” titilaban furiosamente con “ATLANTA” en todos los colores posibles, nunca pudo decirlo por lo que optó,  sabiamente por completar la frase, luego de muchos segundos con “…en esta ciudad”, lo que fue recibido con una ovación.
Una chica apareció corriendo y le acercó un ramo de rosas rojas del cual él sacó una y se la colocó en el ojal de su smoking (luego me iba a enterar que era algo que formaba parte del show).
Con su bisoñé gris, su maquillaje fuerte y de color tostado Bahamas resaltaban más sus ojos azules, ya apagados por los años.
Promediando los 45 minutos del espectáculo ya su voz era la de las ultimas grabaciones y al terminar con “New York, New York” la audiencia  (incluyendo a Lou y a mi) delirábamos con razón.

Un poquito de historia
Francis Albert Sinatra, nacido en Hoboken el 12 de diciembre de 1915 había cantado profesionalmente en 7 décadas distintas.
Fue protagonista de los romances más sonados de su época,  con Ava Gardner o Lana Turner,  Judy Gardland o Kim Novak, Lauren Bacall o Mia Farrow y Grace Kelly, según pasaban los años.
Su amistad y posterior ruptura con John F. Kennedy era parte de la historia. Sus actuaciones en “Leven anclas”(1945), “Un día en Nueva York” (1949) , “De aquí a la eternidad”(1953) o “El hombre del brazo de oro”(1955) lo habían inmortalizado en el cine.
Sus-nunca probados por el FBI- vínculos con la mafia eran un secreto a voces que le daba cierto encanto canalla.
Fue un intuitivo talentoso como pocos, jamás estudió, amenazó varias veces con abandonarlo todo y nunca lo hizo. Su vida era cantar y reinventarse.
Cuando lo vi en Atlanta,  aún le quedaban 4 años de vida.
Evidentemente cantaba por gusto y no por necesidad.
Era, desde hacía mucho tiempo, inmensamente rico.
Fue el primer cantante popular que aprendió- a puro instinto- a “cantar para el micrófono”- y a utilizar la tecnología existente o por existir, a su favor en el escenario.
Fue el líder natural del “Rat Pack” grupo legendario que incluyó a Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop además de una única “invitada” mujer, Shirley MacLaine.
Sus andanzas ya son leyenda.
Aquella noche de enero de 1994,  luego de las últimas notas de su canción de despedida  se hizo un apagón total, la orquesta -con diminutas luces sobre los atriles que semejaban un extraño pueblo fantasma- siguió tocando con bravura, él desapareció sin darnos cuenta, llevado por un grupo de asistentes ciclópeos que lo rodearon, para no regresar.
Me ardían las manos de tanto aplaudir, miré la botella de whisky sobre el escenario.
Estaba vacía.
Copyright © EM
Frank Sinatra c.1960



viernes, 18 de octubre de 2013

La emperatriz Eugenia: un siglo de vida en la Historia


Cuenta la documentación de la época que pocos días antes de la caída del Segundo Imperio en 1871, la emperatriz Eugenia, recluida en sus lujosas habitaciones de las Tullerías al  enterarse de que su esposo Napoleón III había capitulado gritó ¡Un Napoleón no capitula! negándose de inmediato a abdicar ante la delegación de diputados que la visitaba a esos efectos.
Eugenia igual tuvo que huir de París junto a su fiel lectora,  Madame Le Breton en un coche de alquiler.
Al preguntarle luego que sintió en esos momentos contestó “No tenía miedo a la muerte, temía a las mujerzuelas de Paris. Me las imaginaba levantándome las faldas y riendo ferozmente…”

Los antecedentes
Eugenia era  condesa de Teba, nacida el 5 de mayo de 1826 en Granada y bautizada con los nombres de María Eugenia Ignacia Agustina Palafox de Guzmán Portocarrero y Kirkpatrick. 
Su hermana María Francisca de Sales (que luego se casó con el duque de Alba) fue quien heredó el título de Montijo por lo que Eugenia era, en realidad condesa de Teba y baronesa de Quinto, lo cual no impidió que pasara a la historia con el nombre con que se la conoce.
Educada en París con una indeleble formación católica poco pudo imaginar de joven que llegaría a ser emperatriz de Francia.
Su matrimonio con Napoleón III fue muy resistido en varios círculos,  pero ella hizo oídos sordos a reclamos o chismes de todo tipo que rodearon desde el comienzo a su figura.
Se la define como de carácter fuerte, fácilmente irritable y que lograba casi siempre sus objetivos que llegaron a transformarla en la virtual gobernante del Imperio ante un marido lindando con lo pusilánime…

Violetas Imperiales: Eugenia en el cine
El cine se ha ocupado poco y mal de este personaje cuya sola mención evoca toda una época de esplendor personal.
Lo hizo tempranamente con la versión muda de “Violetas imperiales” (1924) con la célebre cupletera Raquel Meller en el papel protagónico,  que repetiría ya en la época sonora (1932) con el mismo título.
Violetas imperiales” cuenta la historia de Violeta, una gitana que le lee la mano a Eugenia y le predice “serás emperadora”. Llegada al trono, Eugenia la manda llamar a la corte y Violeta se convierte en su amiga y confidente.
La versión cinematográfica más famosa de este relato (que fue una obra teatral con canciones en el original) se filmó en 1952 con Carmen Sevilla como la gitana y la francesa Simone Valère (doblada por la actriz española Josefina de Luna) como Eugenia. 
En Montevideo fue un éxito fenomenal de taquilla,  estrenándose simultáneamente en dos salas céntricas, el Coventry y el Rex,  el 7 de Junio de 1953.
Antes,  el personaje había aparecido  en “Suez” (1938) en la que Tyrone Powers fue Ferdinand de Lesseps y Loretta Young la emperatriz. 
En 1942 su personaje estuvo en  “La contessa Castiglione”, producción italiana con María Pía Spini como Eugenia y en 1944 se filmó “Eugenia de Montijo” que tuvo un reparto con muy prestigiosos actores teatrales españoles encabezados por Amparo Ribelles como la protagonista. 
En 1973 se filmó en México “Aquellos años” sobre Benito Juárez y aparecía allí el personaje de Eugenia con la cara de la argentina Marcela López Rey (de fisonomía imposible para el papel). Hasta hoy,  el último registro fílmico de la emperatriz  (como personaje)  estuvo en la televisión francesa con la serie de 6 horas,  “L´homme de Suez” (1984) con la italiana María Rosaria Omaggio (una voluptuosa secretaria de los programas de la RAI) como la emperatriz.
La bibliografía tampoco es tan amplia e increíblemente es más lo que se habla del personaje que lo que se ha investigado seriamente sobre el mismo. Suele suceder.

Publicista de Vuitton
Uno de los acontecimientos que más se recuerda de su reinado es la inauguración del Canal de Suez de la que fue invitada especialísima. 
Hace unos años,  estando en El Cairo,  un informado guía me comentó admirado “toda esta avenida se hizo para la visita de la emperatriz Eugenia en 1869”. Todavía la recuerdan!
Fue ella quien  puso de moda en 1854 al artesano Louis Vuitton a quien adquiría sus baúles de viaje,  lo que significó el despegue mundial de esta empresa,  pues fue seguida por otras nobles europeas que prontamente pusieron de moda estos productos vigentes hasta hoy en día como símbolo de cierto status.
A fines de 1860 abandonó las faldas enormes por otras menos imponentes y todas las mujeres con cierto poder económico la siguieron en su tendencia. 

Las tragedias familiares
Empujó a su marido a guerras, secundó con pasión la desastrosa presencia de Maximiliano y Carlota en México, ocupó la regencia del Imperio varias veces y luego de la derrota de Napoleón III en Sedán partió al exilio en Inglaterra con la dignidad de una dama. Soportó las decenas de infidelidades de su marido, a veces contraatacando, a veces callando, a ella se le endilgaron romances- nunca probados- y la derrota unió a la pareja que parecía ya separada para siempre. 
Una foto de ambos de 1872 los muestra envejecidos y abatidos, de riguroso negro y ella con la cabeza inclinada hacia un Napoleón que trata de mantener una postura de dignidad sobreactuada. Vista hoy,  es una foto tristemente patética.
En 1879 murió su único hijo en África, y se empeñó en ir al lugar de la muerte del joven hasta lograrlo. Tal vez incidió en ello que Eugenia se sintiera culpable (debido a su feroz tacañería) se había negado a comprarle montura y arneses nuevos y su hijo tuvo que usar unos antiguos que prontamente se rompieron en pleno combate,  provocando la caía al suelo del joven, donde fue muerto por decenas de lanzas.
Desde su exilio inglés,  regresó varias veces a España, o navegaba sin rumbo fijo por el Mediterráneo en su yate L´Aiglon,  rodeada de servidumbre, algo a lo que jamás renunció.

Precavida y longeva
Había tenido la precaución de llevar consigo muchas alhajas que la mantuvieron rica hasta su muerte, que ocurrió en Madrid en 11 de julio de 1920 cuando tenía 94 años de edad,  siendo luego sepultada en Inglaterra.

Casi un siglo de vida para un personaje histórico con pocos antecedentes parecidos y cuya imagen,  inmortalizada en un magnífico cuadro de  Franz-Xaver Winterhalter junto a sus damas de corte,  se vende cada domingo en la feria de Tristán Narvaja de Montevideo desde hace años en las cantidades, tamaños, colores y formatos más insólitos,  vaya a uno a saber por que misteriosas razones.
Viendo este cuadro,  que le muestra en un esplendor casi del siglo XVIII,  cuesta creer que en las últimas décadas de su vida esta mujer tuvo:  luz eléctrica, habló por teléfono, anduvo en ascensor y escaleras mecánicas, escuchó música por radio, tuvo una colección de discos de opera y varios gramófonos, visitó rascacielos,  viajó en globo aerostático y en aeroplano.
Anduvo en ascensor y hasta utilizó escaleras mecánicas en tiendas de Londres....
Ella pasó por un siglo de historia europea y la Historia europea pasó por ella. Un logro para nada menor e impensable para la niña María Eugenia Ignacia Agustina.
Copyright © EM


La Emperatriz Eugenia rodeada de las damas de su corte, óleo de Franz Xaver Winterhalter pintado en 1855. (Château de Compiègne)
Eugenia de Montijo y su esposo Napoleón III en 1872 ( la historia de esta foto se cuenta en la nota)

Eugenia de Montijo c.1880

Reproducción del equipaje Louis Vuitton que llevó a la inauguración del Canal de Suez
Última foto de la Emperatriz Eugenia junto a su ahijada Victoria Eugenia,  Junio 1920 un mes antes de morir.